28 de diciembre de 2009

Alma

Va de cortos, en este caso de animación. Está escrito y dirigido por Rodrigo Blaas, granadino y trabaja para Pixar. Se titula “Alma”. Merece la pena que haya empeñado en ello tres años.


24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad



Si tomo las alas de la aurora,
si voy a parar a lo último del mar,
también allí tu mano me conduce,
tu diestra me alcanza.
Aunque diga: “Me cubra al menos la tiniebla,
y la noche sea en torno a mí un ceñidor,
ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti,
y la noche es luminosa como el día.
Porque tú mis riñones has formado,
me has tejido en el vientre de mi madre;
yo te doy gracias por tantas maravillas:

prodigio soy, prodigios son tus obras.
Mi alma conocías cabalmente,
y mis huesos no se te ocultaban,
cuando era yo formado en lo secreto,
tejido en las honduras de la tierra.
Mi embrión tus ojos lo veían;
en tu libro están inscritos
todos los días que han sido señalados,
sin que aún exista uno solo de ellos.

Texto: Salmo 139, 9-16

Fotografía: tejedora


21 de diciembre de 2009

Reflexiones


Hace pocos días, felicitando a una amiga ante las próximas navidades, me comentó que desea que acabe el año cuanto antes. Me contó algunos de los motivos de la misma y la entiendo. Le respondí que, en mi caso, también deseo lo mismo que ella. Justamente, la noche anterior estuve escribiendo en un papel, dividido en dos columnas, lo positivo y negativo de este año. Si todo lo pusiese en una balanza, se inclinaría ligeramente hacia los acontecimientos negativos. Siguiendo con lo que escribí, al lado de lo negativo añadía qué medidas hubiesen evitado que se produjesen para procurar que no ocurran en situaciones futuras, aunque algunos fueron imprevisibles, y al lado de lo positivo, puse los valores que estaban en mí o que pudiese percibir en los demás para que se dieran, además de lo aportado a nivel personal.
Entre lo mejor a destacar del año se encuentra la amistad surgida dentro y fuera del blog. Me aportáis fuerza para escribiros –hubo momentos en que por una serie de obligaciones, no le he dedicado lo suficiente al blog y tampoco me pasé por los vuestros- y ánimos también, aunque he de lamentar que últimamente mis días sean tristes y así lo refleje en lo último que hayáis leído.

Mañana marcho al campo para pasar estos días con mi familia. Tengo muchas ganas de verles, y, aunque sean unas fechas tristes y muy recordadas por los que ya no están desde hace algunos años, el único camino que me queda es seguir, en vez de quedarme estancada. Caminaré entre olivares, recogeré aceitunas –aunque de momento esté suspendida la recolección por la lluvia-, leeré junto al calor de la leña de olivo frente a la chimenea, cocinaré y hablaré con los que me rodean después de tanto tiempo sin vernos. También haré una escapada al pueblo, pues los amigos que llevo tanto tiempo sin ver, desean verme, al igual que yo a ellos.

No me despediré; os escribiré desde allí antes, para felicitaros ante las navidades.

10 de diciembre de 2009

Saborear la felicidad

Me ocurre con frecuencia y no es para menos. Ante una buena noticia de que una amiga espere un hijo, éxitos profesionales, etc., hacen que me alegre bastante, además de notar en sus rostros, letras o voz la felicidad.
Llevo días dándole vueltas a mi felicidad, porque recuerdo la última vez que fui feliz y ha “llovido” demasiado desde entonces; sé cómo se produjo, pero el sabor lo perdí. De veras que tengo muchas ganas de ser feliz. Ansío conseguirla, aunque sea en pequeñas dosis, que es como más la disfruto y tampoco que se acumule, sino que se produzca poco a poco.
Hace poco, fui invitada a un lugar en el que pensaba que saldría feliz del mismo. De hecho, los días anteriores se fraguaron con nerviosismo, porque tenía ganas que llegara tal acontecimiento. Al principio me sentí bien, aunque después tenía ansiedad y ganas en irme de allí cuanto antes. Le pedí disculpas al anfitrión por tenerme que marchar, y, al llegar a casa no pude más que llorar.

¿Por qué quiero ser feliz? Creo que tenemos derecho a serlo, pero sobre todo porque en mi corazón y mente abundan las nubes y va siendo hora de que se vayan.
¿Cuánto tiempo tendré que esperar? Dispongo de paciencia y me temo que llegue a limitarse.

4 de diciembre de 2009

Flan de huevo

Azul, propuso el fin de semana pasado que participásemos –quienes quisiéramos- con la finalidad de compartir recetas culinarias para las próximas fiestas que se avecinan. Le respondí diciéndole que no le aseguraba nada por las tantas cosas que tengo por hacer. Finalmente, me he atrevido con el flan de huevo. Solemos tomarlo en Nochebuena y Nochevieja. Siempre dejo para el final el que comemos en casa, pero desde el mismo día, inclusive temprano, tengo que estar en la cocina preparando algunos por encargo.
Hay dos “inconvenientes”, según cómo lo veáis. El primero es que siempre lo preparo en cocina de gas y el segundo, que la batería que utilizo es de la marca Iber, pero si queréis se puede hacer en flaneras individuales. Para ello se disponen los flanes en el interior de un recipiente con agua, procurando que les llegue el agua hasta la mitad de los recipientes y teniendo cuidado de que no les entre agua.

Ingredientes:
. 6 huevos.
. 3 vasos (de los de beber agua) de leche. Puede ser entera o desnatada.
. 9 cucharadas soperas de azúcar.
. Caramelo líquido (de los que vienen hechos) o si no, se prepara con azúcar y agua.

. Para adornar: azúcar y canela molida.

Preparación:
Lo primero que hago es poner al fuego media olla de agua para que hierva.
Caramelizo el fondo de la flanera.
En un bol añado los huevos, la leche y después el azúcar. Lo bato con ayuda de un tenedor, aunque también pueden servir unas varillas. Cuando la mezcla sea homogénea, la vierto en la flanera y después la deposito en la olla, para que se cuezan al baño maría a fuego fuerte.
El tiempo de la cocción lo calculo clavando una aguja y, si sale limpia, retiro del fuego. Seguidamente, adorno por encima con la mezcla de azúcar y canela.

El resultado…




28 de noviembre de 2009

Mentiras


Cuando nos despedimos aquel domingo, con planes para mediados de la semana siguiente, nada haría presagiar en mí lo que ocurriría. Desconozco si ya tendrías pensado o no lo que vendría de ahora en adelante.

Si hay previstas cosas en común por realizar y desapareces, ¿por qué no atendiste mis llamadas, mensajes y correos electrónicos? No cuesta nada decir “no puedo por x motivo”. ¿Por qué actúas así? ¿Acaso te cuesta tanto ponerte en mi lugar?

Dices que soy una mujer con un corazón muy grande, pero ese corazón pecó de actuar bajo tus sentimientos y asuntos con más prioridad que los propios. Y encima te atreviste a añadir que no merezco nada malo, incluido el dolor.

Reiteras una y otra vez ser un hombre de palabra, imagino que muy relacionado con aquello de lo que ves es lo que hay. Pero en estos instantes lo pongo en duda. ¿Será porque al ser un hombre de palabra se te han escapado cualidades tan valorables como la valentía, fortaleza, constancia, sencillez, humildad, honradez, etc.?
Cuando verdaderamente creas ser un hombre de palabra, respóndeme, porque quiero saber las razones que te han llevado a esto.

Has mentido, como los cobardes y encima marchas por la puerta equivocada.



Elige una mujer de la cual puedas decir: yo hubiera podido encontrarla más bella, pero no mejor. Pitágoras.


21 de noviembre de 2009

Ánimos y soledad

En una entrevista que leí hace poco, le preguntaron a una escritora qué le preocupaba de sí misma. Respondió el tener bajones de ánimo muy fuertes y que siendo escritora, lo peor es la soledad a la que se enfrenta.
Me muestro conforme con ella; la soledad se halla presente, estemos solos o acompañados.


