25 de diciembre de 2010

Feliz Navidad





Porque tú mis riñones has formado,

me has tejido en el vientre de mi madre;

yo te doy gracias por tantas maravillas:


prodigio soy, prodigios son tus obras.


Mi alma conocías cabalmente,


y mis huesos no se te ocultaban,


cuando era yo formado en lo secreto,


tejido en las honduras de la tierra.


Mi embrión tus ojos lo veían;


en tu libro están inscritos


todos los días que han sido señalados,


sin que aún exista uno solo de ellos.

Texto: Salmo 139, 12-16

Fotografía : tejedora

8 de agosto de 2010

Aquella imagen...


Cuando estoy tan cansada –a pesar de tener un buen o mal día- de hacer tantas cosas y saber o no si tendré vacaciones (aunque sean pocos días), me vino bien ver esta imagen.
Es lo que me ocurrió hace pocas noches. Unos amigos me llamaron para salir a cenar y, después estuvimos en la terraza de un hotel tomando una copa. El ambiente era muy tranquilo y si encima veía lo que tenía frente a mis ojos…

No es de buena calidad la fotografía, pues la hice con el teléfono móvil, pero ahí os la muestro.

8 de mayo de 2010

Una herencia envenenada


Cuando nos casamos me prometió amor y lujo. Así me lo dijo: “Amor y lujo”. Y probablemente me dio mucho amor, pero David no estaba en condiciones ni siquiera de acercarse al lujo. En realidad, nuestra casa era un pequeño piso de alquiler en los confines de Brooklyn. David sí había crecido en el lujo, pero la familia americana de David no supo calcular a tiempo el desastre financiero que significó la caída de la Bolsa de 1929. Allí se acabó todo. Y David se encontró con una novedad en su vida: por primera vez tuvo que pensar en trabajar. Y, quizá por primera vez, experimentó la extraña sensación del cansancio. Lo dicho: mucho amor, pero poco lujo.
Un conocido de la familia, el señor Salomon, se encontró con David en la sinagoga central de Park Avenue y allí le ofreció un empleo de representante de diamantes, esa piedra lujosa que sólo te hace sentir mejor cuando sabes que es tuya. Así que David me amaba con sus dedos que olían a diamantes ajenos. Ése era el único lujo material. Para mí, el lujo eran los amaneceres que llegaban del mar, la música italiana que cantaba la vecina del bajo cuando salía a tender la ropa y el aroma de las cocinas de los viernes, cuando todo el barrio se disponía a hacer los platos que habían aprendido a guisar en aquella lejana Europa que no veríamos nunca más.

Pero, si bien no podíamos ir a Europa, lo cierto es que Europa llamó a la puerta. Era una carta certificada de un notario del centro. Informaban a David de que el tío Simon, el rico comerciante alemán, había muerto sin descendencia y le había nombrado heredero universal. David fue a buscar una fotografía del tío Simon. Ahí estaba, junto a la que había sido su madre. Enmarcó la fotografía y la puso en la mesita de noche. El tío Simon y mamá estaban sentados bajo un velador de un enorme jardín y al fonde se divisaba una gran mansión bajo el cielo veraniego de Berlín. David volvía a intuir lo que era el lujo. El notario les dio los planos de las propiedades del tío Simon, las llaves de la casa mansión y un buen fajo de dinero, al que se sumaría una considerable fortuna cuando se pusieran en contacto con el albacea alemán. Al salir del notario, David fue a ver al señor Salomon para hacer dos cosas. La primera, despedirse de su empleo. La segunda, comprarle a Salomon un diamante de los de verdad. Aquella noche sentí sobre la piel de mi cuerpo el tacto cálido de la fortuna. Al día siguiente subimos a un avión que cruzaba el Atlántico. Cenamos a bordo y llegamos a Londres. Yo estaba completamente mareada. Ya en el hotel, David avisó a un médico y éste certificó que estaba embarazada y que no eran convenientes más viajes ni más emociones hasta el nacimiento del bebé.

David estaba contentísimo. Alquiló una casa en Hampstead y contrató a dos sirvientas. “Lo de la herencia del tío Simon irá para largo. Quédate en Londres y cuando nazca el niño te vendré a buscar para instalarnos definitivamente en Berlín”. Le vi marchar bajo la lluvia inglesa dispuesto a hacerse el dueño del imperio comercial de Berlín. Pasaron los meses. Al principio recibía cartas de David. Luego nada. En la última carta me mandaba una fotografía. Se le veía más flaco y envejecido. Llevaba el traje de tweed que se había comprado en Regent Street antes de partir y en el bolsillo superior alguien le había cosido a David una estrella de David.

Nació el niño y creció entre bombardeos y largas esperas cerca de la ventana aguardando que algún día su padre llegara para conocerle. Tras la guerra, me puse en contacto con el albacea alemán. Me dijo que mi marido, David Goldstein, a poco de hacerse cargo de la herencia de su tío Simon, había sido detenido por las autoridades del Reich. Las propiedades habían sido incautadas y David desapareció a bordo de un tren con destino al Este, probablemente a un lugar de Polonia llamado Auschwitz.
Fue así como me quedé sin lujo. Y también sin amor.


Texto: Joan Barril

Fotografía: Corbis

25 de abril de 2010

De madrugada


Suelo acostarme todas las noches con el teléfono móvil encendido sobre la mesita de noche, pues mis padres al residir fuera de la ciudad, tienen sus achaques de salud y, Dios no quiera, pero por si acaso tenga que salir corriendo hacia donde ellos se encuentren.

Hace dos semanas, estando dormida, me llamaron al teléfono sobre las tres de la mañana. Me dio un salto el corazón, porque lo primero que pienso es en mis padres, miro la pantalla y pone “Desconocido”, y pensaba que se trataría de una broma. Al descolgar, me cuelga quien hubiere sido. Desde entonces, no paraba de dar vueltas en la cama, y no tuve más remedio que levantarme porque no conciliaba el sueño.

Y anoche volvió a repetirse, pero esta vez era en el timbre de abajo. No paraba de llamar en reiteradas ocasiones, mire el reloj y era las seis menos cuarto. Pensaba que como es feria, seguramente se trataría de alguien ebrio. Me levanté de mal humor de la cama y respondí al telefonillo:
-¿Quién es?
-¿Está Carlos?- respondió una voz masculina.
-No. Aquí no vive nadie que se llame así.
-¿Pero es el piso tal?
-Sí, pero vuelvo a repetirle que aquí no hay nadie que se llame Carlos.
-¿Puede abrirme?
-No. Porque no son horas y porque me acaba de despertar.
No respondió y colgué el telefonillo. Tampoco noté en su voz los efectos del alcohol.
Regresé a la cama y no podía dormir. Me levanté nuevamente para ir a la cocina, y prepararme una infusión tranquilizante que compré no hace mucho en la farmacia. Volví a la cama, la gente cantaban sevillanas por la calle, comenzaba a amanecer... hasta que me levanté por tercera vez.

Estoy por aquí haciendo cosas, pues siempre tengo algo que hacer y esperaré a esta noche, a ver si me duermo enseguida.

