30 de octubre de 2009

Dos libros finalizados de leer desde hace tiempo


Rafael Montalbán tiene una forma poco ortodoxa de ganarse la vida: de jueves a sábado custodia la puerta de un club de alterne, y el resto de la semana ejerce de guardaespaldas ocasional y de cobrador de deudas por cuenta ajena. Pero su vida no fue siempre así: veinte años atrás era un boxeador prometedor que estuvo a punto de luchar por el título de Campeón de Europa superwelter, pero las coasa se torcieron: se enamoró de la mujer que menos le convenía y acabó traicionando a la única persona que se había portado bien con él. Ahora ha decidido empezar de nuevo, y cuando un periodista le propone ir a un programa de radio para contar su vida a los oyentes encuentra la excusa perfecta para expiar sus culpas. Pero eso no será más que el principio. Para volver al punto donde su existencia tomó un desvío equivocado y ajustar cuentas con el pasado deberá empreder un viaje que lo llevará desde Madrid hasta la costa de Cádiz, y luego a Lisboa. Con una poderosa historia de amor y venganza como telón de fondo y la necesidad de ser aceptado por los demás, El síndrome de Mowgli es muchas cosas a la vez: una novela descarnada y tierna por momentos, donde el protagonista, Rafael Montalbán, por mucho que lo ha intentado no ha logrado encontrar su lugar en el mundo, como el protagonista de El libro de la Selva; un homenaje al personaje de Ruyard Kipling y a los libro y a los héroes de nuestra niñez; pero sobre todo es la confirmación como novelista de Andrés Pérez Domínguez, que atrapa al lector con su habitual fluidez narrativa y el espléndido desarrollo psicológico de los personajes.


Esta novela, escrita por Andrés Pérez Domínguez, obtuvo el XVII premio de novela Luis Berenguer. La lectura de la misma me ha cautivado hasta el final. Me quedo con la descripción psicológica y también física que realiza en cada uno de los personajes, algo muy importante que valoro. Citar, por ejemplo, a Montalbán, protagonista de la misma, aquello de “cuerpo fibroso, bajito y con la nariz quebrada”.

Para Montaner o Rafael Montalbán, la vida da un giro fugaz de la noche a la mañana. Tras la entrevista que le realizó Teresa Bernal en un programa radiofónico, decide volver a encontrarse con Lola, una mujer que, dieciocho años atrás le dejó marcado. A partir de ahí viaja desde Madrid hacia la costa gaditana y más tarde a Lisboa - ciudad donde también estuvo en el pasado con Lola-. Todo esto, unido a la persecución que provoca inquietudes y preocupaciones para Montaner y Lola.

La lectura de esta novela, ha manifestado en mí momentos de nerviosismo y tensión –sanos, por supuesto- debido a la persecución que antes cité, y ternura, a consecuencia de los encuentros que viven a solas Montaner y Lola.






Tras las puertas de cristal del centro comercial Green Oaks, en Birmingham, se esconden los anhelos de cientos de personas. Una noche, un guardia capta a través de las cámaras de seguridad, la imagen de una niña desaparecida hace veinte años llamada Kate Meaney. Kate solía deambular por el centro mientras jugaba a ser detective e imaginaba los oscuros secretos de los clientes, con la única compañía de su mono de peluche Mickey.


La novela se desarrolla en dos etapas: 1984 y 2003 en la ciudad de Birminghan. En 1984, Kate, la niña que vemos en la portada, sueña con ser detective. Va de un lado para otro con su mochila y mono de peluche, Mickey. Se rodea de bastantes personas, entre ellas Adrian, hijo del Sr. Palmer que regenta un quiosco y es doce años mayor que ella. Kate valora el regalo que le hizo su padre. Se trata de un libro titulado “Cómo ser un buen detective” y que le ayuda a realizar sus investigaciones. Sus padres mueren en trágicas circunstancias y ella se queda bajo la tutela de su abuela materna. Finalmente, Kate desaparece en el centro comercial Green Oaks.