No importa mi nombre ni mi edad. Tengo continuos bajones de ánimos. Cada día, cuando me levanto de la cama, lo afronto como algo nuevo, que hay que vivirlo y si es intensamente, mejor. Pero me atraviesan hechos, circunstancias, que impiden que viva como deseo. Estoy luchando por algo relacionado con mi futuro, que me cuesta, sintiendo cómo tropiezo con obstáculos. Algunos de ellos logro superarlos y otros siguen ahí.

Hago lo posible por no llorar delante de una persona a la que quiero mucho, está enferma y su mejora está siendo leve. Dicha persona sabe que se salvó gracias a mí, porque si no hubiera nadie en casa en esos momentos, hubiera tenido un final no deseable. Cuando está a mi lado me abraza tanto, y reitera en muchas ocasiones la palabra “gracias”. Le digo que no es nada, aunque interiormente estoy orgullosa de lo que hice aquel día y que se encuentre entre los que le queremos. Pero cuando no está, las lágrimas no cesan en caer.

Al querer lograr algo, si puedo, dejo algo atrás, -aunque posteriormente lo retome- con la finalidad de que si antes tenía unas ocupaciones que no son tan urgentes, el tiempo se lo dedico a aquello que más me interese. Esto también tiene sus estragos y los he notado continuamente.

Anoche, cuando había cenado y tenía puesto el pijama, me llamó un amigo tras salir del trabajo. Llevaba sin verle muchos meses, aunque no perdíamos el contacto telefónico. Insistió en que saliésemos a tomar una copa porque tendría que darme una noticia. Me tuve que vestir y posteriormente acudí donde acordamos quedar en vernos. La noticia cayó como un jarro de agua fría: en breve irá a tierras afganas. No contuve las lágrimas, le abracé durante breves minutos. Él se lo tomó a bien, pues se trata de su trabajo, aunque asegura, a partir de ahora, añorará a la ciudad y también a los que le tenemos afecto. Lo restante transcurrió nombrando tiempos pasados entre cigarros y copas. Me despedí de él con un “hasta pronto” mientras estábamos en la puerta de casa, denotando esperanza en verle cuando sea posible para ambos –sobre todo para él-.
Una vez dentro, la soledad me miraba fijamente; pasé de lado sin hacerle caso. Me cambié de ropa para volverme a poner el pijama y me fui a la cama.

Seis de la mañana: mi gata me despierta, maúlla y requiere mimos. Sabe que le correspondo hasta retorcerse encima de la colcha ronroneando. Miro al fondo de la habitación. La soledad sonríe y agacho enseguida la cabeza.




Cinco de la tarde: estoy sentada en el banco de un parque contemplando cómo gritan los niños mientras juegan y los pájaros claman antes de recogerse.



Regreso a casa e introduzco la llave en la cerradura… ¿cómo me esperará la soledad?

8 de noviembre de 2009

Las fronteras interiores



Hanna Anbruster estaba acabando de hacer la comida para ella y para su gato Max. Hanna vivía sola desde el final de la guerra. Se puede decir que apenas tuvo marido, porque se casaron en 1939 y Fritz fue movilizado en una de las grandes divisiones Panzer. Dicen sus amigos que era un buen artillero. Entró en Varsovia sin disparar ni un tiro. Después fue destinado a la bolsa de Dunkerque. Paseó por los Campos Elíseos y todavía tuvo tiempo de cambiarse de uniforme para pasar a engrosar las filas del Afrika Korps. Por lo visto, Fritz acabó miriendo en combate en la batalle de Kursk, literalmente asado por las bombas soviéticas. Así vivió aquella maldita guerra la joven Hanna. Y ahora, en su casita de la Bernauer Strasse, en el centro de Berlín, sobrevivía con la ayuda del Partido Comunista en el poder y haciendo de telefonista en el ministerio de propaganda. Hanna había llegado a los 40, que es esa edad en la que de forma la bisectriz de la belleza y de la inteligencia. Pero no estaba el tiempo para celebraciones. En el economato no había sal. Y la cazuela de sauerkraut amenazaba con llegar a la mesa insípida y triste como el día. Ni siquiera Max se la comería. De pronto vio una sombra en la ventana del patio interior de la casa contigua. Era su vecino, un hombre taciturno y tullido que también vivía solo. Hanna bajó a la calle, subió a la casa del señor Stirner y le pidió un poco de sal. Ese fue, din duda, el comienzo de una gran amistad.

Porque la soledad no la vence un gato. La soledad es ese pretexto que nos hace olvidar lo que no tenemos en la esperanza de que lo tenga otro. Después de la sal, otro día, fue el martillo. Tras el martillo, el señor Stirner trajo también su mano para aquella pequeña reparación que Hanna no podía acometer. Meses después llegó el pretexto del té compartido y a veces hasta un ramo de flores que Hanna había avivado en su parterre del ministerio. Stirner también había perdido la guerra. Una pierna en Normandía y una familia entera bajo los cascotes de los innecesarios bombardeos de Dresden. Pero de eso no se hablaba, porque las tardes en la Bernauer Strasse eran como un algodón de color gris suspendido en el tiempo y en la historia. Stirner y Hanna ya sólo tenían ánimos para sentir una extraña nostalgia del futuro. Tal vez por eso, de ven en cuando, Hanna encerraba a Max en la azotea y buscaba el cuerpo de Stirner para hacer los encajes con los dedos y así se dejaban ser en el amor que no quiere llamarse amor.

Hasta que un día les despertó un enorme estrépito de taladros y de camiones. Una brigada estaba levantando los adoquines y otro iba tendiendo alambres de espino que se introducían por el jardín comunitario. Hanna abrió la ventana y llamó a Stirner. “¡No me queda sal. Tampoco puedo dejarle las herramientas. Me voy, Hanna. Véngase conmigo”. Hasta entonces vivían en la misma ciudad y de pronto Stirner, sin moverse de su casa, estaba en Occidente y ella se había quedado encerrada en una Bernauertrasse que no iba a ninguna parte. Llegó el responsable de la brigada: “Camarada Ambruster. De ahora en adelante, el acceso a su casa será por el garaje. Las ventanas que dan a la calle se van a tapiar”. Mientras aspiraba el olor a cemento, Hanna se sintió en el interior de una tumba. Buscó a Max. Salió a la calle. En la lejanía, aquel gato de siete vidas la miraba desde el vértice de un muro protector. De Stirner nunca más se supo. Y al día siguiente Hanna regresó al ministerio de propaganda para cantar las excelencias de un Estado que prefería el orgullo a la libertad.
Texto: Joan Barril
Fotografía: Corbis

Frases de piedra. Mensajes con moraleja escritos en el muro de Berlín entre 1961 y 1989


Fuentes: Revista "Dominical" y "Arte en el muro de Berlín" (Editorial Elefanten Press)

30 de octubre de 2009

Dos libros finalizados de leer desde hace tiempo


Rafael Montalbán tiene una forma poco ortodoxa de ganarse la vida: de jueves a sábado custodia la puerta de un club de alterne, y el resto de la semana ejerce de guardaespaldas ocasional y de cobrador de deudas por cuenta ajena. Pero su vida no fue siempre así: veinte años atrás era un boxeador prometedor que estuvo a punto de luchar por el título de Campeón de Europa superwelter, pero las coasa se torcieron: se enamoró de la mujer que menos le convenía y acabó traicionando a la única persona que se había portado bien con él. Ahora ha decidido empezar de nuevo, y cuando un periodista le propone ir a un programa de radio para contar su vida a los oyentes encuentra la excusa perfecta para expiar sus culpas. Pero eso no será más que el principio. Para volver al punto donde su existencia tomó un desvío equivocado y ajustar cuentas con el pasado deberá empreder un viaje que lo llevará desde Madrid hasta la costa de Cádiz, y luego a Lisboa. Con una poderosa historia de amor y venganza como telón de fondo y la necesidad de ser aceptado por los demás, El síndrome de Mowgli es muchas cosas a la vez: una novela descarnada y tierna por momentos, donde el protagonista, Rafael Montalbán, por mucho que lo ha intentado no ha logrado encontrar su lugar en el mundo, como el protagonista de El libro de la Selva; un homenaje al personaje de Ruyard Kipling y a los libro y a los héroes de nuestra niñez; pero sobre todo es la confirmación como novelista de Andrés Pérez Domínguez, que atrapa al lector con su habitual fluidez narrativa y el espléndido desarrollo psicológico de los personajes.