17 de abril de 2010

La reina de la nada


A veces la naturaleza no es tan sabia como se cree. Al menos la sabiduría natural pasó de largo en la isla Fémina. Y así fue como a comienzos del siglo pasado la isla Fémina se rebeló contra su nombre y algo empezó a cambiar. Lo vimos primero en las huevas de los lumpos. Toda la isla se dedicaba a pescar. Las huevas se salaban y se envasaban y, una vez al mes, el buque del capitán Caronte se las llevaba hasta el mercado central de Frigoland. Pero lo cierto es que cada vez había menos huevas, porque las capturas se limitaban a los lumpos macho, de carne correosa y, por supuesto, de huevas inexistentes. Parecía como si las lumpas hembra se hubieran sumergido en aguas más profundas que el alcance de las redes.

Llegaban los pescadores ateridos de frío y pedían un vaso de leche con aguardiente para entrar en calor, pero pronto se dieron cuenta de que había mucho más aguardiente que leche. “Esas no son las proporciones adecuadas”, le decían al cantinero. Y el pobre hombre había de admitir que para él era más fácil asar cada día un buen pedazo de toro que servir un buen vaso de leche recién ordeñada. “Las vacas se mueren”, decía. “Y ya no nacen terneras, sino sólo los terneros. A este paso el ganado morirá de viejo”. Y lo mismo sucedía con los perros de los trineos, con los renos trashumantes o con los zorros que caían en manos de los tramperos. Sin lugar a dudas algo estaba pasando en la isla Fémina, que las proporciones no eran las adecuadas. Las bodas eran cada vez más poco frecuentes. Los hombres que querían fundar una familia solían acudir al continente y de ahí, previa entrega de suculentas dotes, lograban traerse a alguna bella mujer. Pero de aquellos lances conyugales solo nacían niños varones. Lo que antaño habría sido una fiesta ahora se vivía como una maldición.

Y cuando la isla Fémina amenazaba con despoblarse y algunos vecinos ya habían cerrado sus casas y esperaban en el embarcadero a que llegara el buque del capitán Caronte para empezar una nueva vida lejos de la isla maldita, entonces fue cuando nací yo. Y el nacimiento de una niña fue entendido por la comunidad como el posible fin de las desgracias que amenazaban con dejar la isla convertida en una estéril exaltación de la masculinidad más yerma.
Nací, pues. Y la isla se vistió de verbena. Las madres encintas me abrazaban contra sus vientres para que conjugaran la maldición de sus posibles hijos varones. Llegaron gentes de las islas cercanas para verme en mi cuna entre el orgullo de mi padre y la preocupación celosa de mi madre. Pero si mi nacimiento había de comportar un cambio demográfico en la isla, nada de eso pasó. Las pocas mujeres de isla Fémina continuaron pariendo niños sanos y fuertes. Ni una niña. Mis padres empezaron a recibir precoces peticiones de mano que vincularan a los recién nacidos de por vida. Con el fin de protegerme de enfermedades y de accidentes, se me privó de la posibilidad de ir a la escuela y de jugar por la calle con los que hubieran podido ser mis compañeros pero que ahora eran sólo candidatos a marido. Todos mis deseos se cumplían. Todas las joyas y los vestidos más caros me cubrían. Jamás recibí ningún “no” que no fuera el de la libertad. Se esperaba de mí la dulzura de la niña y apareció el despotismo de la matriarca. Nada me hacía feliz y nada de lo que yo hiciera haría feliz a los demás.

Es fácil imaginar lo que sucedió. Absolutamente privada de ser niña y de ser mujer, me planté en la vida más o menos adulta por pura acumulación de años. Llegó a la isla Fémina un guapo y rico pretendiente dispuesto a engendrar en mí lo más excepcional de la especie. Así fue, de mala gana, como apostamos ambos por la perpetuación de la especie. Pero nada de eso triunfó. La naturaleza volvió a fracasar de nuevo. Ya a los 45 años los médicos me dijeron que se me había pasado el arroz y que no había manera de concebir descendencia con mi mal carácter y mi excepcional organismo. El que había sido mi guapo esposo desapareció en los límites del mar. Y yo me quedé en la isla Fémina, como reina estéril, para administrar un mundo de machos solitarios.


Texto: Joan Barril

Fotografía: Corbis

14 de abril de 2010

Aquellos veranos...

Me gusta cada cierto tiempo, realizar un repaso a los álbumes de fotos que tengo guardados, y el otro día lo hice. Rescaté las siguientes fotos que veréis a continuación, en las que me hayo sola, con mi padre o hermano.











Qué recuerdos me vienen a la cabeza… Debería tener diez años y pertenece a uno de aquellos veranos que pasaba en casa de mis abuelos maternos. Permanecía allí desde que nos daban, en el colegio, las vacaciones de junio, hasta el nuevo comienzo del curso escolar, en septiembre. Imaginaros que, para mis abuelos, estar rodeados de sus nietos, era motivo de alegría. Había momentos del verano en que estaba sola con mis abuelos, o venían mis hermanos y primos.
En el patio, había una pequeña alberca y un tacho de cinc –para mojarnos, y después tomar el sol-, que mi abuela utilizaba antes de adquirir la lavadora, para lavar la ropa a mano.
Era un pueblo en el que, algunos vecinos –cuando el sol se ponía- salían a las puertas de sus casas con sillas hasta la hora de cenar. Mi abuelo decía que no quería oler a viejo (jamás supe ese olor), y me encargaba que, antes de llevarle al zaguán, le untara colonia. Era un hombre muy coqueto y elegante. Al no valerse por sí mismo, los que le cuidábamos, teníamos que estar pendientes de que no le faltase nada. Una vez que mi abuelo estaba allí, traía mi silla y la de mi abuela, para hacerle compañía.
Algunas personas que pasaban por la puerta, y veían a mis abuelos, estaban un rato hablando con ellos y cuando no, estábamos con los vecinos de las casas circundantes. Había un vecino, muy cariñoso, apodado Manolito Charlas (debido a una parálisis cerebral, tan sólo decía “Eco”), realizaba su paseo acera arriba, acera abajo, con su bastón, Carmen la de enfrente (porque vivía en la casa de frente), que cuidaba a su madre, llamada también como ella, entre otros.
Las calles tenían pendientes, algunas más elevadas y otras menos. Debido a esto, mis abuelos, a los vecinos que estaban situados a la izquierda los denominaban “casa arriba”, y a los de la derecha “casa abajo”. Un verano, inclusive aprobando el curso, decidí que mis padres me apuntaran a clases particulares de matemáticas, para tener un pequeño adelanto de los temas que tendría en el siguiente curso. Tenía que desplazarme, en la misma calle, varias casas más abajo, pues la casa de mis abuelos estaba en la parte más alta de la cuesta. Las clases eran impartidas por un profesor de instituto y tenía que llevar bien las matemáticas, pues todos los viernes realizaba un examen.
Camas nunca faltaban en aquella casa. Había seis más, pues mis abuelos, casi siempre estaban acompañados y, en cualquier momento, cada una estaría ocupada. Mis abuelos dormían en la parte inferior de la casa en habitaciones contiguas (aunque siempre tenía que dormir alguien en una cama en la habitación de mi abuelo, debido a su estado de salud), y cuando venían mis primos, que residían en el mismo pueblo, a dormir alguna noche, las charlas y risas se alargaban hasta altas horas de la madrugada. Mi abuela, en alguna que otra ocasión, iba al comienzo de la escalera para decirnos que durmiéramos.

