27 de marzo de 2009

Edades (III)


  • Cuatro años después

    Una tarde, mientras José tenía que hacer unas compras en el pueblo donde residían su madre y hermanos, decidió que Carmen y Ana estuviesen con ellos. Carmen estaba en la cocina ayudando a María José. Llegó Ana corriendo con una curiosidad que le corroía desde hace tiempo, tiró con lentitud de la falda de su madre y le preguntó:
    -Mamá: ¿Por qué tita María José anda así?
    La madre no tuvo tiempo de abrir la boca para responderle pues su tía anduvo deprisa hacia Ana y le dio una fuerte bofetada en la cara. La niña rompió a llorar.
    -No tienes bien educada a la niña. Esta pregunta no se hace, Carmen.
    -La niña es pequeña, es normal que se haga esta pregunta y además, no tienes por qué pegarle.
    Carmen dejó lo que estaba haciendo y se despidió de su suegra, no así de su cuñada y marchó con Ana en busca de su marido.




    Pocos meses después coincidió el ofrecimiento de un trabajo para Carmen y José a bastantes kilómetros de donde vivían. La madre decidió que sus hijas se quedaran con sus padres, pero el padre dijo que Ana se quedara con su madre y hermanos y la hija mayor con los padres de Carmen. Al principio no le pareció bien que la hija menor se quedara con los padres de su marido, pues recordó el incidente ocurrido con su cuñada meses atrás, aunque no se dignara a pedir perdón jugaba últimamente con la niña. Finalmente accedió y así los viernes irían a por Ana para llevársela al pueblo y ver así a sus abuelos maternos y hermana. También sopesaron que la hermana mayor ya tenía sus amigas, no querían cambiarla de centro escolar y a Ana había que matricularla para preescolar.



    María José no olvidaba lo acaecido aquel día. En definitiva le guardaba rencor a su sobrina. Tenía que hacer algo con ella.
    Cuando su hermano salía a las calle con los amigos para tomar una cerveza y jugar a las cartas o bien cuando estaba trabajando en el campo, María José conectaba la televisión y aumentaba el sonido aprovechando la sordera de su madre. Vociferaba, ordenándole a su sobrina que dejase de jugar con las muñecas y seguidamente la llevaba cogiéndole el brazo con brusquedad hacia una habitación sucia, rodeada de chismes y heces de palomos. En la misma le pegaba con un hierro, le abofeteaba o le producía una quemadura en cualquier parte de su cuerpo con un mechero. Ana lloraba, gritaba y sentía dolor; todo esto se llevaba a cabo a principios de semana, pues su tía “preveía” que para el viernes, cuando sus padres la vieran, quizás no tuviese resto de heridas.
    Si la situación no se producía en la estancia anterior, la llevaba al baño. Un día la empujó fuertemente contra la pared haciendo que la espalda de Ana sangrase al rozar con un azulejo resquebrajado.
    Tenía bastantes moratones, en definitiva, heridas que su tía, además de maltratarla, les curaba. Amenazaba a su sobrina con que si decía a alguien lo que le estaba haciendo se desharía finalmente de ella. La niña le preguntaba, cuando iba siendo algo mayor qué culpa tenía de haber realizado en ese día tal pregunta a lo que respondía su fría tía que mejor sería que no la hiciese, si no, no estaría comportándose como ahora con ella.
    Ana lo pasaba mal en el transcurso de los años, tenía ganas de quedarse en la escuela y no regresar a casa de su abuela. Las profesoras y amigas la notaban triste. Tampoco su abuela podía ver los moratones visibles, pues estaba cayendo en una ceguera a consecuencia de la diabetes.



    Desde que Carmen y José iban todos los viernes para recoger a Ana, notaban sus heridas. Preocupados, pensaban a qué se debían. Preguntaron a María José si le habían pegado en el colegio, ésta decía que un día, al ir a por ella, una compañera le estaba pegando y que quizás sería eso lo que ocasionara que la niña se encontrase así. También veían un comportamiento extraño, ya que apenas se relacionaba con nadie, inclusive de la familia y pasaba bastante tiempo encerrada en el dormitorio.
    Ana decidió llamar por teléfono desde su trabajo y así conversar con la profesora de su hija: le confirmó que era una niña muy dulce, entrañable, simpática y responsable en clase y que no era cierto lo que le comentó su tía sobre la pelea con una compañera. Añadió que también vio sus heridas, la citó con ella para que le dijese quién se las había provocado y no quiso responderle. Todo esto estaba inquietando a los padres de Ana.