Esta novela, escrita por Andrés Pérez Domínguez, obtuvo el XVII premio de novela Luis Berenguer. La lectura de la misma me ha cautivado hasta el final. Me quedo con la descripción psicológica y también física que realiza en cada uno de los personajes, algo muy importante que valoro. Citar, por ejemplo, a Montalbán, protagonista de la misma, aquello de “cuerpo fibroso, bajito y con la nariz quebrada”.

Para Montaner o Rafael Montalbán, la vida da un giro fugaz de la noche a la mañana. Tras la entrevista que le realizó Teresa Bernal en un programa radiofónico, decide volver a encontrarse con Lola, una mujer que, dieciocho años atrás le dejó marcado. A partir de ahí viaja desde Madrid hacia la costa gaditana y más tarde a Lisboa - ciudad donde también estuvo en el pasado con Lola-. Todo esto, unido a la persecución que provoca inquietudes y preocupaciones para Montaner y Lola.

La lectura de esta novela, ha manifestado en mí momentos de nerviosismo y tensión –sanos, por supuesto- debido a la persecución que antes cité, y ternura, a consecuencia de los encuentros que viven a solas Montaner y Lola.






Tras las puertas de cristal del centro comercial Green Oaks, en Birmingham, se esconden los anhelos de cientos de personas. Una noche, un guardia capta a través de las cámaras de seguridad, la imagen de una niña desaparecida hace veinte años llamada Kate Meaney. Kate solía deambular por el centro mientras jugaba a ser detective e imaginaba los oscuros secretos de los clientes, con la única compañía de su mono de peluche Mickey.


La novela se desarrolla en dos etapas: 1984 y 2003 en la ciudad de Birminghan. En 1984, Kate, la niña que vemos en la portada, sueña con ser detective. Va de un lado para otro con su mochila y mono de peluche, Mickey. Se rodea de bastantes personas, entre ellas Adrian, hijo del Sr. Palmer que regenta un quiosco y es doce años mayor que ella. Kate valora el regalo que le hizo su padre. Se trata de un libro titulado “Cómo ser un buen detective” y que le ayuda a realizar sus investigaciones. Sus padres mueren en trágicas circunstancias y ella se queda bajo la tutela de su abuela materna. Finalmente, Kate desaparece en el centro comercial Green Oaks.

2003: Hay reflejados dos personajes, por un lado Kurt, que es vigilante nocturno del centro comercial Green Oaks y por otro Lisa, hermana de Adrian, también desaparecido poco tiempo después de Kate, y que trabaja como dependienta en una tienda de música.

Como conclusión, Kate esconde un misterio que no quedará resuelto hasta el final de la novela.
Es un libro repleto de intriga y que mantiene el suspense hasta la última frase del mismo, seguido de muchas sorpresas.

23 de octubre de 2009

¿Alguien sabe quién soy?


Dicen que tengo 74 años. Es posible. Hasta ahora lo daba por cierto, tal vez por pereza o por ganas de no pensar mucho más lejos. Dicen que me llamo Victory. De apellido de soltera parece ser que me llamaban Smith, tal vez porque a los que me dieron mi segunda vida les acometió la misma pereza que a mí y a las mismas pocas ganas de pensar. En realidad, la primera vez que pude leer algo referido a Victory Smith fue en un papel de la escuela primaria de Leighton, en Bedfordshire. Pero lo de Smith duró bien poco, porque mis nuevos padres se llamaban Taylor, que tampoco es una muestra de una gran imaginación. Y así he ido por la vida, siendo Victory –por el resultado de la guerra- y Taylor, por la buena gente que me hizo de padres durante muchos años.

La verdad es que mi papá Taylor se pasó la vida trabajando. Y no le fue mal. En el ejército se cuidaba de reparar carros de combate y, con la paz, pensó que podía dedicarse a reparar coches. Cuando papá Taylor murió, disponía de una mediana red de talleres que le proporcionaban bastantes beneficios. Hace una par de semanas, vendí los talleres Taylor a una empresa alemana. Ya es curioso: la gran industria británica de la automoción ha sido comprada por las fábricas Daimler y Benz, a las que tanto creímos destruir en su día. Pero eso no importa. Lo importante es que hoy tengo dinero y una participación vitalicia en los talleres Taylor. Y lo primero que he hecho ha sido imprimir esa foto de los niños y pegarla por las paredes preguntando a la gente si alguno se acuerda de quién soy en realidad.

Porque todo empezó con los bombardeos de Coventry. Aquella noche de fuego llegaron los bomberos y nos sacaros de casa. Ya nunca más volví a ver a mis padres. Nos llevaron a una casa de acogida donde no llegaba el zumbido de los aviones. Allí me vinieron a decir que tal vez mis padres no regresarían jamás. Yo les decía que vivía en una casa muy cerca de la catedral, porque cada hora oía el tañido de las campanas. Pero un día escuché que todo el centro de Coventry estaba arrasado. Fueron años plácidos. Me acuerdo de alguno de mis compañeros de aquellas larguísimas vacaciones, pero, naturalmente, a todos ellos les cambiaron el nombre, y la casa de acogida dejó de acogernos. Fue una familia para los que no teníamos familia. Me quedé sola y ahora sigo estando sola. ¿Alguien sabe quién soy? Porque, si la vida es memoria, me he quedado sin una parte importante de mi vida. He puesto un número de teléfono. Los vecinos, que no sabían nada de mí, me vienen a ver y me compadecen. Otros, más cautos, dicen que no me fíe del primero que llegue, que hay gente que se dedica a aprovecharse de los que no sabemos nada de nosotros mismos. Todavía conservo en la vitrina la taza con la que tomábamos la leche en el jardín. Se rompen los recuerdos, se quiebran las familias, pero incluso la loza resiste más que la humanidad en armas.

Acaban de llamar por teléfono. Pero no era nadie que preguntara por Victory Smith. Se limitaban a ofrecerme un plan de pensiones en cómodas mensualidades. Ellos sí creen que saben quién soy.
Texto: Joan Barril
Fotografía: Getty

30 de agosto de 2009

Los pies ligeros



No era frecuente en aquellos felices años 20 encontrar a una chica tan despierta, servicial y estudiosa como Margaret Hulton. Su padre, el mayor Hulton, había sido un heroico militar. A él se debía buena parte del tendido ferroviario del norte de la India y también la sumisión de las tribus kashmires que en su día amenazaron las guarniciones del Rajastán y sus rutas de suministros. El mayor Hulton fue captado por el Estado Mayor y se desplazó con su familia a Candem. El mayor Hulton hizo un magnífico trabajo en la organización de los cuerpos expedicionarios que se batieron con los fascistas de Mussolini en Abisinia. Pero quizá lo mejor de la biografía del mayor Hulton fue la educación que le proporcionó a su hija mayor, Margaret.

Porque Margaret llegó de la India con un gran baraje académico. Sus calificaciones siempre fueron espléndidas. Sabía a la perfección todas las lenguas europeas: el francés, el alemán y nociones de español. Pero lo que más sorprendió a sus profesores de la escuela secundaria de Bath fue lo que no se aprendía en los libros. Margaret había traído de la India conocimientos de fauna salvaje, nociones de la ancestral medicina ayurvédica, cuentos enteros de la tradición bengalí y una gran habilidad en la artesanía hindustánica. Su paso por el Trinity College de Oxford no le impidió brillar con luz propia en un mundo de señoritos de estirpes ennoblecidas. Se especializó en lenguas clásicas y a los 22 años publicó una magnífica traducción de La Ilíada, aquel gran poema épico en el que campaban Aquiles, el de los pies ligeros y Ulises, el soldado que venció a los troyanos introduciéndose en el interior de sus murallas.
Pero llegó la guerra. El mayor Hulton por poco deja la piel en el heroico repliegue de Dunkerque y su hija Margaret fue movilizada en los cuerpos auxiliares femeninos. Los bombardeos a los que fue sometida Londres eran recibidos por Margaret con la impavidez de quien recibe la bendición del monzón. Digna hija de su padre, Margaret fue condecorada por la defensa pasiva y después reclutada, por su dominio de la lengua alemana, como intérprete de los pilotos nazis que habían sido derribados en la batalla de Inglaterra. En especial debía traducir y sonsacar a un extraño personaje llamado Rudolf Hess, un nazi de la primera hora que había aterrizado en Escocia con la insólita misión –decía- de negociar la paz con Inglaterra.