Esto es sólo una pequeña parte; me hago mayor, mis abuelos fallecieron, la vecindad ha cambiado… y desde entonces finalizaron aquellas inolvidables épocas estivales. La casa ha variado bastante, veo a mis primos con menos asiduidad –es lógico que hayan rehecho sus vidas-, y siempre recordamos estos y otros momentos.



Fotografías: tejedora

28 de marzo de 2010

Semana Santa


I


Parece que es la hora, y no es la hora.

Parece que está todo... y algo falta.

Parece que la alcanzo y es más alta.

Parece que se acerca, y se evapora.



Parece que amanece, y es la aurora.

Parece que es su voz, me sobresalta,

y siento que algo huye, algo salta

como una luz esquiva y brincadora.



Pero sigo esperando, que a mi modo,

en ese hueco de esperarla, todo

me sabe a la alegría del reencuentro.



Si en mi pulso ya late su latido,

¿qué será cuando, al ver que ya ha venido,

la semana de Dios me suene dentro?



II


Parece que ya estamos y no estamos.

Parece que es el día y no es el día.

Parece que traía y nos traía

un domingo de palmas y de ramos



y todavía el día no alcanzamos,

aunque nos parecía que venía,

aunque al mirar al lejos parecía...

Y por esa esperanza la esperamos.



Parece que la tengo, y no la tengo,

parece que en la mano la sostengo

pero en la mano yo no la dispongo.



¿Qué será cuando al fin se manifieste

estrenando una túnica celeste

y vista de celestes el domingo?



III


Parecía que nunca volvería.

Parecía que ya no se acordaba.

Parecía que el tiempo la alejaba

y que en el tiempo mismo se perdía.



Parecía que no nos conocía.

Parecía que ya nos olvidaba.

Parecía que poco le importaba

volver al mismo nido... Parecía.



Pero mirad al sol haciendo guiños

en los ojos sagrados de los niños,

donde se purifica la mañana...



Esperad, mis impacientes paisanos:

para tocar el cielo con las manos

nos falta solamente una semana.



***



Prefiero su cercanía,

siempre distinta y tan suya,

con el callado aleluya

que lleva cruzando el día.

Y va por donde solía,

tan yente como viniente,

y nota que de repente

el tiempo se le eterniza

en una cruz de ceniza

en el centro de la frente.



Miradla, diosa dormida

navegando por su sueño,

despreocupado, sin dueño,

pero con rumbo a la vida.

Miradla. Parece ida,

y se está haciendo adjetivo

siempre renovado y vivo

por el que la idolatramos.

Eterno estreno por Ramos

llevará por el olivo.




Texto: Antonio García Barbeito.- El tiempo de la luz.

Pregón de la Semana Santa de Sevilla 2010

Fotografía: tejedora

20 de marzo de 2010

El violinista de Mauthausen


En París, una pareja está a punto de casarse en la primavera de 1940, pero la Wehrmacht invade Francia y él, republicano español exiliado, es detenido por la Gestapo y enviado al campo de exterminio de Mauthausen. Ella colaborará con los servicios secretos aliados, dispuesta a cualquier cosa para salvar la vida de su prometido. Entre ellos, un ingeniero alemán que ha renunciado a su trabajo en Berlín para no colaborar con los nazis, se dedica a recorrer Europa con un violón bajo el brazo. Muy pronto, las vidas de los tres se entrelazarán para siempre. El violinista de Mauthausen es su historia.


A Andrés Pérez Domínguez, le surgió la idea para escribir esta novela cuando se encontraba en Viena, una mañana temprano en una estación de metro y vio a una pareja joven bailando un vals en el andén, sin música, ajenos a todo lo que ocurriera y como si no estuviesen allí. Finalmente, se le ocurrió que esta pareja estaría en París, en los jardines de Luxemburgo, concretamente en la primavera de 1940, cuando los alemanes invaden Francia. Él (Rubén Castro) es un republicano español exiliado, ella (Anna Cavour) es francesa. Están a punto de contraer matrimonio, pero a él (por sus ideales políticos), se lo llevan preso al campo de Mauthausen.
Seguidamente, aparecen dos personajes principales más. Robert Bishop –agente norteamericano de la OSS y que necesita de la ayuda de Anna para convertirá en espía, a cambio de ofrecerle información sobre Rubén- y Franz Müller –berlinés y bohemio, que deja de trabajar como ingeniero aeronáutico para no estar vinculado al régimen nazi, y se refugia en su violín-.

Hay tres clases de campos de concentración: de primera, segunda y tercera categoría. Mauthausen era de tercera (aquellos destinados a presos no recuperables y que tan sólo podrían salir por la chimenea del horno crematorio).
Ciento ochenta y seis escalones conducen a una cantera y, se dice, que en cada peldaño hay sangre de un republicano español.

Esta novela me ha colmado de momentos angustiosos e inquietantes, como el viaje en un tren de ganado de los presos, sin beber ni comer, salvo cuando salían del mismo a beber agua de un charco, la espeluznante muerte de Santiago, preso valenciano y amigo de Rubén, y por último, cuando el hijo de un oficial de la SS, recibió como regalo de cumpleaños una pistola y la escena trágica que quiso cometer con este artilugio.

La música juega un papel fundamental, pues el vals que interpreta Fran Müller, salva a Rubén de la muerte (el sonido le deriva al pasado, y el recuerdo hace acto de presencia).

Me produce asombro, cuando Rubén Castro abandona el campo de concentración, tras cuatro años, cinco meses y seis días, muy delgado, con el pelo canoso y se siente muerto –aunque se encontrase entre los supervivientes- mientras que otros compañeros perecieron.

El violinista de Mauthausen está lleno de amor, pasión, drama, traición, crueldad y, también, sirve de homenaje a los que padecieron el Holocausto. He disfrutado leyéndola.
Tras leer El síndrome de Mowgli y finalizar El violinista de Mauthausen, pude comprobar que el final también es abierto. Es una de las características del autor, y personalmente creo que este tipo de finales, ayudan al lector a crear su propio final.

12 de marzo de 2010

La "e" minúscula está de luto


Ocupaba el sillón de esta letra en la Real Academia Española y que merecidamente le otorgaron el 25 de mayo de 1975, Cuando pronuncio su discurso titulado "El sentido del progreso en mi obra".