    Ocho años después

    Un viernes, Ana quiso reunir en casa de su abuela a sus padres con su tía, no estaba dispuesta a aguantar más lo que su tía le hacía. Les confesó quién era la que la maltrataba. Su tía, vencida por la ira, con aquellos ojos que a punto estaban de salir de sus órbitas, cogió a su sobrina del brazo para llevársela. A partir de ahí se desató una fuerte discusión entre José, Carmen y María José. Decidieron no llevarla a los tribunales pero sí llevarse consigo a la niña y lógicamente, que no la tocara jamás.
    Desde entonces, José y Ana marcharon de sus trabajos para estar más cerca de sus hijas, especialmente de la pequeña.


    Nueve años después

    Ana parecía otra niña, aunque siempre recordaba esos malos momentos. Ayudaba, con ilusión y entusiasmo a sus padres en los preparativos de su Primera Comunión, pues la celebración se llevaría a cabo en una finca perteneciente a sus abuelos maternos. Disfrutaba cuando iban a visitar a las empresas que se encargaban del alquiler de sillas, mesas, vasos y cubiertos, preparación de la tarta, concertar la cita con la peluquera y encargar a la imprenta las estampas para entregar como recordatorio a los asistentes.
    Días antes del evento, María José llamó a su hermano y cuñada para decirles que no podía celebrarse la comunión de su hija, ya que operaban dos semanas antes a su madre. Ellos se negaron a cancelarlo, la operación tampoco revestía gravedad alguna para cancelarla, lo que provocó un enfado en ella. Ana quería que estuviese con ella su abuela materna en la celebración, así que como el día anterior recibió el alta, José fue a buscarla en coche para que su hija disfrutase de ella, igual que el resto de los invitados.


    Diecisiete años después

    Ana fue con su padre a visitar como todos los domingos a su abuela. Esta se encontraba completamente ciega y casi no podía escuchar. María José, como siempre, y afortunadamente, se hallaba escondida en algún lugar de la casa.
    -Ana.
    -¿Qué, papá?
    -Tenemos que irnos, tendrás que preparar la maleta para que mañana te lleve temprano al internado para estudiar.
    -No quiero irme, papá. Me encuentro bien con la abuela.
    -Sí, te comprendo, pero debemos irnos.
    Su abuela reía mientras tanto. Ana le dio un beso a la vez de un abrazo tan fuerte, que pensaba que jamás volvería a ver a su abuela. A pesar de esto, se despidió con un “hasta pronto, abuela”.
    Tres días más tarde, la abuela paterna de Ana falleció de un infarto. Ella asistió a su entierro.



    Tras el fallecimiento, la casa perteneció en herencia a todos los hijos según el testamento. Cada uno obtuvo su parte correspondiente de dinero tras la venta.
    María José contrajo matrimonio con un hombre viudo y decidieron que con ellos viviría el hermano que se encontraba soltero. Dicha noticia llegó a los oídos de Ana a través de sus primos.


    Veintinueve años después

    Ana iba en el coche con su hermana mayor a hacer unos recados. Esta quiso detener el vehículo y bajaran del mismo porque se encontraban junto a la casa de sus abuelos paternos, pues no la había visto desde el funeral de su abuela paterna. Mientras caminaban hacia la misma, observaron que la fachada seguía casi intacta, salvo por algunas cornisas caídas al suelo. Por fortuna, y para evitar males, se encontraba vallada. Ambas se adentraron a la parte que correspondía a la cochera y entonces pudieron observar que el resto de la casa estaba derrumbada. La hermana mayor de Ana decía con asombro:
    -Mira Ana: en aquel lugar estaba la salita, en aquella la cocina de la planta baja, en aquella…
    Ana la interrumpió. Marchó corriendo hacia el coche porque mientras su hermana hablaba, se percató de que aún seguía la azulejería del baño, incluido aquel azulejo resquebrajado.



    FIN

24 de marzo de 2009

Edades (II)


La infancia de Ana transcurría de manera normal. Sus continuos lloros, y tras reiteradas visitas médicas que le restaban la menor importancia, se prolongó trece meses y medio, según su madre, día y noche. A partir de entonces no lloraba con la misma frecuencia.


Dos años después

Su hermana y ella vivían en un confortable y acogedor piso situado cerca de la casa donde residían sus abuelos maternos. Su abuelo decía que parecía una gitana con la piel morena, dos aceitunitas negras como ojos y cabello negro rizado corto y, junto a su esposa, jugaban demasiado con sus nietas.