Desde aquel momento, el carácter de Margaret Hulton se volvió más esquivo y reservado. Su familia y sus superiores achacaban el cambio a la responsabilidad de estar en contacto con un enemigo de tanto prestigio como misterio. Nada parecía que pudiera sacarse del lugarteniente de Hitler. Rudolf Hess fue internado en una prisión mientras la guerra continuaba en tablas. Margaret solicitó un cargo de mayor calado militar y, siempre auspiciada por su padre, fue enrolada también en el Estado Mayor. La guerra se endurecía y los nazis parecían anticiparse a los movimientos británicos. Sin duda su red de inteligencia era más sólida de lo que suponía el contraespionaje.

Fue una víspera de Navidad de 1943, cuando el mayor Hulton recibió en su mansión de Candem a dos oficiales de paisano. Estuvieron toda la tarde hablando y fumando en el despacho del mayor. Visiblemente lívido, el mayor Hulton anunció que aquellos caballeros se quedarían a cenar y que, cuando llegara Margaret, la hicieran pasar al comedor.
Pero Margaret Hulton no llegó aquella noche ni ninguna otra. Un pequeño bote había zarpado del puerto de Brent y tal vez un submarino alemán había recogido a sus pasajeros. Ya era media noche cuando los oficiales del Intelligence Service registraron la habitación de Margaret. En el interior de sus calcetines encontraron las pruebas documentales de su traición. Había empezado como Ulises y había huido como Aquiles, el de los pies ligeros.
Desde su cautiverio, Rudolf Hess se negó a hacer algún comentario, mientras sonreía en silencio.
Texto: Joan Barril

27 de agosto de 2009

Los caracoles no saben que son caracoles


Clara, 35 años, divorciada y con dos hijos, tiene una vida tan normal como la de cualquiera, hasta que un día sucede algo que la cambia por completo.



La novela empieza con el fallecimiento de la hermana de Clara con la que siempre guardaba una estupenda relación. Este hecho hace que la vida de la protagonista cambie, comenzando con los interrogantes que ella ve en su vida hasta ver las cosas desde una perspectiva más madura, teniendo en cuenta las situaciones que le rodean como su trabajo en una productora de televisión y fotógrafa, su exmarido, los hijos, el sexo,…
Es fácil de leer y pasar un buen rato. Me ha hecho reír y a veces llorar.


12 de agosto de 2009

Corazón que no siente


A veces me pregunto si mis padres concibieron a mi hermano sólo para hacerme compañía. Otros hermanos del vecindario también iban juntos a la escuela, y probablemente estudiaban juntos, y también jugaban al béisbol juntos, y cantaban juntos los villancicos de Navidad. Pero nunca conocí a ningún hermano que estuviera siempre tan cerca de su hermano. Porque mi hermano menor me llevaba de la mano y me hacía aprender de memoria las poesías de Tennyson y las capitales de los estados de la Unión. En realidad mi hermano me explicaba todo lo que él veía, sencillamente porque yo era ciego de nacimiento y jamás pude ver nada que no fuera por sus ojos. Gracias a mi hermano supe relacionar el color verde con el color de las ranas y desde entonces supe que el verde podía ser húmedo y viscoso pero también podía ser el color de la primavera cuando el viento peinaba las praderas. También me enseñó el color del agua azul del mar y del agua dorada del crepúsculo. Mi hermano siempre supo que para mí era mucho más importante contar los peldaños de la escalera que mirar los cuadros de las paredes. Nos hicimos mayores y fuimos a la universidad, naturalmente a la misma. Y allí las cosas empezaron a romperse, porque a la hora de las calificaciones incomprensiblemente sus notas iban a peor y las mías iban a mejor. Atribuimos esta evidente injusticia al hecho de haber desarrollado durante muchos años mi memoria. Todo lo que yo sabía no podía confiarse ni en unos apuntes ni en la lectura de los libros. Y la memoria, cuando se la alimenta desde que somos pequeños, se graba y no se borra jamás.
Un día mi hermano me llevó a una fiesta y me presentó a la chica que le gustaba. Olía a jazmín y ropa almidonada. Me alegré por mi hermano, porque ya era hora de que pudiera acompañar a alguien que no fuera yo. Tarde o temprano yo debería aprender a vivir sólo en compañía de barandillas y de amigos nuevos que entendieron que podía hablar de economía pero que no estaba dotado para la práctica del deporte. Busqué una casa en el Village, cerca de Columbia, y gasté mis ahorros en comprarme un piano. La vida era plácida y tranquila. Mis padres envejecieron rápidamente y murieron con discreción al mismo tiempo. Su muerte fue un pequeño velo negro que cubrió mi negrura. En el cementerio dije un viejo y largo poema de un escritor inglés. Creía que éramos una multitud, pero cuando mi hermano me sacó de allí pensé que nos habíamos quedado definitivamente solos.

Una noche llamaron a mi puerta en mi casa del Village. Bastó abrirla para que entrara aquel excitante perfume de jazmín y de ropa almidonada. La invité a un té. Hablamos de música y de literatura. Le pregunté por mi hermano y ella me dijo que mi hermano era un buen hombre, pero que me quería a mí y que estaba dispuesta a ser mis ojos y mis manos durante el resto de nuestras vidas. Aquella noche supe que yo también tenía cuerpo y aprendí que lo más doloroso de la vida es vivirla con una mentira tan profunda como era la traición a mi hermano. Jamás dijimos nada, como si creyéramos que la gente que ve no quiere ver aquello que les entristece. Mi hermano vino a verme un día. Me dijo que había dejado la universidad y que se iba a Europa a hacer fortuna. Le despedí en el puerto y mientras el barco se perdía en el horizonte yo continuaba agitando un pañuelo como si fuera la bandera blanca de una guerra que jamás habría querido.

Pero ayer regresó mi hermano de Europa y me dijo que lo hacía para quedarse. Me contó que la fortuna que había ido a buscar se había cruzado en su camino y que estaba construyendo una casa muy alta en la Quinta Avenida. Me dijo que le gustaría que ocupara uno de aquellos apartamentos y que me invitaba a subir por los ascensores y por las escaleras y que palpara el espacio que me había reservado. Y aquí estoy ahora, caminando por el que será mi nuevo apartamento sin mis amigas barandillas y con extraños pasillos que cimbrean bajo mis pies.
Es evidente que mi hermano sabe lo de su novia y yo. Y no están aquí otros ojos para salvarme de la pena que merecen los traidores, aunque sea por amor.
Texto: Joan Barril

8 de agosto de 2009

¿Te regalo otro libro?


Esto ha sido lo que me ha preguntado hoy un amigo tras responderle que me gustó el último libro que me regaló.

Siempre tengo libros en casa –leídos y por leer-. Inclusive un familiar me recrimina dónde voy a poner tantos libros, pues la biblioteca está al completo. Acaba cediendo, porque sabe que en algún momento acaban leídos.

El amigo que cité antes, lleva sin leer muchos años porque la lectura le resulta aburrida. No hay forma de que entienda los beneficios de la misma. Pero, aparte de ser una persona encantadora, siempre acierta con los libros que me regala. Me resultan amenos y fáciles de leer.
Todo esto comenzó un día en el que iba de regreso a casa, desde la biblioteca, cargada de libros. No hizo falta que me preguntara si me gustaba leer. A partir de ahí vienen esas envolturas de papel de regalo, y que, a través de mi tacto se que esconde algo de forma cuadrada.

Finalmente, a la pregunta añadí un no por respuesta, seguido del pretexto de tener muchos libros en casa y más por adquirir –esto último lo obvié-. Oí una carcajada al teléfono. Le conozco y sé, como en anteriores ocasiones, que cuando nos veamos la próxima vez traerá consigo un libro.