Era y Seguirá Siendo para mi, uno de los novelistas más importantes del siglo XX. Comencé a iniciarme en sus obras en la escuela, Cuando la profesora de literatura nos recomendo leer "El Camino" (1950), por Tener un estilo narrativo directo y fresco, y que revela las andanzas de tres niños: Daniel el Mochuelo, El Roque Moñigo y Germán el Tiñoso. Mi padre, tras acabarlos de leer, me ofreció "Los santos inocentes" (1982)-donde permanecen entre mis recuerdos las figuras de Paco el Bajo y el "inocente" Azarías, con su "milana bonita". Recreaba días de cacerías naturalezas y con sutileza y concluí, al terminar de leerla, que es una novela del Sometimiento y la humillación de los perdedores, que se érigé, al mismo tiempo, en un alegato contra Los Poderosos ya favor de los desheredados, y "El hereje" (1998), que dedico a la ciudad que le retuvo, Valladolid, y que quedó transportada siglos más atrás, en la época de Carlos I.

Anoche, Cuando supe que su hija Comunico A LOS MEDIOS DE informativos Qué estaba enfermo y que muy bien Probablemente todo Sería Cuestión de horas o pocos días, pensé, Cuando las manos de la muerte Estaban un Escasos centímetros de las suyas, si estaria reflexionando sobre Aquella frase que escribió:



"Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a y el interior tu no encuentras más que banalidad, Porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales".
Descanse en paz, que los que le conocemos Mediante sus obras, le seguiremos recordando.

"La novela es un intento de exploración del corazón humano a partir de una idea que es casi siempre la misma contada con diferente entorno". Miguel Delibes.


4 de marzo de 2010

La paz del comercio


"¡Cada día que pasas por aquí traer cosas más caras, Otto!". Eso es lo que le decían las mujeres que Salia de sus casas Cuando Otto, veterano de guerra y Lisiado tal vez, por una mina Escondida, detenía su camión y daba cuatro o cinco bocinazos. La verdad es que lo más nuevo que Llevaba el bueno de Otto en su camión no eran las mercancías entre China y los billetes de banco, Porque ya no había Bastantes ceros Para cubrir la Inflación y cada mes La Fábrica de la Moneda se dedicaba un imprimir nuevos billetes Con la efigie de ilustres patriotas con bigotes.
Pero eso era de La Paz, al fin y al cabo. La paz no es otra cosa que comprar y vender y protestar si las cosas son caras y hablar con el tendero y encargar todo aquello que nos Hará falta para al futuro. Pero el futuro no siempre Responde a lo que esperamos.

Otto dejaba el camión frente al almacén y al día siguiente ya lo encontraba cargado para volver a hacer la ruta habitual. La gente le Pedía cosas ordinarias y de pronto aparecían en la caja del camión cosas realmente extraordinarias. Sus clientes le pedían platos de loza, pero en la alacena de los platos sólo había escudillas de campaña. De Las mujeres de los pueblos le hacian encargos de ropas finas, pero ya sólo le quedaban camisas de color pardo y abrigos densos para abrazar sobre el frío. Los cazadores le pedían Munición para acabar con los zorros, pero siempre encontraba Otto extrañas cargas de pistolas y fusiles militares de asalto. "Cosas de los jóvenes", Pensaba. Al fin y al cabo, El sobreviviente de la batalla del Somme y de Verdun, Sabia Que El Mundo No Puede resistir muchas guerras seguidas y su camión que era el símbolo de la Paz del Comercio, Porque Mientras haya gente que quiera comprar y que gente quiera vender, la civilización acabará sosteniéndose.

Un día, a la salida del almacén, un guardia de los nuevos le advirtió de que un Otto ya no podia vender una cualquiera y que si se le acercaba un cliente con un Brazal con la estrella de David debía negarse a darle Ningún tipo de mercancía por más billetes de Marcos que le ofreciera. MESES DESPUES le advirtieron que su camión Estaba en muy buen estado Cualquier día y que se le acabaría el negocio y Debería Transitar por otras rutas. Así fue como Otto Tuvo que dejar de Acudir habitual al almacén y cargar su camión en un almacén del Ejército. Y así tambien como en vez de ir hacia el Oeste le mandaron al este Porque su patria Estaba a punto de invadir Polonia y los soldados necesitaban Avituallamiento de confianza, y ¡quién mejor que un veterano de la I Guerra Mundial para dar confianza A LOS jóvenes soldados del Reich!

En cualquier caso, Otto no se separo del camión ni en las condiciones más duras. Sobre la caja de aquel camión generales ya llevo un Condenados a muerte. Sus ruedas pisaron el barro de la estepa rusa y las arenas del norte de África. Ya en la retirada de todas las Retiradas Volvió a circular por las carreteras desiertas de la derrota. Y allí se encontró con Algunas de sus antiguas clientas de cuando la paz Parecía posible. Se detuvo en el pueblo de siempre, dio cinco o seis bocinazos, salieron las mujeres de menos siempre con hijos y con menos maridos, Fueron A sus huertos y Le Dieron un Otto sus Cosechas para que fuera por ahí un venderlas Cuando llegara, por fin , la verdadera paz.

Texto: Joan Barril

28 de febrero de 2010

George Gershwin.- Un americano en París


Hijo de un matrimonio ruso emigrado A LOS EEUU - era Gershovitz el apellido familiar - su infancia transcurre en diversos barrios neoyorquinos, como Harlem, en donde en aquellos tiempos el jazz Se estaba dando un conocer. De vocación autodidacta, a doce los años se defendía admirablemente bien en el piano por lo que su padre le anima A que estudie en serio. Su primer Fue profesor Charles Hambitzer que, aparte de enseñarle piano, le jeinimeni en teoría musical, armonía e INCLUSO orquestación. Aunque George Inició la carrera de Comercio en 1914, También a Instancias de su padre, ni nunca abandono la música y Llego a componer alguna cancioncilla. Además, se coloco como pianista Modesto en Tin Pan Alley para sacarse unos dólares.



En 1916 publica su primera canción y Al año siguiente Actúa como pianista en Broadway. El éxito de sus canciones le abre las puertas del teatro de la ciudad de Fox, que lo contrata como pianista, por lo que abandona el Establecimiento del humilde barrio de Tin Pan Alley. La familia Harms También le contrata como compositor de canciones y en 1918 estrena en Broadway su primera comedia musical, La Lucille, Con enorme éxito. También las Naciones Unidas Compon Cuarteto de cuerda que tardará treinta años en ser estrenado. Con tan solo 21 años, Gershwin Parecía lanzado al éxito. En 1919, el músico toma contacto con el show anual de los EscándalosOtros, de Jorge Blanco, para quién escribe Numerosas canciones en un estilo que pretendia imitar jazz. Paralelamente, mini estrena una ópera - una duración de 25 minutos - TITULADA Blue Monday Blues. En 1923 Se ofrece un concierto en el Aeolian Hall formado por piezas de música clásica y jazz que Tuvo un éxito tan extraordinario que demostró un más que probable maridaje entre ambos tipos de música. Como consecuencia, Gershwin a se le encarga escribir un concierto que precisamente mezclase con el jazz lo puramente clásico. Como el compositor Estaba Aún muy poco versado en lo relativo à formas musicales, escogió la arquitectura libre de la rapsodia y así, en febrero de 1924, su interpretación magistral Rhapsody in Blue En un concierto que incluía música de Schönberg y Elgar y al que asistió Stravinski. El éxito descomunal y Fue el genio de Gershwin se confirmo no ya sólo en el mundo del espectáculo, Sino También en el de la música clásica.