Los fines de semana, Carmen y José iban en coche junto a sus hijas, para estar unas horas con la familia paterna. El pueblo donde habitaban los padres de José estaba a tres cuartos de hora en coche. Los abuelos paternos de Ana vivían, además, con dos hijos más que se encontraban solteros (varón y hembra) y contaban con una deficiencia física desde su nacimiento: no andaban de forma correcta, sino que se tambaleaban. Tampoco les hacía falta muletas para desplazarse de un sitio a otro.
Fernando, el padre de José, a pesar de ser machista y dejarse llevar por lo que decían sus hijos y esposa, respecto al machismo, quería mucho a sus nietas. Lo peor era después, cuando se marchaba el matrimonio e hijas de regreso al pueblo, pues enseguida su hija María José le reñía y cuestionaba la actitud mostrada con sus nietas durante la visita. Pero Fernando callaba.
Siempre tenía unos caramelos en su bolsillo para ellas. Tras aceptarlos, ambas agradecían, jamás se le olvidaban, pues se lo inculcaron sus padres.
A lo que más le gustaba jugar Fernando con Ana era al caballito y enseñarle los canarios que él mismo criaba. El caballito lo hacía de forma que sentaba a Ana en sus piernas y él las subía y bajaba simulando el trote de un caballo. Fernando y su nieta Ana compartieron muchos momentos buenos, llenos sobretodo de risas. Todo esto duró poco. Fernando tuvo una enfermedad larga y dolorosa, ni su esposa e hijos solteros lo llevaron al médico cuando notaba los primeros síntomas sino que lo fueron demorando. José y sus hermanos casados se ocuparon de él desde el descubrimiento de la enfermedad hasta el fallecimiento.

23 de marzo de 2009

Edades (I)


Nacimiento: primavera de hace treinta y pocos años


-Por favor, necesito que alguien me ayude a trasladar a mi esposa desde el coche hacia aquí – dijo José impaciente y nervioso en recepción, pues su mujer se encontraba de parto en el interior del coche, justamente frente a la clínica.
Le acompañaron dos enfermeros que portaban una camilla. Carmen esperaba, gritando de dolor. Había roto aguas. Los tres la subieron a la camilla, camino hacia la clínica. En el zaguán se encontraron con el ginecólogo que atendía a Carmen durante el embarazo; le recriminó a ésta por qué había esperado tanto pues la cabeza del futuro bebé ya se encontraba fuera.
-Don Miguel: en cuanto sentí las contracciones hemos venido hacia aquí, mi marido y yo. Sabe que con nuestra hija mayor estuvo a punto de ocurrir lo mismo.
Seguidamente la llevaron a la sala de parto los enfermeros y el ginecólogo. José conocía el camino hacia la sala de espera, no le gustaba asistir a los partos, de esto habló hace tiempo con su esposa.
El parto transcurrió con normalidad. Carmen se interesó, tras nacer su hija si ésta se encontraba sana. El sexo del bebé no le importó, debido a que en sus revisiones ginecológicas aún no era posible predecirlo.

Quince minutos después la enfermera informó a José de que pasase a la habitación donde se encontraba su mujer junto a su hija.
Los llantos de Ana –así habían decidido su nombre si se tratara de una niña- recibieron a su padre, pues no paraba de llorar desde que comenzó a nacer. Tras besar a su esposa, ésta exclamó:
-Mira qué niña tan preciosa y tan sana.
-¿Otra niña?
-¿Y qué? Bienvenida sea.

José salió de la habitación para llamar desde un teléfono público a sus padres y comunicarles la noticia. Su madre atendió la llamada y no acogió bien la noticia. José había sido educado en un ambiente demasiado machista y para su madre y hermanos era fundamental la perpetuidad del apellido.

Durante el día y medio en que Carmen estuvo en la clínica a la espera de tener la orden de alta, José no cogía a su hija en brazos ni la besaba, aunque a Carmen esta situación le fuera repetitiva tras el nacimiento de su primera hija, al igual que la ausencia de visitas por parte de la familia de su marido. Sí hubo visitas de sus padres, hermanos, cuñadas,... y hasta la hermana mayor de Ana que acogió muy bien tener compañera de juegos, porque le ofrecía muchos cariños.


Veintisiete días después

Ana fue bautizada en la parroquia de su pueblo. El evento fue comunitario, pues el sacerdote, para no celebrar tantos bautizos durante el mes, en un solo día bautizaba a los niños nacidos durante el transcurso del mes o finales del anterior. Fue la protagonista, ya que todos los niños estaban callados, salvo ella que lloraba demasiado; el sacerdote en vez de sentirse molesto por sus lloros, tuvo un ataque de risa.
Acudieron sus abuelos y familiares maternos; de nuevo, y por segunda vez consecutiva, no lo hicieron los paternos.

21 de marzo de 2009

Manuel Machado: Canto a Andalucía


Cádiz, salada claridad. Granada,


agua oculta que llora.


Romana y mora, Córdoba callada.


Málaga, cantaora.


Almería, dorada.


Plateado, Jaén. Huelva, la orilla


de las tres carabelas.


Y Sevilla.


