12 de agosto de 2009

Corazón que no siente


A veces me pregunto si mis padres concibieron a mi hermano sólo para hacerme compañía. Otros hermanos del vecindario también iban juntos a la escuela, y probablemente estudiaban juntos, y también jugaban al béisbol juntos, y cantaban juntos los villancicos de Navidad. Pero nunca conocí a ningún hermano que estuviera siempre tan cerca de su hermano. Porque mi hermano menor me llevaba de la mano y me hacía aprender de memoria las poesías de Tennyson y las capitales de los estados de la Unión. En realidad mi hermano me explicaba todo lo que él veía, sencillamente porque yo era ciego de nacimiento y jamás pude ver nada que no fuera por sus ojos. Gracias a mi hermano supe relacionar el color verde con el color de las ranas y desde entonces supe que el verde podía ser húmedo y viscoso pero también podía ser el color de la primavera cuando el viento peinaba las praderas. También me enseñó el color del agua azul del mar y del agua dorada del crepúsculo. Mi hermano siempre supo que para mí era mucho más importante contar los peldaños de la escalera que mirar los cuadros de las paredes. Nos hicimos mayores y fuimos a la universidad, naturalmente a la misma. Y allí las cosas empezaron a romperse, porque a la hora de las calificaciones incomprensiblemente sus notas iban a peor y las mías iban a mejor. Atribuimos esta evidente injusticia al hecho de haber desarrollado durante muchos años mi memoria. Todo lo que yo sabía no podía confiarse ni en unos apuntes ni en la lectura de los libros. Y la memoria, cuando se la alimenta desde que somos pequeños, se graba y no se borra jamás.
Un día mi hermano me llevó a una fiesta y me presentó a la chica que le gustaba. Olía a jazmín y ropa almidonada. Me alegré por mi hermano, porque ya era hora de que pudiera acompañar a alguien que no fuera yo. Tarde o temprano yo debería aprender a vivir sólo en compañía de barandillas y de amigos nuevos que entendieron que podía hablar de economía pero que no estaba dotado para la práctica del deporte. Busqué una casa en el Village, cerca de Columbia, y gasté mis ahorros en comprarme un piano. La vida era plácida y tranquila. Mis padres envejecieron rápidamente y murieron con discreción al mismo tiempo. Su muerte fue un pequeño velo negro que cubrió mi negrura. En el cementerio dije un viejo y largo poema de un escritor inglés. Creía que éramos una multitud, pero cuando mi hermano me sacó de allí pensé que nos habíamos quedado definitivamente solos.

Una noche llamaron a mi puerta en mi casa del Village. Bastó abrirla para que entrara aquel excitante perfume de jazmín y de ropa almidonada. La invité a un té. Hablamos de música y de literatura. Le pregunté por mi hermano y ella me dijo que mi hermano era un buen hombre, pero que me quería a mí y que estaba dispuesta a ser mis ojos y mis manos durante el resto de nuestras vidas. Aquella noche supe que yo también tenía cuerpo y aprendí que lo más doloroso de la vida es vivirla con una mentira tan profunda como era la traición a mi hermano. Jamás dijimos nada, como si creyéramos que la gente que ve no quiere ver aquello que les entristece. Mi hermano vino a verme un día. Me dijo que había dejado la universidad y que se iba a Europa a hacer fortuna. Le despedí en el puerto y mientras el barco se perdía en el horizonte yo continuaba agitando un pañuelo como si fuera la bandera blanca de una guerra que jamás habría querido.

Pero ayer regresó mi hermano de Europa y me dijo que lo hacía para quedarse. Me contó que la fortuna que había ido a buscar se había cruzado en su camino y que estaba construyendo una casa muy alta en la Quinta Avenida. Me dijo que le gustaría que ocupara uno de aquellos apartamentos y que me invitaba a subir por los ascensores y por las escaleras y que palpara el espacio que me había reservado. Y aquí estoy ahora, caminando por el que será mi nuevo apartamento sin mis amigas barandillas y con extraños pasillos que cimbrean bajo mis pies.
Es evidente que mi hermano sabe lo de su novia y yo. Y no están aquí otros ojos para salvarme de la pena que merecen los traidores, aunque sea por amor.
Texto: Joan Barril

19 comentarios:

Ligia dijo...

Me encantó el texto, apropiado a la foto. Uuy, qué repelus...
Abrazos

Paula dijo...

Me has conquistado con la primera linea. Qué forma más delicada de relatar toda una vida, una relación especial y los acontecimientos de dos hermanos. Engancha.

anna dijo...

A veces uno puede ser mas ciego que el ciego de naciemiento. O hacerselo creer al que no ve por ellos.

Solo un corazon sano es capaz de hacer lo que hizo y un ciego puede ser siempre ciego en todos los sentidos.

Me encanta como describes las situaciones, como me haces encojer el estomago y soltarlo en el ultimo momento o no, o tenerlo prisionero hasta el final de tu historia.

Un abrazo grande.

Tana dijo...

¡Menuda enganchada! Ha sido comenzar a leer y no poder parar. Me he quedado con ganas de leer más de este estilo. Gracias por el regalo, Tejedora, no conocía a Joan Barril. ¡Un besazo!

aaaa dijo...

en mi familia, hay una historia similar entre 2 hermanos, el matiz es que ninguno es invidente. Mi querida tejedora, este cuento es de tu propia cosecha? Está inspirado en la vida real?

bss

mariajesusparadela dijo...

Precioso, realmente precioso.

Rosa Cáceres dijo...

Yo sería incapaz de cometer una traición así. ni por amor ni por salvar mi propia vida. Me recuerda el argumento de "Abel Sánchez" de Unamuno. Trágico.

Lourdes dijo...

Guau, que me ha encantado el texto éste, vaya!

Un beso, Tejedora!

Andy dijo...

muy hermoso...

Anónimo dijo...

Un relato muy bueno, con una lectura cómoda. Me ha encantado la forma de redactarlo y el argumento.

Precioso.

besos.

Pharpe dijo...

La verdad que estoy con Ayla engancha hasta tal punto de no perderte ni una sóla palabra. Besos

Mónica Arroyo Parra dijo...

Uh que historia, bella y sobrecojedora, la capacidad de perdonar es lo que nos hace definitivamente libres, te invito a mi blog, hay una historia que te vas a gustar.
Gracias

Cristinaa dijo...

Esto lo has escrito tú?
Me encantaa! y desde el principio no podía parar de leer!

La sonrisa de Hiperion dijo...

Las traiciones en versión escrita son emocionantes, pero cuando las vivimos en carne propia...

Saludos!

Yopopolin dijo...

un bello texto, y un gran descubrimiento!!

bsazos!

Anónimo dijo...

Hermoso !
Comencé a leer y no pude parar .

Cabopá dijo...

A Joan Barril no lo había leído nunca pero si lo he escuchado en la radio, Cadena SER, antes tenía una columna radiofonica...es muy bueno el texto.Gracias por tus reiteradas visitas me encanta tenerte como "amiga tejedora". Si alguna vez vienes por aquí no dejes de avisar.....Besicos.

Meiguiña dijo...

Me ha encantado tu historia y haber llegado hasta ti de la mano de Anna.

Te sigo

Bicos meigos

Lunaria dijo...

No connocía este autor. Me ha gustado muchisimo el relato, así que voy a investigar sobre él.
Besos calurosos.