En 1925 estrena tres revistas en tres Distintos teatros de Broadway, el Y también sensacional Concierto para piano, Una extraordinaria síntesis entre lo clásico y lo jazzístico. (Adelgacemos que este aspecto Fue alcalde de la aportación de Gershwin al mundo de la música). El compositor no se duerme en los laureles ante el magnífico éxito de este concierto y en 1926 nos OFRECE Oh, Kay!, que arrasa. También, en una faceta más clásica, Compone sus maravillosos Preludios. Gershwin nunca descuido su formación musical, estudiando Continuamente para perfeccionar su oficio. Sin embargo, en 1927 fracasa con Strike up the Band, Con una sátira fuetes matices políticos, pero se recupera con Funny Face y Rosalie. Fue entonces Cuando vio el momento de viajar a Europa y Consecuentemente pone rumbo a París, donde intento infructuosamente que Ravel, Milhaud o Prokofiev le impartiesen lecciones. (No es que no ofrecérselas Quisieran, sino que comprendieron que era una empresa del todo imposible dadas las peculiaridades compositivas de Gershwin). Tuvo la oportunidad de Conocer a Alban Berg, quién le animo a seguir con su música original. Fruto de aquel viaje, en 1928 estrena en Nueva York una de sus mejores y más conseguidas obras, Un americano en París, Vuelve Aunque fracasar con un Treasure Girl.



En 1930 retoca la denostada Strike up the Band También Compone y Girl Crazy, Constituyendo las dos con sendos éxitos. Era la época de la depresión económica norteamericana y el público Solía acoger muy bien la comedia y la sátira. El cine, reconvertido en un sonoro Aquellos años, le tienta pero no acaba de sentirse satisfecho en ese mundo. Durante un viaje a Cuba estrena la famosa Obertura Cubana En un estadio ante más de 20,000 personas conoce Y también un Joseph Schillinger, una especie de embajador artístico de la URSS, quién Va a influir a partir de ese momento decisivamente en Gershwin. En 1932 se produce el estreno de Let'em Eat Cake, una sátira política que no Tuvo éxito pero que contiene una de las canciones más famosas del compositor, Mío. Ese mismo año empieza a escribir los primeros números de lo Que Será su gran e inmortal obra maestra, Porgy and Bess.



En 1933 compone, Atendiendo a los consejos de Schillinger, las Variaciones I got Rhythm, Una obra de gran interés musical. Pero Gershwin ya solo Tenía en mente el libreto de Du Bose Heyward y su propio hermano Ira habían escrito para Porgy and Bess. El compositor se lo tomo tan en serio que INCLUSO efectuo un viaje a Carolina del Sur junto a Heyward para estudiar sobre el terreno la realidad cotidiana y Folklórica de sus personajes, no hay nada Difícil resultándole intimar con gente tan DISTINTA de la que acostumbraba A TRATAR EN El mundillo teatral neoyorquino. Finalmente, el 30 de septiembre de 1935 se estrena Porgy and Bess, la Mayor, obra maestra del compositor, enteramente supervisada por Schillinger. La obra encumbra una Gershwin Como Un compositor Indiscutible Dentro de la historia de la música. Tras el apoteósico estreno, el compositor proyecta escribir otra ópera, más música sinfónica, de cámara E INCLUSO coral. Pero lamentablemente todo aquello se habría de cortar abruptamente. Una serie de trastornos le hicieron Visitar a un médico Cuyo diagnóstico Fue Del todo desolador: Gershwin sufria un tumor cerebral maligno. Casi sin tiempo A UNA reacción desesperada, Gershwin imprevisiblemente Fallece el 11 de julio de 1937, en plena madurez creativa. Su muerte es un caso lamentable de una interrupción artística Semejanza de otros tantos compositores como Mozart, Schubert, Mendelssohn, Pergolesi, Arriaga, Wolf o Alban Berg.



Gershwin fue un compositor ecléctico que escribió tanto música como música popular "seria", el alcalde de su Aunque VIRTUD Fue la extraordinaria fusión Qué hizo de Ambas corrientes. Su música es deliciosamente fresca, chispeante y no adolece de peligrosos amaneramientos. Supo Introducir con Maestría en las obras más "serias" los punzantes ritmos jazzísticos y el estilo melancólico e inconfundible del blues. Pero además se resolvió como un melodista formidable, con unas creaciones que pegadizas Al Instante resultaban familiares para el público y que se convertían, en la Mayoría de los casos, en grandes éxitos.



OBRAS

-- 2 Óperas, Blue Monday/135th calles y Porgy and Bess
-- 19 Musicales, Destacando Lady Be Good, Funny Face y Crazy Girl
-- 6 Películas y espectáculos musicales
-- Obra orquestal Diversa piano y para orquesta, destacando Rhapsody in Blue El Y Concierto para piano
-- Un americano en París, Obertura Cubana, Variaciones sobre I Got Rhythm
-- 3 Preludios para piano
-- 150 Canciones




¿Por qué esta entrada? Hace algunos años, un día del mes de febrero, asistí A UN Teatro de la Ciudad para escuchar la obra que veréis a Continuación. Anteriormente la conocía, pues la vi en televisión y no quise perder esta oportunidad. Espero que os guste.

25 de febrero de 2010

Discusiones


“Amigos pocos, y con los dedos de una mano”, decía mi abuelo entre los numerosos consejos que me dio en el transcurso de su vida. Si me los decía, era porque se los aplicó y siempre conocí –y conozco- a gente que habla bien de él y no lo contrario.

La frase del principio la cumplía al pié de la letra. Desde niña tenía pocos amigos; me sentía bien y así hasta hoy. Con esto no quiero poner en el punto de mira a personas que tienen bastantes amigos, pues lo respeto.