2003: Hay reflejados dos personajes, por un lado Kurt, que es vigilante nocturno del centro comercial Green Oaks y por otro Lisa, hermana de Adrian, también desaparecido poco tiempo después de Kate, y que trabaja como dependienta en una tienda de música.

Como conclusión, Kate esconde un misterio que no quedará resuelto hasta el final de la novela.
Es un libro repleto de intriga y que mantiene el suspense hasta la última frase del mismo, seguido de muchas sorpresas.

23 de octubre de 2009

¿Alguien sabe quién soy?


Dicen que tengo 74 años. Es posible. Hasta ahora lo daba por cierto, tal vez por pereza o por ganas de no pensar mucho más lejos. Dicen que me llamo Victory. De apellido de soltera parece ser que me llamaban Smith, tal vez porque a los que me dieron mi segunda vida les acometió la misma pereza que a mí y a las mismas pocas ganas de pensar. En realidad, la primera vez que pude leer algo referido a Victory Smith fue en un papel de la escuela primaria de Leighton, en Bedfordshire. Pero lo de Smith duró bien poco, porque mis nuevos padres se llamaban Taylor, que tampoco es una muestra de una gran imaginación. Y así he ido por la vida, siendo Victory –por el resultado de la guerra- y Taylor, por la buena gente que me hizo de padres durante muchos años.

La verdad es que mi papá Taylor se pasó la vida trabajando. Y no le fue mal. En el ejército se cuidaba de reparar carros de combate y, con la paz, pensó que podía dedicarse a reparar coches. Cuando papá Taylor murió, disponía de una mediana red de talleres que le proporcionaban bastantes beneficios. Hace una par de semanas, vendí los talleres Taylor a una empresa alemana. Ya es curioso: la gran industria británica de la automoción ha sido comprada por las fábricas Daimler y Benz, a las que tanto creímos destruir en su día. Pero eso no importa. Lo importante es que hoy tengo dinero y una participación vitalicia en los talleres Taylor. Y lo primero que he hecho ha sido imprimir esa foto de los niños y pegarla por las paredes preguntando a la gente si alguno se acuerda de quién soy en realidad.

Porque todo empezó con los bombardeos de Coventry. Aquella noche de fuego llegaron los bomberos y nos sacaros de casa. Ya nunca más volví a ver a mis padres. Nos llevaron a una casa de acogida donde no llegaba el zumbido de los aviones. Allí me vinieron a decir que tal vez mis padres no regresarían jamás. Yo les decía que vivía en una casa muy cerca de la catedral, porque cada hora oía el tañido de las campanas. Pero un día escuché que todo el centro de Coventry estaba arrasado. Fueron años plácidos. Me acuerdo de alguno de mis compañeros de aquellas larguísimas vacaciones, pero, naturalmente, a todos ellos les cambiaron el nombre, y la casa de acogida dejó de acogernos. Fue una familia para los que no teníamos familia. Me quedé sola y ahora sigo estando sola. ¿Alguien sabe quién soy? Porque, si la vida es memoria, me he quedado sin una parte importante de mi vida. He puesto un número de teléfono. Los vecinos, que no sabían nada de mí, me vienen a ver y me compadecen. Otros, más cautos, dicen que no me fíe del primero que llegue, que hay gente que se dedica a aprovecharse de los que no sabemos nada de nosotros mismos. Todavía conservo en la vitrina la taza con la que tomábamos la leche en el jardín. Se rompen los recuerdos, se quiebran las familias, pero incluso la loza resiste más que la humanidad en armas.

Acaban de llamar por teléfono. Pero no era nadie que preguntara por Victory Smith. Se limitaban a ofrecerme un plan de pensiones en cómodas mensualidades. Ellos sí creen que saben quién soy.
Texto: Joan Barril
Fotografía: Getty