27 de diciembre de 2011

En estas fechas...






Todos mis mejores deseos para que paséis una Feliz Navidad y Próspero 2012

18 de diciembre de 2011

Sin respuesta



Llevo un tiempo preguntándome por qué lloro, por qué esta tristeza. Y es difícil dar con el motivo.

7 de noviembre de 2011

La prueba del nueve





Hay frases que no se comprenden en su momento, pero que, tiempo después, incluso años más tarde, cobran todo su sentido. Para mí, una de ellas es esta: `Cuando uno tiene que tomar una decisión trascendental para su futuro, es conveniente hacerse esta pregunta: `¿Puedo sostener toda mi vida esta decisión que ahora tomo? ¿Sí o no?´´. Aunque parezca excesivo decirlo, en muchos casos esta frase es la prueba del nueve de la felicidad o al menos de la serenidad, que es un estado de ánimo menos evanescente y caprichoso que el de la tan cacareada felicidad. La frase me la reveló un festejante griego que tuve allá por el Paleolítico inferior y no le di importancia en su momento porque Dimitri, pongamos que se llamara así, no era precisamente el faro de Alejandría ni había descubierto la pólvora. De hecho, era simple y un pelín cursi si me apuran. Pero, como dice mi madre, lo fascinante de esta vida es que hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día, de modo que hay que estar atento, porque nunca se sabe cuándo ni de quién uno va a recibir un interesante retazo de sabiduría. En efecto, con el tiempo he olvidado incluso la cara de Dimitri, pero, en cambio, recuerdo con frecuencia su curiosa sentencia. Voy a ponerles un ejemplo práctico. Imaginemos que uno debe tomar una decisión de esas que pueden variar el curso de su vida, un cambio de estado civil, por ejemplo, decidir si jubilarse o no, montar un negocio, confiar en alguien o en algo. Por lo general, este tipo de decisiones se toman siguiendo los impulsos del corazón o los de la cabeza. Del corazón si se trata de asuntos sentimentales o relacionados con parientes o amigos, y de la cabeza si son laborales. A veces, las personas con experiencia o los jóvenes especialmente inteligentes combinan cabeza y corazón tanto en temas sentimentales como en laborales, lo que hace que sus decisiones sean más acertadas. Sin embargo, son muy pocos los que a la hora de tomar una determinación se preguntan si más allá de su conveniencia (que es lo que se controla con la cabeza) o de sus anhelos (que es lo que se controla con los sentimientos) se trata de una decisión con la que puedan convivir de ahí en adelante. Supongamos que se trata de una cuestión sentimental. Apostar a fondo por una persona de la que uno está muy enamorado o, por el contrario, divorciarse de alguien de quien uno ha dejado de estarlo. ¿No ocurre muchas veces que, a pesar de que la cabeza o el corazón indican una cosa, uno tiene la sensación de que hay `algo´ que porfía y nos recomienda no hacerles caso a ninguno de los dos? Por eso, en ocasiones nos sorprendemos actuando de forma extraña. Como, por ejemplo, cuando uno, a pesar de querer muchísimo a una persona, decide no seguir adelante con ella. O todo lo contrario, cuando elige continuar en un matrimonio que, al menos en apariencia, ya está muerto. La gente llama a esto `cobardía´, pero yo creo que juzgar en casos así no es solo injusto, sino frívolo. ¿Es cobardía renunciar a lo que parece el amor de nuestra vida o hacerlo tiene que ver con una forma de sabiduría inconsciente que indica que los amores imposibles dejan de ser amores, precisamente, cuando se hacen posibles? No, no es fácil ni justo juzgar a los demás, porque solo uno sabe con qué decisión sentimental puede convivir y con cuál no. Y lo mismo ocurre con otras muchas, como la de seguir en un trabajo aburridísimo y rutinario. O, por el contrario, con la de montar un negocio que, a priori, parece apasionante y lleno de posibilidades económicas. Unos llaman a esto `intuición´; yo, más prosaicamente, lo llamo `estómago´. Y es que esta víscera que, desde luego, tiene mucho menos glamour que el corazón y mucho menos predicamento que el cerebro es al final la que decide a veces por nosotros sin que lo sepamos. La única que, de verdad, sabe con qué decisión puede uno convivir y con la que no, por muy interesante, romántica o ventajosa económicamente hablando que sea. Y es que, en realidad, el estómago es la prueba del nueve. O, dicho de modo mucho menos fino, es el único que sabe qué somos capaces de digerir y qué no.