A una de mis amigas la conocí en mi primer día de trabajo y primer empleo, valga la redundancia. Ese primer día se engloba entre los más nerviosos que he tenido, principalmente por cómo estaría desempeñando en esos momentos el trabajo. Una chica me notó nerviosa y me tranquilizó –anteriormente, al acudir al servicio, vi chicas que lloraban en los pasillos, lamentándose que no estaban haciendo bien su trabajo-. Se lo agradecí.
Días más tarde, coincidimos almorzando en el comedor del trabajo y, en nuestras conversaciones, pudimos comprobar que teníamos un amigo en común. También me presentó a su marido, pues la llevaba por las mañanas muy temprano al trabajo (comenzábamos a trabajar a las ocho) en coche. De sus hijos, de los que tanto me hablaba, los veía cada mañana en la parte trasera del coche dormidos. Sentía lástima que los despertaran sus padres en la madrugada para acudir a la guardería, pero vivían en el campo y se desplazaban a la ciudad. Estuve pocos meses en la empresa, aunque éramos muy amigas, ambas no queríamos recordar el día que prescindieron de algunas compañeras, entre ellas yo. Mantuvimos el contacto telefónico y también nos veíamos en frecuentes ocasiones. Con ella he compartido durante estos años desde el embarazo de su tercer hijo, bautizo, fiestas de cumpleaños,… hasta que la despidieron del trabajo.
Se encontraba, al igual que yo, demasiado harta de que desde entonces no estuviera demasiado tiempo en las empresas que la contrataban, a pesar de su buena conducta, responsabilidad y generar buen ambiente en el trabajo, así que decidió dedicarse a opositar. Llevaba un mes más que ella opositando y le presté libros y apuntes, pues quería opositar a lo mismo que yo. Cuando estamos las dos solas, podemos hablar de muchas cosas, con tranquilidad, pero hay veces que acude el marido con ella y siempre propicia las discusiones entre ambos. Al “chocar” los dos con el tema que se esté hablando en ese momento, discuten sin parar y yo, en medio de ellos. Al principio pensaba que las discusiones pasarían pero no ha sido así. Podría nombrar muchas situaciones como ésta pero me quedo con dos: el mes pasado quedé con ella para prestarle unos libros que necesitaba; íbamos a tomar un café para entregárselos y hablar, pero finalmente no pudo y, cuando van a su casa de campo pasan por donde resido. Finalmente vino en coche con el marido y los hijos a recogerlos. No hablamos demasiado, pues él aparcó el coche en doble fila, debido a que no había lugar por donde hacerlo, así que también aproveché para entregar unos regalos que les compré a sus hijos. Mientras los niños abrían los regalos y jugaba con ellos, el matrimonio estaba detrás de mí discutiendo. Tenían pensado mudarse a la ciudad y el motivo que lo suscitó fue el cambio de centro de salud para llevar a los niños, una vez que se produjese la mudanza.

Con la climatología, estaban esperando un día soleado o que, al menos, no lloviese, así que se produjo la mudanza la semana pasada. Me pidieron ayuda y así lo hice.
Un par de días después me llamó ella para mostrarme la casa con la decoración finalizada y así merendar. Dijo que, si no me importaba, el marido se podría quedar una hora con los hijos e irnos a tomar café y después me enseñaría la casa. Acepté, pero de fondo escuchaba al marido contradiciéndola, así que finalmente quedé en desplazarme a su casa. Esa misma tarde, entré en una confitería y compré dulces para la invitación que me hizo. En el camino, pensaba que seguramente habría discusiones. Y así fue. En esos momentos estuve a punto de indicarles que no discutieran, pero a buen seguro me increparía –él- que no me meta donde no me llaman, así que guardo la compostura, cuando, desde el primer día que les veo discutir, no me siento cómoda.


Realmente siento temor muchas veces cuando quedamos para hablar, sobre todo en persona, porque, aunque crea que vendrá ella, está presente su marido. Como escribí antes, me siento bien (y lo noto también en ella) cuando ambas estamos solas, o con los niños inclusive, pero no cuando él está presente.
Dicen que discusiones tienen que haber en los matrimonios, pero ¿tantas como las que presenciado entre ellos? A veces me pregunto si discutirán tanto cuando se hallan solos o con los niños en casa, con sus padres,…

14 de febrero de 2010

Tarta por San Valentín y algún recuerdo más



Ayer, en la pescadería del supermercado, tras coger número y esperar a que llegara mi turno, me di cuenta de repente, entre las personas que se encontraban en la misma situación que yo, a Luis, un profesor que tuve en uno de mis años de instituto –quién lo diría, pues el año que viene, se cumplen veinte años en que comencé-. Nuestras miradas se cruzaron cuando le vi y asocié en menos de un segundo de quién se trataba; retiré la mirada, aunque creo que el sí supo quién era, después de tantos años. De repente, quizás por la música de fondo del establecimiento, –muy acorde con San Valentín- y porque muchos esperábamos que la dependienta pulsase el botón que cambia el número que aparece en la pantalla y, posteriormente dijera el número que se refleja en la misma, empecé a recordar cuando él fue mi profesor y algo que mucho tuvo que ver con la fecha de hoy.

En aquellos años, Luis, que impartía clases de Contabilidad, era un hombre que se cuidaba bastante bien, aunque algunas veces se dejaba barba de dos días y esto le resultaba atrayente a muchas alumnas, excepto a Margarita y a mí. A principios de curso, al no conocer a nadie, iba sola desde casa hasta el instituto; conforme pasaban los días, se crearon varios grupos en clase y había una chica, Eva, que vivía cerca de mi casa y, como pasaba por ella, le pedí que, por favor, se llegara para recogerme e ir juntas. Así lo hicimos y, cada mañana, en nuestro caminar, pasaba por nuestro lado Luis con una moto que me dejaba sin palabras. Eva suspiraba por Luis y le dedicaba piropos mientras le veíamos desde la lejanía, y yo le decía que lo mejor era su moto, de marca
Honda. Desde el principio, el profesor era muy creído, chulo y le gustaba hacer bromas para que se las riéramos y Margarita y yo no le hacíamos caso.
A Margarita y a mí, quien nos gustaba era el profesor de Informática. Se llamaba Fernando. Este era muy alegre, simpático y bondadoso, aunque comprendiésemos que cuando tenía que dar un toque de atención si la clase estaba alborotada, lo hacía. En lo único que siempre me percaté es que un zapato lo llevaba roto; inclusive pensaba si se había dado cuenta y cuándo traería unos zapatos nuevos. Finalmente los trajo, aunque mucho hubo que esperar. En el descanso entre el final de una clase y el comienzo de la clase de Informática, Margarita y yo nos íbamos al baño para ponernos pintalabios, recuerdo que este era de un color natural, inclusive a veces añadíamos brillo labial.
La clase estaba compuesta por chicas y chicos, pero la voz cantante de las chicas se llamaba Sandra, y era capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir buenas notas.
Un par de días antes de San Valentín, los profesores y la dirección del instituto, acordaron poner un buzón, hecho de cartón en el hall del instituto, para introducir cartas, no sin antes poner el nombre del destinatario. En los descansos entre clases y recreos, estaban repletas de alumnos las barandillas de las dos plantas del instituto, pues en ellas, se veía bien quién echaría una carta en el buzón. La reacción de los que contemplaban todo esto era silbar. Dichas cartas, serían repartidas el mismo catorce de febrero en el aula que correspondiera al destinatario.
Sandra y las demás seguidoras de Luis, tuvieron la idea de escribirle una carta en la que cada una llevase pintalabios, estampase su beso en un folio escrito, y debajo de la señal de carmín, indicaba el nombre de la alumna de la que procedía. Una de ellas me llamó para que participara, y mi respuesta fue un no rotundo. No lo esperaba, insistió, pero no accedí.
Días más tarde, cuando en el horario tocaba clase con Luis, agradeció a las chicas que le enviaron la carta, aunque bien se dio cuenta de que Margarita y yo, no habíamos contribuido. A partir de ahí pensaba que Luis me tenía manía, pues si antes obtenía notables en Contabilidad, a partir de lo ocurrido desde entonces, me ponía un cinco. Siempre pedía una revisión de examen y en una de ellas me dijo si no me daba vergüenza aprobar por los pelos. Por lo menos reconocía el error en la corrección y alcanzaba notas cercanas al siete.