13 de marzo de 2009

Instrucciones para salvar el Mundo


Cuatro personajes inmersos en la apocalíptica modernidad de una gran urbe verán cómo se cruzan sus destinos.
Un taxista viudo que no supera la pérdida de su mujer, un médico desencantado, una prostituta africana aferrada a la vida y una vieja científica protagonizan esta novela urbana, sobre un trasfondo vertiginoso de asesinos en serie, amas sadomasoquistas un tanto estrafalarias y pequeños prodigios.

En la contraportada del libro hay algo que nos dice la autora: “La vida es bella, disparatada y dolorosa. Esta fábula para adultos intenta disfrutar de la belleza, colocar el dolor y reírse de ese disparate formidable”.

La novela está protagonizada por cuatro personas:

Matías es un taxista que se encuentra destrozado por la muerte de su mujer. No quiere volver a la casa donde ambos residían, sino que se refugia en la noche para llevar a cabo su incomprensión y venganza. Ignora los límites de su gran corazón y los excesos a los que le puede llevar una ciega desesperanza, aunque es una persona tierna.

Daniel es médico, trabaja en el servicio de urgencias de un hospital. Nota que no ejerce bien su profesión, así como la incapacidad de enfrentarse en su vida. Se refugia en “Second Life”. Es llevado por la desidia y cede ante la tentación del fracaso.

“Cerebro” es el pseudónimo de una anciana que se emborracha por las noches y duerme durante el día. Fue una brillante científica, encarcelada en la última etapa del franquismo.

Fatma es una bella joven de color, escapada de las violaciones y vejaciones a las que fue sometida en Sierra Leona. Trabaja en un prostíbulo a las afueras de Madrid. Conserva la fragilidad e inocencia como una especie de luz interior que quiere proteger.

El final de la novela nos deja una esperanza, debido a que las cosas pueden mejorar.

11 de marzo de 2009

Fruto esperado


Hay años en que se adelanta su florecimiento. Este año llevaba semanas esperándolo. Sabía que las últimas condiciones meteorológicas tendrían demasiada influencia. Y eso que no bastaba con un perfume que lleva su nombre, el cual me puse el pasado fin de semana y huele bastante bien. Necesitaba oler y ver dicha flor; da igual en qué lugar de la ciudad estaría situado el árbol. Finalmente, como siempre, se produjo. Me refiero al azahar.
El pasado lunes, mientras caminaba, tras pasar por un puente desde el que se divisaba el río Guadalquivir vino ese olor, retrocedí unos pasos y dí con el naranjo. Quería fotografiarlo, busqué en el bolso sin cesar entre los currículos y demás cosas, pues mayormente pongo la cámara de fotos en el mismo. No estaba, la olvidé en casa. Tampoco sirvió de nada el teléfono móvil pues reclamaba una carga de batería.
Pero ayer pasé por el mismo lugar y ésta vez con cámara de fotos. Seguía allí el naranjo, tan frondoso, con el olor que me gusta y ¿por qué no? me atrae. Mientras hice la foto me embriagaba su olor. Desde entonces, y como todos los años, más aún con esta flor tiene una especial importancia para los que residimos en este lugar de Andalucía (y en otros también) porque la primavera se acerca y si se lleva a cabo contemplando algo que tiene que ver con una tradición de años y años, mucho mejor.

4 de marzo de 2009

El sueño de Kate


Kate y Simon son dos treintañeros que trabajan y residen en la trepidante ciudad de Londres. Cada día hacen auténticos equilibrios para compaginar el disfrute de sus dos pequeños con su carrera profesional.
Un día deciden mudarse al campo. Se instalan en la acogedora vivienda de la madre de Simon mientras buscan su nueva residencia; Kate no puede borrar de su menta la imagen de una casa que se le ha aparecido en sueños y está decidida a encontrarla para convertirla en el hogar de su familia.
Meses después Kate va a tener que enfrentarse a un futuro completamente distinto del que había planeado: cada vez ve menos a Simon y no encuentra un lugar donde establecerse. Sin embargo, una tarde, mientras pasea por el bosque y recapacita sobre el rumbo que está tomando su nueva vida, se encuentra con dos sorpresas que marcarán su futuro: la casa con la que había soñado y su propietaria, la anciana Agnes Melton, a la que terminará uniéndole algo más que el cariño.

Interesante novela en la que se mezcla el brusco cambio de cómo se vive en una ciudad y después en un entorno rural, en el que Kate hace amigos, la relación con su suegra y la intensa amistad que se produce una vez que conoce a Agnes. Antes de la lectura, el libro nos adelanta un árbol genealógico que de por sí aclara algo. Se une también a Kate, la difícil relación con su marido una vez que viven en el campo así como la importancia que le da el segundo a su trabajo y los cambios constantes en su forma de ser para con su familia.