21 de julio de 2009

Manejados por la nariz


La primera vez que tuve conciencia del extraño fenómeno que hoy quiero comentarles fue hace un año en Nueva York, en una tienda para niños pijos llamada Abercrombie & Fitch. A mí me divierte mucho observar los manejos subliminales de los que somos objeto en este mundo consumista y en lo primero que me fijé fue en lo estudiado que está todo en esta tienda. Estudiado para vender más, se entiende. Para empezar, todos los dependientes son extraordinariamente guapos, tanto que parecen modelos y, por supuesto, lucen con gran estilo esas prendas deportivas y a la vez bastante caras que hacen furor entre los jóvenes (y no tan jóvenes). Lo segundo en que reparé es en que la tienda está casi en penumbra, tal vez porque así el local parece más enrollado o, quién sabe, porque a oscuras todos los gatos son pardos. Pero lo que más llama la atención de Abercrombie es lo maravillosamente bien que huele la tienda. Yo no sabría describir exactamente qué es ese perfume tan delicioso, pero sí puedo describir lo que no es. No es ni demasiado dulce ni demasiado seco, ni demasiado masculino ni demasiado femenino, por eso no cansa, no molesta, no abruma. El resultado de tan sutil estímulo es que le pone a uno de muy buen humor y, ya se sabe, cuando uno está de buen humor y contento, consume más. Desde hace unos meses he notado que aquí, en Madrid, varias tiendas huelen exactamente igual que ese negocio que acabo de mencionar. Y, como yo debo de ser descendiente directa del perro de Pavlov, en cuanto entro en un local así perfumado, de inmediato me pongo a salivar –o mejor dicho a comprar todo lo que se me ponga por delante–. El otro día comenté este fenómeno con un amigo publicista y él me explicó que existen empresas que se dedican exclusivamente a “perfumar negocios”. Sí, como lo oyen. Hay firmas que se ocupan de instalar un sistema de ambientación general acorde con el local y la mercancía que en él se venda. De este modo, tienen en su catálogo de olores no sólo ese delicioso perfume que a mí me incita a comprar como loca, sino otros muchos. Así, por ejemplo, para restaurantes disponen de un sofisticado sistema que expande el perfume por el aire acondicionado y que hace que el local huela a lo que más incite a comer. Por lo visto, lo que resulta más eficaz en estos casos es un olor a horno de leña que recuerda (a los que ya vamos peinando canas) a las cocinas tradicionales o de campo. Las tiendas de ropa para niños, por su parte, pueden perfumarse para que huelan a algo que nos retrotraiga a la infancia, la colonia Nenuco, por ejemplo, o el siempre evocador olor a goma de borrar. En tiempos de crisis estos listísimos señores se han dado cuenta de que lo mejor es recurrir a mensajes subliminales, y nada tan subliminal como el sentido del olfato. No sé ustedes, pero yo me pierdo por un olor, puesto que soy extremadamente sensible a todo lo que me llega por la nariz. No voy a recurrir a la obviedad de afirmar que me echa para atrás un olor desagradable (a quién no). Lo que digo es que un olor me predispone mucho a favor o en contra. De esto me di cuenta de la manera más imprevista hace años, cuando creí que me había enamorado de un tipo horrible. Yo no comprendía por qué me atraía tanto aquel fulano petulante, egocéntrico, tremendo, y pensaba que se debía a eso de que «el corazón tiene razones que la razón no entiende» hasta que me di cuenta de lo que pasaba. Y lo que pasaba era que aquel tipo ‘olía’ igual que un profesor de matemáticas del que yo estaba perdidamente enamorada a los doce años. Desde entonces, presto mucha atención a los aromas, los perfumes, los olores. Y es que, soy muy consciente de lo fácil que resulta que alguien me maneje, como quien dice, por la nariz. Por eso les recomiendo que cuando vayan a una tienda, un restaurante o un local cualquiera, preparen la pituitaria. Y es que en este mundo tramposo en el que vivimos, no sólo puede ser mentira lo que vemos y oímos, sino también lo que olemos y, por tanto, lo que sentimos. Inventos modernos que recurren al más irracional e intuitivo de nuestros sentidos, imbatible combinación, sin duda.

Texto: Carmen Posadas

11 de julio de 2009

La elegancia del erizo


En el número 7 de la calle Grenelle, un inmueble burgués de París, nada es lo que parece. Dos de sus habitantes esconden un secreto. Reneé, la portera, lleva mucho tiempo fingiendo ser una mujer común. Paloma tiene doce años y oculta una inteligencia extraordinaria. Ambas llevan una vida solitaria, mientras se esfuerzan por sobrevivir y vencer la desesperanza. La llegada de un hombre misterioso al edificio, propiciará el encuentro de estas dos almas gemelas.
Juntas, Reneé y Paloma descubrirán la belleza de las pequeñas cosas. Invocarán a la magia de los placeres efímeros e inventarán un mundo mejor. La elegancia del erizo es un pequeño tesoro que nos revela cómo alcanzar la felicidad gracias a la amistad, el amor y el arte. Mientras pasamos las páginas con una sonrisa, las voces de Reneé y Paloma tejen, con un lenguaje melodioso, un cautivador himno a la vida.


Novela protagonizada por dos singulares personajes: Reneé Michel, portera del inmueble, donde cada familia aparenta grandezas de las que carecen, disimulando también sus miserias. Ella responde a lo que los demás piensan que es: tosca, vulgar, poco agraciada, … aunque es una persona cultivada: escucha música clásica y su novela preferida es Anna Karennina, tanto es así que su gato se llama León por el autor de la obra.
Reneé es una gran observadora y contempla y mide la hipocresía de los vecinos que viven en el edificio.
Paloma Josse es una niña que se encuentra asqueada con su vida. Tanto es así, que quisiera poder hablar con alguien de sus inquietudes. Está decidida a suicidarse y quemar el piso de su familia para escarmentarles. Su padre es político y su madre se gasta una fortuna en la consulta del psicoanalista para olvidar sus frustraciones; su hermana mayor piensa únicamente en la moda y en encontrar un buen marido, mientras filosofa sobre la literatura en la época medieval.
Paloma es superdotada y tiene una rica vida interior en la que analiza y describe con certera y minuciosa acidez el orgullo y la mezquindad de sus mayotes.

Aparece un tercer personaje: Kakuro Ozú, un viudo japonés que llega al vecindario. El Sr. Ozú no se fija en lo superficial, sino que descubre la grandeza que esconde la portera y acaba haciendo de nexo de unión entre ésta y Paloma. Kakuro, poco a poco ayuda a la Sra. Michel a descubrir ese amor y esa apertura al exterior que de hecho lleva buscando toda la vida. Más adelante, Reneé y Paloma cruzan sus caminos y avanzan juntas hacia la superación de sus problemas.

Hay muchas escenas que destacan por la genialidad y diversión. Por ejemplo, la preparación llevada a cabo por Reneé, junto a su inseparable amiga portuguesa Manuela, asistenta en uno de los pisos, de su cena en casa del Sr. Ozú; acudiendo a la peluquería por primera vez en muchos años y consiguiendo un vestido adecuado por medio del préstamo conseguido en la tintorería por Manuela, que se presenta con el traje de una señora que falleció antes de ir a recogerlo.

Extraigo de una de las páginas lo que Paloma opina sobre la Sra. Michel:
“La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está abierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes”.

El libro está lleno de filosofía, las miserias del orgullo humano, la hipocresía social, la búsqueda de la verdad y la belleza, la ayuda al prójimo, … Son temas que trata la autora de manera discreta y a través de los diálogos.

3 de julio de 2009

Las esquinas de las rosas


En realidad, mi padre no tuvo nunca trabajo. Tuvo, eso sí, muchos trabajos. A veces llegaba a casa y se sacaba unas monedas del bolsillo. Aquello era trabajo. Otras veces regresaba por la mañana y estaba de mal humor porque en la plaza nadie había ido a buscar manos. Aquello era el paro. Y el paro ya no avergonzaba a nadie, porque en nuestro barrio, lo del trabajo era un lujo. Pronto las monedas perdieron todo su valor, porque los billetes tenían cada vez más y más ceros. Y madre decía que con aquellas cantidades que figuraban en los billetes de banco hacía años que hubiéramos podido comprar el palacio de los Menahem, cuyas cúpulas se vislumbraban detrás del bosque de abedules al otro lado del arroyo.