Todo esto fue lo que pensé hasta que él dijo “¡Yo!”, pues era su turno. Le observ
é brevemente y bien pudiera estar cercano a los cincuenta años de edad, algo más de barba y barriga (a comienzos de los años noventa estaba plano). Mientras era su turno, se acercaba a mí y se alejaba un poco, hasta que llegó mi turno y se marchó. Cuando la pescadera me atendió, fui en busca de la vitrina donde estaban los quesos y pude ver de reojo que pasó dos veces por mi lado. Qué pesado, pensé. Menos mal que no coincidimos en la caja porque hay dos situadas en diferentes lugares.

Al terminar el chico de la caja en pasar todas las cosas por la cinta y yo estaba a punto de pagar la cuenta, me dijo:
_¿Quiere una tarta con forma de corazón para el día de San Valentín?
_ Entiendo que usted tenga que venderla, pero no creo en ese día.

Que conste que respeto a los que lo celebren hoy y desde hace muchos años. Y además, ¿qué hago con una tarta si en casa tenemos dulces que a veces, de no comerlos todos, se ponen duros?


9 de febrero de 2010

Flor de cactus


Fueron unos años magníficos. He dicho años, y si no llegaron a años al menos fue un tiempo intenso. No importa dónde nos conocimos. Tal vez en una fiesta de principio de curso, cuando todo está por empezar y todos estamos por aprender. Dijimos que nos queríamos, pero en realidad íbamos un poco más allá. Nos queríamos porque nos gustábamos cuando nos veíamos en la mirada del otro. Nos queríamos porque no teníamos a nadie más para decirlo. Escribíamos sobre la piel del otro y luego leíamos lo que habíamos escrito. Así son las cosas del querer. A veces vulgares, a veces sublimes. De eso hace mucho tiempo, cuando la juventud nos arrastra y el mundo es una habitación de conquista.

Pero todo llega tarde o temprano. Por ejemplo, regresar al mismo barrio de nuestro descubrimiento. Nunca sabemos cómo llegamos de nuevo a los orígenes. No lo saben ni los salmones ni las tortugas que van a desovar a la misma playa en la que nacieron, pero a veces un taxi despistado, una avería del metro nos deposita frente a aquella casa que fue del amor y que ahora era del olvido. Ahí estaba, con sus postigos cerrados y algunas de las plantas todavía en el balcón. Porque en aquel lejano tiempo de amantes habíamos querido que en la casa de nuestros encuentros siempre hubiera alguna cosa viva que nos obligara a ir en su ayuda. En las primeras semanas fue un acuario. Más tarde, una buganvilla. Después, un cactus que se alimentaba del agua de la lluvia. Al menos el cactus había resistido y ahí estaba, en aquel balcón de cortinajes raídos, para demostrar que cuando la vida se ha extinguido queda la memoria.

No quiero acordarme de la manera en la que aquel romance se extinguió, tal vez entre el acuario y la buganvilla. El dolor de la ausencia lleva a una conjura extraña: jamás pasaré de nuevo por este barrio. Pero en algún momento el mundo gira como una bola de billar y se detiene ante la tronera del metro. Así estaba yo frente a la ventana tras la cual supimos tejer el amor de los años jóvenes. Subí por la escalera, llamé al timbre, me abrió una mujer desconocida y tras ella llegó un magnífico aroma de caldo reconfortante y un sonido de zapatillas que se deslizaban. Di un nombre falso. No la conocían. Pero en aquellos breves instantes me pareció que aquella era la vida de la que el demasiado amor me había salvado. Conseguí atisbar el pasillo en el que nos dábamos los primeros besos, la ventana que ocultó nuestras caricias, el quicio de la puerta del dormitorio y aquella grieta que se produjo en un extraño accidente pasional. “Disculpe señora. Me he confundido”. Y volví a la calle con la sensación de un nuevo corazón que renacía.

Pero la astronomía no falla y es una ciencia casi exacta. Tanto así que ayer pasé una vez más por la misma calle del mismo barrio. Esta vez no fue un taxi extraviado ni un metro averiado. Pero ahí estaba la casa. Y el cactus estaba allí. Y junto al cactus, un cartel que decía: “Se alquila”. Y un teléfono. Es fácil alquilar en esta época. Fui a la agencia, pagué la fianza y me dieron las llaves. No he vuelto a aquella casa. Conservo las llaves. He bajado las persianas y me he llevado el cactus a casa. Sólo de esa manera puedo conservar el aire, las caricias, el amor y la pasión que hace años se sembraron allí para que florecieran para nadie. Ella ya no está, pero soy el propietario de aquel tiempo que un día fue tan nuestro.


Texto:Joan Barril

Fotografía: Celin Serbo/Getty


4 de febrero de 2010

La soledad de los números primos


Existen entre los números primos algunos aún más especiales. Son aquellos que los matemáticos llaman primos gemelos, pues entre ellos se interpone siempre un número par. Así, números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43, permanecen próximos, pero sin llegar a tocarse nunca. Esta verdad matemática es la hermosa metáfora que el autor ha escogido para narrar la conmovedora historia de Alice y Mattia, dos seres cuyas vidas han quedado condicionadas por las consecuencias irreversibles de sendos episodios ocurridos en su niñez. Desde la adolescencia hasta bien entrada la edad adulta, y pese a la fuerte atracción que indudablemente les une, la vida erigirá entre ellos barreras invisibles que pondrán a prueba la solidez de su relación. La sutileza de los rasgos psicológicos de los personajes, así como la hondura y complejidad de una historia que suscita en los lectores las reacciones más variadas, resaltan la admirable madurez literaria de este joven autor a la hora de asomarse, nada más y nada menos, a la esencia de la soledad.

El tema principal gira entre el amor y la soledad. Giordano hace especial hincapié en “la soledad como motor del mundo mucho más que el amor”.

Narra la historia de Alice y Mattia, dos seres solitarios que desde sus infancias son marcados por dos terribles sucesos. El chico, un genio de las ciencias casi autista, hombre de pocas palabras, y la chica, un poco más despierta que no sabe muy bien lo que quiere, pero que es hostil al mundo y a sí misma.

En el transcurso de la lectura se conoce sus infancias, adolescencias, vidas adultas y cómo a lo largo del tiempo sus biografías se van construyendo desde la diferencia y marginalidad. Existen, también, difíciles relaciones paterno filiales, crueles y terribles episodios del colegio, la amistar y el despertar amoroso.

“Y Alice sonrió pensando que quizá aquélla sería la primera media verdad de los esposos, la primera de las pequeñas grietas que se crean entre dos personas, por las que tarde o temprano la vida introduce su ganzúa y hace palanca.”

