Del latín “Luxus” que significa luz, profusión, esplendor y suntuosidad. Cuando Francisco José me pidió un artículo sobre el lujo, me alegré por dos razones: la primera es que creo firmemente en esta revista y la segunda es la satisfacción de poder establecer contacto con vosotros queridos seguidores. Pues sí, porque tenemos algo en común y ese algo es el amor por la belleza, lo selecto, reservado, exquisito y único. El amor al lujo.
¿Pero qué es el lujo? Los primeros rastros que tenemos del lujo aparecen en el Egipto Antiguo, en el 3150 antes de Jesucristo, cuando Egipto se unificó… El lujo nace de las tradiciones y de las formas de vivir de los Altos Rangos de cada una de las grandes culturas de nuestra historia. Se expresa en todos los ámbitos donde el placer importa. Es elitista y excepcional, representa una etiqueta de calidad. Como práctica cotidiana es sensible, revelador de belleza y portador de exclusividad. Por extensión es todo elemento y práctica que permite llegar a un cierto nivel de vida que no sea común.
En el siglo XVIII el lujo es el centro de debates filosóficos, religiosos, económicos y morales. Algunos como Voltaire consideran el lujo como un verdadero motor económico, “Lo superfluo, cosa muy necesaria”, y otros como Diderot ven el lujo como un obstáculo a la virtud, “El lujo arruina al rico y acrecienta la miseria de los pobres”. El lujo tiene que ver con sueños y deseos, no con necesidad.
¿Y en el día de hoy? ¿Qué relación hay entre el lujo y nosotros que vivimos en una época de incertidumbre y de crisis? Pues sencillamente la respuesta es obvia: la misma relación que hemos tenido siempre. El lujo no entiende de crisis. Lo que era lujo antes es lujo ahora. Teniendo en cuenta que nuestro lujo propio es personal, se vive egoístamente consigo mismo. De un nivel adquisitivo u otro pero siempre exquisito, aunque el valor de la imagen ocupa cada vez más espacio y tiempo en los medios de comunicación. La globalización ha recortado nuestro planeta en fases diferenciales entre comarcas, regiones, países… La evolución del sentido del lujo está diferenciada. Cada cual quiere tener lo mejor, por la simple razón que el poseer lo mejor supone estar en los niveles más altos de la sociedad.
¿Pero por qué? ¿Sólo la manera de ser y de vivir está cada vez más influenciada por la publicidad? No, creo que no.
El lujo es un mundo singular, destinado a una clientela específica y responde a códigos que le son propios.
Con una imagen toda la información de calidad debe de pasar al consumidor que se identifica con un producto. Una imagen vale más que mil palabras. Un reciente estudio indica que los consumidores no siempre captan el mensaje tal y como se pretende transmitir. Esto nos da pistas sobre el hecho de que todos tenemos niveles diferentes de la definición del lujo. Un asiático y un occidental poco tenemos en común.
La mirada es el agente ejecutante del significado. La representación de su realidad. Mirar no es absorber pasivamente, se trata de digerir una información y adaptarla a nuestros valores propios que están determinados por la cultura del momento. Además, hoy en día los medios de comunicación son rápidos, viven la urgencia. Internet impone que la imagen sea captada de manera instantánea con una intensidad fenomenal. Al contrario el lujo es calidad y meticulosidad, necesita tiempo. Tiempo de elaboración, tiempo de comprensión y aún más tiempo de apreciación.
Aquí me permito proponeros una diferencia ente el “luxe de niche” y el “luxe de ruche”. Regularmente los grandes del lujo llegan al campo de las finanzas después del campo creativo. El objeto-lujo de “ruche” es mercantil, dictador de estatus social y susceptible de plagio en el mercado paralelo. Por supuesto en este caso con una calidad mediocre y detestable. Baja progresivamente a la calle cosechando una clientela fiel. Este lujo se nutre del consumo excepcional de la gente ordinaria. El objeto-lujo de “niche” por su cuenta es más cercano de la obra de arte por su búsqueda de la perfección y originalidad. No es repetible, cuenta una historia única, tiene una tradición artesanal. Nace, crece y se establece para ser reconocible sin ningún logotipo y únicamente por los conocedores. Es la “crème de la crème”.
Casas como Hermès o Louis Vuitton tienen una larga tradición de colaboración con artistas, arquitectos y estilistas en la producción de series especiales en ediciones limitadas. Estos productos se venden discretamente o en círculos de iniciados, nunca se anuncian en los medios publicitarios. Se establece en estas colaboraciones un cruce de arte y moda. Forman parte del patrimonio de estas Casas y están hechos para perpetuar un legado de la marca de generación a generación. Grandes firmas que reivindican un patrimonio que habla el lenguaje universal de la elegancia.
Estamos en una época de creatividad individualista, actualmente el lujo consiste en crear series de edición limitada y servicios personalizados. Pero la idea que nos une a todos en la concepción del lujo es el tiempo. Todos entendemos que es un dato importante en la creación y que sólo un puñado de individuos pasan las horas necesarias para esta creación del objeto-lujo. Es el esfuerzo y tiempo que estos individuos están dispuestos a dedicar, lo que da el valor al objeto. Aunque el precio será siempre algo discutible, es valorado gracias a cinco factores: la calidad de los materiales, la finura de la ejecución, la rareza, las altas características y la estética del objeto. Por eso mismo un objeto muy caro no debe estar necesariamente recubierto de piedras preciosas. ¡Es sencillamente único y raro! ¡Deseado por muchos y poseído por pocos! Un amor a primera vista pero enriquecido con el conocimiento del consumidor.
Esperanza Arcos
Socióloga especializada en lujo e imagen de marca
Publicado en la revista "Pasarela de Asfalto"