Mi madre me dijo un día que la situación era grave, que papá hacía lo que podía pero que tenía que hacer lo posible para traer alguno de esos billetes con tantos ceros a casa. Que no hiciera nada ilegal, pero que trabajara en algo. Y que algún día las cosas mejorarían, porque le habían hablado de un nuevo partido que estaba dispuesto a dar trabajo a todo el mundo y que, si ganaba las elecciones, todos volverían a comer. Pero, mientras tanto, teníamos que resistir. “Olvídate de la escuela, Fritz. Ahora necesitamos tus billetes de muchos ceros”. Y no fue difícil encontrar una manera de vender sin tener que comprar.
La verja de la mansión de los Menahem estaba rota en una esquina. Tan sólo había que cortar las zarzas y te colabas en su jardín. Y ahí, en aquel jardín, crecían flores de todos los colores y en casi todas las estaciones. Por ahí me metía cada día, cortaba las flores con cuidado, para que nadie se diera cuenta de la rapiña. Luego montaba unos cuantos ramos y me plantaba frente a la puerta principal de los Menahem. En cuanto salía la señora Mnahem y su marido Simon o sus hijas siempre tan bien vestidas, la señora Menahem me llamaba y me compraba los ramos de las flores de su propio jardín. “Qué bonitos son. Los voy a llevar ahora mismo a la sinagoga”, porque los Menahem eran judíos y propietarios de unos grandes almacenes. Eran muy amables y, con ese ritual diario, conseguí llevar a casa más dinero que papá.

Y es que papá se dedicaba ahora mucho más a la política que a trabajar. Los domingos salía de casa con una camisa parda y me llevaba con otros camaradas a cantar y a escuchar a gentes que hablaban del orgullo alemán y de la resurrección del pueblo. Y mi padre estaba contento y si mi padre estaba contento, yo también. Y continué entrando en el jardín de los Menahem y vendiendo flores a los señores hasta que un día, los Menahem ya no salieron de casa y tuve que buscar otros compradores de rosas, porque papá me dijo que los judíos iban a ser expulsados.

Fue así como, de la noche a la mañana, papá nos llevó a una casa nueva y se acabaron las preocupaciones porque su partido había ganado. Y yo dejé lo de las flores y volví a la escuela y me pusieron un uniforme muy bonito. Y al cabo de unos años, me convertí en soldado. Y nuestro ejército empezó a recuperar todos los territorios de antes. Y un día, con unos camaradas, me ordenaron que fuese a una detención. Y me llevaron a la antigua casa de los Menahem. Mis camaradas prendieron fuego a la casa y a los abedules. Vi entonces a la señora Menahem entrando con una gran elegancia al coche celular. Me reconoció: “Cuídame las rosas, Fritz. Siempre has tenido manos de jardinero, no de carnicero”.


Texto: Joan Barril
Fotografía: HANNOVER, 1930. Un niño vende flores durante los años de la República de Weimar

29 de junio de 2009

Dos

Finalizó, aunque no del todo. Aún quedan días de estudio, pero me tomo un breve descanso, porque después he de comenzar nuevamente para otras oposiciones.

Los días anteriores los calificaría de nervios e inquietud. En la entrada anterior a ésta, ya me encontraba así.

El examen fue variado en cuanto a contenido, mezcladas preguntas fáciles, difíciles y pocas de dudosa respuesta. No me gusta precipitarme para valorar si creo haber aprobado o no, ni hacer más de lo que hice, y como el resto de los que estuvimos en la prueba, esperaré a que llegue el resultado. Tampoco me proporcionó desánimo pero sí un alivio.

Además, no es porque se acercase el día del examen, pero iba acumulando horas de sueño perdidas.
La pasada noche he dormido plácidamente; quería aprovechar la frescura del ambiente exterior hasta que comiencen a subir las temperaturas, así que dejé la ventana abierta.
El amanecer se mezcló con el cantar de pájaros y un suave y agudo acorde de un violín, cuyas notas pertenecían a un fragmento de una sinfonía bastante familiar. Seguí con los ojos cerrados e imaginaba numerosas escenas que acompañaban a tales sonidos, la mayoría de ellas emotivas. Más tarde, los pájaros seguían cantando, el violín cesó. Quizás el propietario lo guardase en su funda correspondiente, hasta la próxima vez.


9 de junio de 2009

Un paréntesis


Necesito un descanso, por el momento no va a ser posible. Algunos sabéis que preparo oposiciones y a final de este mes me examino. Será uno de los tantos que habrá, pues he presentado varias instancias.

Noto que apenas da tiempo a pasarme por vuestros blogs. Tampoco estoy agobiada con el examen -cumplo con lo que me organizo para el día a día- pero sí nerviosa. No quiero dejar nada para última hora.

Para este examen es difícil conseguir plaza. Intentaré lograr un buen puesto en la bolsa de trabajo.

Seguiré acordándome de vosotros y en cuanto finalice me veréis de nuevo por aquí.

Aporto el toque humorístico con unas viñetas de Forges y Euler:





2 de junio de 2009

Coco Chanel, genio y figura


No se cumple ningún aniversario especial, pero el mito de Coco Chanel es objeto de deseo del cine. Tres películas se estrenarán en los próximos meses sobre la figura de Gabrielle Chanel, considerada la gran revolucionaria de la moda del siglo XX, que fue amante de algunos de los hombres más poderosos de su tiempo y que supo construir un verdadero imperio del lujo. Uno de estos filmes, que llevará por título Coco antes de Chanel, lo protagoniza Audrey Tautou, a quien la gente recuerda sobre todo por el ingenuo personaje de Amélie, quien ha declarado que en la película ha querido demostrar que, tras la elegancia y la compostura de Coco, se escondía una mujer furiosa, encolerizada como resultado de un caos interior difícil de gestionar: “Tenía ganas de vivir, pero no sabía cómo”.

La leyenda de Coco Chanel arranca en el momento de su nacimiento en un hospital de pobres de Saumur. Era la segunda hija ilegítima de una pareja de vendedores ambulantes, y aunque sus padres acabaron casándose, la familia se descompuso cuando ella tenía seis años, al morir su madre, y ella fue a parar a un orfanato en la Auvernia. Una tía paterna la rescató con 20 años, le enseñó a coser y juntas se dedicaron a reformar por unos pocos francos el guardarropa de sus vecinas. Como aquello sólo daba para malvivir, intentaron ganarse el sustento en Vichy como cantantes de sus numerosos cafés. Su tía pronto vio que aquello no era lo suyo, pero Gabrielle, a quien el público empezó a llamar Coco, porque este nombre aparecía en el estribillo de una de sus canciones, persistió, hasta que un joven soldado se encaprichó de ella. Étienne Balsan era rico y acababa de adquirir una villa campestre donde criaba caballos. Durante seis años vivió allí ociosamente aprendiendo a montar a caballo y a matar las tardes compartiendo el té con emperifolladas damas. Sus aparatosas pamelas animaron a Coco a diseñar sombreros de paja simples, pero elegantes, para sus amigas. Ella pidió a Étienne que le financiase una sombrerería. Él se negó pero le cedió un apartamento en París para intentar que se distrajera de sus devaneos modistiles. Un jugador de polo, empresario avispado y mujeriego empedernido, al que llamaban Boy, decidió ayudarla y le alquiló una tienda en la Rue Cambon de París, que rotuló como Chanel Modes.
Coco Chanel iba a liberar a la mujer de sus apelmazados vestidos cambiándolos por camisas, jerséis abiertos, faldas rectas hasta los tobillos, chaquetas anchas…
Supo ser la mejor publicista de su marca. Ella solía afirmar que nunca habría creado un vestido que no fuera capaz de llevar. La relación con Boy pasó de lo comercial a lo personal, cuando finalmente murió en 1918 en un accidente de coche. Coco le homenajeó con un vestido negro que se convirtió en uno de sus grandes éxitos, aunque había nacido para mostrar su luto al mundo.
El pintor Josep María Sert y su esposa Misia fueron entonces su refugio y la presentaron no sólo a la alta sociedad sino también al mundo intelectual. Picasso, y sobre todo Stravinski, fueron amantes suyos. Y más tarde, el duque de Westminster.