11 de enero de 2010

Declaración de dependencia


Cuando lord Thompson se fue de la India, me llamó y me dijo: “Vikram, si tú quieres, vente con nosotros a Londres. Eres un ciudadano británico y todas las universidades se te abrirán”. Estuve pensando la oferta de lord Thompson durante bastantes días. Era un hombre y ahora, con la independencia, se veía obligado a irse a reconstruir la economía del Imperio sin el imperio. La India había sido durante mucho tiempo la “joya de la corona” de los británicos. Ahora se quedaban con la corona, pero sin joya alguna. Lord Thompson me ofrecía una nueva vida. También mi país iba a ser un país nuevo. Entre mi vida y la del país, me decidí por el país. Y el día que la familia Thompson embarcó en el puerto de Bombay no quise ir a despedirles y me metí en un cine a ver pasar la misma película una y otra vez hasta enamorarme de la protagonista, una chica blanca, rubia, que olía a limpio y a buenas intenciones, y que vivía en una ciudad de casas muy altas y de taxis amarillos llamada Nueva York.

Muy pronto vimos que es más cómodo ser dependiente que independiente y que la dignidad se acaba pagando con mucho trabajo y no pocas incertidumbres. De pronto descubrimos que éramos muchos y que ni siquiera rezábamos de la misma manera y que las aguas de las montañas no siempre nos trían paz. Conseguimos sobrevivir haciendo lo que siempre habíamos hecho: comprar barato y vender un poco más caro. Nos especializamos en trabajos pequeños: si había que confeccionar un chaleco, uno cortaba la espalda; otro, los hombros; un tercero hacía los bolsillos, y un cuarto ponía los botones. Después de los chalecos me dediqué a la cadena de montaje de las Royal Enfield que los británicos habían dejado en la India. Unos ponían las ruedas, otros, los frenos; otros pulían los metales. Y, así, de la misma moto salían bastantes sueldos que nos permitieron crecer y multiplicarnos. Mis padres hablaron con los padres de Raga. Se cercioraron de que fuéramos de la misma casta y apalabraron la boda. Invité a lord Thompson, y mi antiguo amo, bastante envejecido, estuvo en primera fila y me dio un buen puñado de libras esterlinas para que hiciera con ellas lo que quisiera. Simplemente las invertí en una fábrica de camiones de un amigo de las motos y, así, año tras año, el amigo de las motos me iba informando de los camiones que salían a las carreteras y me daba la parte de los beneficios, que cada vez eran más. Y yo que volvía a invertir en la empresa, y así pasaron los años, con la suerte de las libras de lord Thompson y una profunda pena en casa, porque Raga estaba cada vez más enferma y más pequeña, hasta que, un día, Raga desapareció del mundo de los vivos y yo me quedé con mi Royal Enfield y mis ahorros en forma de camión. La independencia no nos salva de la muerte de la gente cercana. El día que echamos las cenizas de Raga al Ganges me fui otra vez al cine y allí me esperaba, como si sólo tuviéramos una película, la historia de la niña blanca, rubia y con olor a limpio de Nueva York. Yo, más viejo, y ella, como siempre.

También recibí carta de la familia Thompson. Lord Thompson había muerto y me legaba una cantidad importante de dinero. Se lo di a mi amigo, el de los camiones, y él me dijo que a aquellas alturas ya era de los accionistas más importantes de la compañía y que no era bueno poner todos los huevos en el mismo cesto. La empresa de los camiones rodaba sola y mi amigo quería abrir hoteles de lujo. Me sugería a mí que fuera el presidente de la nueva división de hoteles. Acepté porque pensé que a lord Thompson le habría gustado que me dedicara a vivir como los nuevos rajás. Así pasaron los años. Y en todos los hoteles hice instalar un cine en el que constantemente se proyectaba la película de la joven blanca, rubia y limpia.

Hasta que, hace un par de años, con motivo del aniversario de la independencia, el hotel de Bombay se llenó de antiguas glorias de Hollywood. Y allí conocí a una anciana blanca, de pelo blanco y olor a limpio que había sido una gloria cinematográfica de los años cincuenta. Y la fui a visitar a su suite. Y le pedí que no se moviera de allí, porque a veces hay que ver muchas películas para que se conviertan en realidad. Y así ha sido. Vivimos en el último piso del Gran Hotel Thompson, ahora que Bombay ya tiene casas tan altas como las de Nueva York. Y allí he aprendido que lo mejor de la independencia es aceptar que podemos por fin depender el uno del otro.


Texto: Joan Barril

Fotografía: Age Fotostock


2 de enero de 2010

Concierto de Año Nuevo 2010

Si hay algo que me gusta desde hace años, el día de Año Nuevo, es ver la retransmisión por televisión del tradicional concierto desde Viena. Está interpretado por la Orquesta Filarmónica de dicha ciudad en la sala dorada del Musikverein. Este año, la dirección estuvo a cargo de la batuta del francés Georges Prêtre. Pese a sus 85 años - el director de mayor edad que hasta el presente ha dirigido este concierto - salió a divertirse como un niño. Tal vez por eso, el público asistente le brindó una de las mayores ovaciones de entrada.

Georges Prêtre es un maestro de oficio, de rudimento, dotado de escasa pero eficiente técnica con la batuta (dirigió oberturas y valses con batuta, mientras que prescindió de ella para polkas y otras piezas breves). Quizás por ello, hubo un ligero desajuste en los vigorosos compases iniciales de la obertura Die Fledermaus, pieza que arrancó el concierto y en donde la orquesta pareció estar un tanto fría, de igual manera que en la polka Frauenherz. Pero Prêtre se siente cómodo con este repertorio y dejó muestras de su clase en los excepcionales rubatos de las transiciones entre movimientos, muy logradas en Wein, weib und Gesang, en donde la orquesta, especialmente en cuerda y trombones y exhibió su poderío. Prêtre dibuja filigranas con su mano izquierda, sonríe, mira hacia el cielo, cierra los ojos… Y bromea, como en su amable versión de Im Krapfenwald, pieza que le va como anillo al dedo, en la que la agrupación vienesa desplegó todo un arsenal de artilugios imitando el sonido de los pájaros.
Radetzky Marsch -composición orquestal de Johann Strauss (padre) escrita en el año 1848- puso punto y final, como es habitual, a esta edición del Concierto de Año Nuevo. El maestro fue largamente ovacionado y el resultado final fue más que aceptable.

En 1939 se impuso la tradición del Concierto de Año Nuevo. Desde que la Filarmónica escogiera a Lorin Maazel como director del conjunto, el músico norteamericano dirigió el concierto del 1 de enero hasta 1986; le siguieron Herbert von Karajan (1987), Claudio Abbado (1988, 1991), Carlos Kleiber (1989, 1992), Zubin Mehta (1990, 1995, 1998, 2007), Riccardo Muti (1993, 1997, 2000, 2004) Lorin Maazel (1994, 1996, 1999, 2005), Seiji Ozawa (2002), Nikolaus Harnoncourt (2001, 2003), Mariss Jansons (2006), Georges Prêtre (2008) y Daniel Barenboim (2009). Nada más finalizar, se dio a conocer quién dirigirá el concierto para el año 2011. Se tratará de Franz Welser-Möst.