Autora: Carmen Posadas

25 de junio de 2011

Palabras




Es curioso cómo uno está convencido de que se explica pero resulta que nadie le entiende… No sé si me explico… O cómo uno cree que el silencio le exime cuando su vacío verbal impacta en los presentes con mordacidad. Cómo una palabra pretendidamente amable dicha desde el rencor se percibe todavía con más violencia que un insulto rabioso. Somos millones de seres humanos, cada uno con sus cosas, creyendo compartir un mismo idioma. Pero no. Cada ser humano tiene un idioma diferente. Y las palabras a menudo ensucian la comunicación. ¿Cuántas cosas decimos en el peor momento? ¿Y cuántas de ellas a la persona menos adecuada? ¿Cuántas omitimos cuando es necesario pronunciarlas? ¿Cuántas capas esconden nuestras palabras? ¿Cuántas veces sale nuestra voz con honestidad? ¿Cuántos “te quiero” hemos oído que no sonaban a nada? ¿Cuántos “te odio” nos llegan como un “te quiero”? ¿Cuántos “te conozco bien” hemos escuchado del que vemos como a un desconocido? ¿Cuántas crisis hemos provocado con apenas dos frases? Hablas con cariño y el otro percibe desprecio, hablas con desprecio y el otro no se da por aludido (y mira que tú lo has intentado). No hablas y el otro descifra tu silencio de forma errónea. Hablas y para los demás es como si no dijeras nada. Callas cuando lo crees correcto y resulta que tenías que haber dicho eso que no sabes que tenías que decir. Hablas pero, claramente. Lo más inteligente sería haberte callado. Pronuncias un “te amo” cuando el otro necesita aire y espacio, un “mejor lo dejamos” cuando reclaman tu apoyo más que nunca. Un “ya te llamo yo” que se interpreta como un “no me llames tú”. Un “¿qué piensas?” cuando el otro por fin había conseguido dejar de pensar. No preguntas por no sacar ese tema delicado que el otro está deseando que saques. Un “estoy reunida, ahora no puedo hablar” cuando el otro está a punto de arrojarse por el balcón. Un “no te preocupes por nada” cuando el otro no estaba hasta el momento preocupado. Un “estoy aquí para lo que necesites” cuando el otro lo que necesita es que no estés ahí. No llamas por respeto y se recibe como indiferencia. Un “tengamos un hijo” cuando se disponen a dejarte. Un “te necesito” al inmaduro. Un “hoy quiero estar sola” al inseguro. Un “esto sabe raro” al hipocondríaco. Un “te invito a una caña” que suena a “cásate conmigo”. Un “nada puede ir peor” cuando a tus espaldas se desata un tsunami. Palabras; palabras fuera de lugar, palabras que esquilan, palabras que naufragan, palabras lisiadas, palabras lanzadas con cerbatana, palabras que lo cambian todo o que no cambian nada. Palabras disfrazadas de otras palabras. Vamos a tener que afinar nuestra intuición y entonar nuestros silencios. Vamos a tener que aprender a descifrar a los demás más allá de sus gargantas, sus lenguas y sus cuerdas vocales. Vamos a tener que hacernos un poco más listos para sobrevivir en esta Torre de Babel, a la que cada vez le crecen más pisos. Esto es todo lo que tenía que decir… Ahora, a saber lo que habéis entendido.



Texto: Bárbara Alpuente

6 de junio de 2011

Tu mirada




Empezamos a conocernos siendo adolescentes. Hablábamos poco entre nosotros, aunque no hacía falta, porque nuestros ojos decían mucho. Podía intuir –a veces con cierta dificultad-, lo que escondía tu mirada, lo que pensabas sobre mí, pero hoy, después de tantos años y estando casado, tu mirada no ha cambiado, aunque desconozco si seguirás pensando lo mismo que antes.

27 de mayo de 2011

Mi compañero de costura



Siempre está ahí. Bueno… casi siempre, cuando estoy con mis padres sí, pero cuando no, le echo bastante en falta. Se ha convertido en mi compañero de costura desde que tenía cuarenta días -que comenzamos a tenerlo en casa-, y a sus siete años sigue igual.

Tengo mucho cuidado con que no ponga cualquier pata delantera cerca de la patilla prénsatelas, para que no le pinche la aguja, pero le encanta ver cómo se mueven los carretes de hilo una vez que se encuentran en la máquina de coser o remalladora. Y eso que es bastante nervioso. Muchas veces le tengo que llamar la atención, aunque en el fondo me ría por las trastadas que hace.

12 de abril de 2011

El principal motivo por el que aparezo tarde aquí...

… se debe a la foto que encontráis acompañando a esta entrada. El pasado fin de semana, presenté -junto a los compañeros que estudiamos Diseño, Patronaje, Corte y Confección- trajes de flamenca. Expuse dos trajes: el ocre y azul y el de lunares blancos sobre fondo negro. Ha sido una experiencia muy gratificante e inolvidable, acompañada de demasiados nervios –propios de la elaboración de los trajes y backstage-, y emoción interior.

2 de enero de 2011

Concierto de Año Nuevo 2011

Lo primero de todo desearos Feliz 2011 en el que se haga realidad todo aquello que hayáis pedido.

Lo segundo: como todo comienzo de año, no me pierdo el tradicional Concierto de Año Nuevo, celebrado en Viena, bajo la batuta de Franz Welser-Möst, así como el programa y una de las noticias publicadas en este medio.