Me gusta cada cierto tiempo, realizar un repaso a los álbumes de fotos que tengo guardados, y el otro día lo hice. Rescaté las siguientes fotos que veréis a continuación, en las que me hayo sola, con mi padre o hermano.



Qué recuerdos me vienen a la cabeza… Debería tener diez años y pertenece a uno de aquellos veranos que pasaba en casa de mis abuelos maternos. Permanecía allí desde que nos daban, en el colegio, las vacaciones de junio, hasta el nuevo comienzo del curso escolar, en septiembre. Imaginaros que, para mis abuelos, estar rodeados de sus nietos, era motivo de alegría. Había momentos del verano en que estaba sola con mis abuelos, o venían mis hermanos y primos.
En el patio, había una pequeña alberca y un tacho de cinc –para mojarnos, y después tomar el sol-, que mi abuela utilizaba antes de adquirir la lavadora, para lavar la ropa a mano.
Era un pueblo en el que, algunos vecinos –cuando el sol se ponía- salían a las puertas de sus casas con sillas hasta la hora de cenar. Mi abuelo decía que no quería oler a viejo (jamás supe ese olor), y me encargaba que, antes de llevarle al zaguán, le untara colonia. Era un hombre muy coqueto y elegante. Al no valerse por sí mismo, los que le cuidábamos, teníamos que estar pendientes de que no le faltase nada. Una vez que mi abuelo estaba allí, traía mi silla y la de mi abuela, para hacerle compañía.
Algunas personas que pasaban por la puerta, y veían a mis abuelos, estaban un rato hablando con ellos y cuando no, estábamos con los vecinos de las casas circundantes. Había un vecino, muy cariñoso, apodado Manolito Charlas (debido a una parálisis cerebral, tan sólo decía “Eco”), realizaba su paseo acera arriba, acera abajo, con su bastón, Carmen la de enfrente (porque vivía en la casa de frente), que cuidaba a su madre, llamada también como ella, entre otros.
Las calles tenían pendientes, algunas más elevadas y otras menos. Debido a esto, mis abuelos, a los vecinos que estaban situados a la izquierda los denominaban “casa arriba”, y a los de la derecha “casa abajo”. Un verano, inclusive aprobando el curso, decidí que mis padres me apuntaran a clases particulares de matemáticas, para tener un pequeño adelanto de los temas que tendría en el siguiente curso. Tenía que desplazarme, en la misma calle, varias casas más abajo, pues la casa de mis abuelos estaba en la parte más alta de la cuesta. Las clases eran impartidas por un profesor de instituto y tenía que llevar bien las matemáticas, pues todos los viernes realizaba un examen.
Camas nunca faltaban en aquella casa. Había seis más, pues mis abuelos, casi siempre estaban acompañados y, en cualquier momento, cada una estaría ocupada. Mis abuelos dormían en la parte inferior de la casa en habitaciones contiguas (aunque siempre tenía que dormir alguien en una cama en la habitación de mi abuelo, debido a su estado de salud), y cuando venían mis primos, que residían en el mismo pueblo, a dormir alguna noche, las charlas y risas se alargaban hasta altas horas de la madrugada. Mi abuela, en alguna que otra ocasión, iba al comienzo de la escalera para decirnos que durmiéramos.
Esto es sólo una pequeña parte; me hago mayor, mis abuelos fallecieron, la vecindad ha cambiado… y desde entonces finalizaron aquellas inolvidables épocas estivales. La casa ha variado bastante, veo a mis primos con menos asiduidad –es lógico que hayan rehecho sus vidas-, y siempre recordamos estos y otros momentos.
Fotografías: tejedora