Chanel tuvo la habilidad de darse cuenta de que con la crisis económica de 1929 las cosas tardarían en volver a la normalidad, así que supo crear un discurso para los tiempos de crisis. “Parecer rico se consideraba de mal gusto”, diría más tarde, así que puso de moda unos vestidos más discretos e incluso las joyas falsas.
Ahora que la industria del lujo intenta reinventarse, estaría bien que leyesen a Coco. De momento tres películas van a recuperar su esplendor y sus sombras.

Texto: Marius Carol

30 de mayo de 2009

Un encargo...




Carmen me ha pasado el siguiente meme. Es el primero que hago. A ver qué tal sale.


Las reglas son las siguientes:

Responder a las preguntas en tu blog.
Cambia una pregunta que no me guste por otra inventada por mí.
Añadir una pregunta creada por ti.
Pasarlo a 8 personas.


¿Un buen lugar para relajarse?
Elijo dos: el campo y la playa. Me ayudan a meditar o realizar cualquiera de mis aficiones.


¿Te echas la siesta?
Ahora mismo no, pero en cuanto acabe el examen aprovecharé. Me gustan las siestas breves.


¿Quién ha sido la última persona que has abrazado?
A una amiga y compañera de antaño de costura que vi esta mañana en el supermercado. Tiene cáncer, necesitaba ánimos y no me costó nada dárselos.


¿Tu plato preferido para la cena?
Algo ligero, puede ser un sándwich vegetal o fruta y un yogur desnatado.


¿Cuál es la última cosa que te has comprado?
Los libros que mostré aquí y un par de sandalias de Pilar Burgos (muy baratas de precio para no estar en periodo de rebajas).


¿Qué escuchas ahora mismo?
Cantar de los pájaros al pasar por la ventana, niños gritar mientras juegan en el parque y música de Vicente Amigo (cómo toca la guitarra éste hombre).


¿Tu estación preferida del año?
Me gustan todas; reconozco que hace unos años me gustaba más el invierno.


¿Qué tienes en el armario de tu baño?
Cremas, champú, acondicionador, sales, espuma de baño, leche corporal, jabón de canela y lima…


Dí algo a la persona que te pasó este meme…
Carmen es de las primeras personas que comenzó a opinar en mi blog. La noto cercana -aparte de residir en la misma ciudad- por lo que transmite en su blog. Derrocha simpatía por doquier, como se suele decir. Se nota que es amiga de sus amigos. Prepara unas recetas de cocina que tengo pendientes llevarlas a la práctica.


Si pudieras tener una casa totalmente amueblada gratis en cualquier parte del mundo… ¿Dónde te gustaría que estuviera?
Donde me hallo: en Sevilla. Me costaría mucho separarme de esta bonita ciudad.


Lugar favorito de vacaciones.
Me es indiferente pasarlas en lugar de costa, montaña, etcétera. ¿Por qué no pasar vacaciones en el mismo lugar donde una reside? Me gustaría volver a ver de nuevo pasos de Semana Santa por la calle.
Quisiera volver a París, donde estuve hace muchos años y conocer Roma, la Toscana y Praga.



¿Cuál es tu té favorito?
No me gusta el té.


¿De qué te gustaría librarte?
De la hipocresía.


¿Qué querías ser de pequeña?
Periodista. Recibí un magnetófono como regalo y realizaba “entrevistas” a mis abuelos. Seguidamente, rebobinaba la cinta, la escuchaban y se reían. También recortaba noticias de prensa escrita y hacía un "informativo", grabándome a mí misma.


¿Qué echas de menos?
La paz mundial y el diálogo que lleve a buen camino (nada fácil).


¿Qué estás leyendo ahora mismo?
La elegancia del erizo.


¿Cuál es tu marca preferida de vaqueros?
No tengo una marca concreta. Los que uso son del mercadillo y me gusta como me quedan.


¿Qué pieza de diseñador de ropa te gustaría tener?
No poseo título de diseñadora, pero algo propio por qué no. Lo he hecho muchas veces, cuando tengo tiempo y me pongo en ello.
Me gustan, también, los diseños de Ángel Schlesser. Pero como no me puedo permitir adquirirlos, los contemplo.


¿Vivirías tu vida de otra manera a como la vives ahora?
Sí. Pero sólo un poco.

¿Volverías a crear tu blog?
Claro. Hace un año, por este tiempo, ni lo pensaba y ahora…


La pregunta de Tejedora… ¿Qué obra pictórica te gusta?
Cualquiera perteneciente al Barroco.


La pregunta de Carmen… Algo que no harías nunca.
La violencia en todos sus sentidos.


La pregunta de Alijodos… ¿Quiénes son las personas más importantes en tu vida?
Familiares y amigos. ¡Ah! Mis gatos, también los considero “personas”; les falta “hablar”.


La pregunta de Nameji: no podría vivir sin…
El cariño de los demás. Reconozco aportar cariño, aunque lo necesito.


La pregunta de Adegea es… ¿Cuál es tu hombre ideal?
Respetuoso, honrado, educado, sencillo y con un breve toque de humor.


La pregunta de Xocolat es… ¿Qué prenda que tengas en casa tiene valor sentimental para ti y por qué?
Se encuentran guardados, aunque los saco de vez en cuando para recordar. Son vestidos que me hacía mi abuela cuando era pequeña.



La pregunta de Ratona Presumida es… ¿En el armario de que famosa te gustaría perderte?
En el de la chica del anuncio de Heineken, jajaj.


La pregunta de Motoyica es… ¿Cuál es la combinación de colores que más usas?
Rojo, negro, beige, y gama de verdes.


La pregunta de Madame Chevreuse es… Tres cosas de las que te sientas orgulloso/a…
Familia, amigos y ser responsable.


La pregunta de Alma Master es… ¿Cuál es tu mayor defecto y tu mayor virtud?
Mi mayor defecto es que me preocupo más de mis defectos que virtudes. Mi mayor virtud: la bondad.


La pregunta de Ana es… ¿Qué serías capaz de hacer por un amigo?
Todo lo que fuese posible. Sabe que me tiene ahí.

Nomino al que quiera hacerlo. ¡Animaros!

28 de mayo de 2009

Las hermanas Grimes


"Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz, y al echar una mirada retrospectiva siempre da la impresión de que los problemas comenzaron con el divorcio de sus padres." Así empieza esta magistral novela del autor de Vía Revolucionaria: la historia de dos hermanas que construyen sus vidas por caminos opuestos. Para Sarah, el matrimonio y la vida familiar son un refugio seguro, aunque no garanticen la felicidad. Emily, en cambio, busca en un hombre tras otro las respuestas que no puede darse a sí misma, y procura en vano huir de la soledad. La Nueva York de los años treinta a los setenta, a la que llegan los ecos de la Segunda Guerra Mundial y del psicoanálisis, es el escenario de esta novela valiente y demoledora, profundamente humana.


Sarah y Emily Grimes son hijas de un reportero frustrado que trabaja como copista en un panfleto reaccionario y de Pookie, como le gusta que la llamen, una mujer parlanchina, que hace gala de unas injustificadas aspiraciones de clase y cuyos adjetivos preferidos, repetidos hasta el extremo de perder todo su sentido, son “maravilloso” y “delicioso”. Tras la separación del matrimonio, las niñas se quedan con Pookie, que empieza una peregrinación por distintos empleos y domicilios. Sarah, la mayor, hace suyas las aspiraciones de su madre: encontrar un marido maravilloso, vivir en una casa deliciosa y tener hijos que sean ambas cosas. Emily, por su parte, es la independiente, la liberal, la que aspira a ir a la universidad y tener una carrera. Ambas consiguen lo que quieren. Sarah se casa con un hombre que se parece a Laurence Olivier, se muda al campo y es madre de tres hijos. Emily consigue una beca universitaria, estudia literatura y entra en una agencia publicitaria; por el camino conoce a buen número de hombres.



Las hermanas pasan por una serie de malos tragos en nada ajenos a lo que cualquier persona puede experimentar: el envejecimiento y muerte de los padres, la mudanza de carácter de las parejas, los trabajos que se revelan infructuosos, la continua postergación de ciertos sueños… La familiaridad de los baches que sufren las Grimes, el modo natural como se suceden -no por previsible menos sobrecogedor- y la forma en que es mostrado el paso del tiempo -como agua sucia que corre entre los dedos dejándolos cubiertos por una película desagradable- hacen que esta novela se lea con un nudo en el estómago. Un nudo que nunca se destensa. Pero gracias al buen oficio de Yates no dejamos de pasar las páginas.



Lo que mayor desasosiego produce es el discurrir del tiempo. En poco más de doscientas páginas, Yates concentra la vida de varias personas, y en particular la de Emily, la hermana pequeña y personaje central de la novela. Pero lo peor no es la rapidez con que se suceden los acontecimientos, sino su carácter infructuoso. O aparentemente infructuoso.



A pesar de todos sus deseos de independencia Emily no es tan impermeable como piensa a los adoctrinamientos de su madre. Sin ser plenamente consciente de ello busca una vida tan perfecta y ordenada, tan de color de rosa como la que (aparentemente) disfruta su hermana. Nada le parece lo bastante bueno, ningún trabajo, ningún hombre, ninguno de sus intentos por convertirse en escritora…



Cada vez que Emily se encuentra en una situación que la incomoda, la confunde o la frustra, o cada vez que la vida la deja en la cuneta, siempre dice lo mismo: «Ya veo». Pero no es cierto. En realidad no ve nada. No ve que sus sucesivas parejas llevan los defectos expuestos en la solapa: el universitario impotente, el poeta atormentado por su declive creativo, el ejecutivo que sigue enamorado de su primera mujer… Ella sólo ve idealizaciones de lo que podría llegar a ser.



Al final, a fuerza de equivocarse, Emily abandona sus sueños de perfección. Se carga de tristeza y rencor contra todo y todos los que la rodean. Y una vez más vuelve a equivocarse. Vuelve a no ver. Porque es cierto que la perfección resulta inalcanzable, pero hay personas y objetivos en los que confiar, y están ahí, presentes, desde siempre, sólo hay que enfocar la mirada para verlos.

22 de mayo de 2009

¿Defecto o virtud?


Como buena Leo, mi gran defecto es el orgullo. No es que yo crea demasiado en el horóscopo, pero desde luego en esto da en el clavo; tengo un orgullo de esos que antiguamente se denominaban “demoniacos”. En otras palabras, soy capaz de hacer verdaderas estupideces cuando alguien hiere mis sentimientos o me siento ninguneada. Hasta ahora siempre había considerado este rasgo de mi carácter como algo muy negativo (ni se imaginan las cosas que he hecho por orgullo magullado), por eso ha sido una sorpresa encontrar un artículo en un periódico norteamericano que descubre que el orgullo no sólo es positivo, sino que es una inestable virtud. Por lo visto, con esto de la traída y llevada crisis, psicólogos de diversas universidades se han dedicado a estudiar las distintas actitudes de las personas que se quedan sin trabajo. Mire usted a su alrededor en las plataformas de los trenes de cercanías, en la parada del autobús, en la calle, dice uno de esos estudios. Es muy posible que lo que estén haciendo muchos yuppies que vea por ahí con trajes de Armani, tirantes superfashion y cara de muy ocupado es apresurarse, no hacia sus carísimos despachos, sino hacia la cafetería de la esquina. ¿Engaño? ¿Una forma patética de ocultar que están en la calle? Según los psicólogos, esta actitud, lejos de ser frívola y engañosa, es una muy eficaz estrategia que remite a mecanismos mentales perfectamente justificados, que podríamos llamar “la estrategia del orgullo”. Hasta ahora, el orgullo, como estrategia social, no había sido especialmente estudiado. Frente al miedo, el júbilo y otras pulsiones humanas, el orgullo se consideraba demasiado variable según las diversas culturas como para medir su eficacia. Se ha descubierto, sin embargo, que contrariamente a lo que se cree, las expresiones de orgullo –elevar la barbilla o poner los brazos en jarras, por ejemplo- son idénticas en todas partes del mundo.

Durante las Olimpiadas de 2004 se estudió, además, que las demostraciones de triunfo (alzar los brazos, golpes en el pecho con los puños cerrados, etcétera) eran idénticas en atletas de los cinco continentes y también las manifestaban los atletas ciegos y paralímpicos.
El estudio fue más allá y descubrió algo completamente inesperado: que la gente asocia una expresión de orgullo al éxito, aun cuando quien la realice sea una persona de menor consideración social, mientras que a un supuesto líder que se muestre avergonzado se tiende a despreciarlo. Todas estas interesantes observaciones se han puesto ahora en relación con la actitud que las personas adoptan ante la adversidad, ante la pérdida del empleo, por ejemplo, o ante la ruina económica o un revés amoroso. Y al hacerlo se ha comprobado que poner al mal tiempo buena cara no es sólo una bonita frase, sino una muy eficaz estrategia. Lo es porque el orgullo (hablamos siempre del orgullo sano, no de la soberbia o la arrogancia) no sólo proyecta una imagen positiva, sino que actúa como un imán sobre las demás. En efecto, según estos recientes estudios, una imagen de orgullo denota una sensación de seguridad, de valía personal. Además, los psicólogos han descubierto que fingir una actitud de orgullo irradia una imagen de seguridad que, a su vez, hace sentir más seguro al fingidor. Todo esto se debe, por lo visto, a que el orgullo engendra perseverancia. Y la perseverancia es, por lo menos en mi experiencia, mucho más útil que la inteligencia, e incluso que la preparación, a la hora de alcanzar cualquier objetivo. Tal vez por eso yo, a pesar de que siempre he considerado mi orgullo un gran defecto, si soy sincera y miro para atrás en mi vida, me doy cuenta de que, así como me ha hecho cometer algunas tonterías, también me ha ayudado muchísimo. Como yo les he contada alguna vez, ni se imaginan la de metas que he alcanzado sólo por darles en las narices a unos cuantos.

¿Orgullo hipertrofiado el mío? Sin duda, pero ahora por fin comprendo eso que tanto se dice de que todo el mundo tiene los defectos de sus virtudes (y viceversa).


Texto: Carmen Posadas
Ilustración: Ángel Pantoja











19 de mayo de 2009

En la Feria del Libro


Se celebra estos días la Feria del Libro en Sevilla. Podemos encontrar presentaciones de libros y conferencias entre otros. No quise perderme tal evento, además, tenía muchas ganas que llegara, así que acudí el fin de semana pasado.

Llevaba una lista en la que anoté libros que quería adquirir, unos los conseguí y otros no, aunque traje consigo algunos que no se encontraban en la lista.

Os muestro a continuación dos fotos: una de ellas es un aspecto de algunos de los setenta expositores que hay en su totalidad, y la otra son los libros que compré y comenzaré a leer de un momento a otro. Estos libros se han unido a la larga lista que esperan tanto en cajas como en la biblioteca de casa. Compartiré el comentario de cada uno de ellos con vosotros.





No se puede apreciar bien en la foto el título de los libros y sus escritores. Los pongo a continuación:

. Nuria Roca: Los caracoles no saben que son caracoles (llevaba un regalo que es “Una mujer en el mundo es una novela”, se trata de un libro en blanco para poder escribir).
. Tobias Wolff: Aquí empieza nuestra historia.
. Paolo Giordano: La soledad de los números primos.
. Juan José Millás: Los objetos nos llaman.
. Pavel Kohout: La hora estelar de los asesinos.
. Hustvedt: Elegía para un americano.
. Jabier H. Pizarroso: Suplicando ternura a los gatos.
. Torcuato Luca de Tena: Los renglones torcidos de Dios.