Fueron unos años magníficos. He dicho años, y si no llegaron a años al menos fue un tiempo intenso. No importa dónde nos conocimos. Tal vez en una fiesta de principio de curso, cuando todo está por empezar y todos estamos por aprender. Dijimos que nos queríamos, pero en realidad íbamos un poco más allá. Nos queríamos porque nos gustábamos cuando nos veíamos en la mirada del otro. Nos queríamos porque no teníamos a nadie más para decirlo. Escribíamos sobre la piel del otro y luego leíamos lo que habíamos escrito. Así son las cosas del querer. A veces vulgares, a veces sublimes. De eso hace mucho tiempo, cuando la juventud nos arrastra y el mundo es una habitación de conquista.
Pero todo llega tarde o temprano. Por ejemplo, regresar al mismo barrio de nuestro descubrimiento. Nunca sabemos cómo llegamos de nuevo a los orígenes. No lo saben ni los salmones ni las tortugas que van a desovar a la misma playa en la que nacieron, pero a veces un taxi despistado, una avería del metro nos deposita frente a aquella casa que fue del amor y que ahora era del olvido. Ahí estaba, con sus postigos cerrados y algunas de las plantas todavía en el balcón. Porque en aquel lejano tiempo de amantes habíamos querido que en la casa de nuestros encuentros siempre hubiera alguna cosa viva que nos obligara a ir en su ayuda. En las primeras semanas fue un acuario. Más tarde, una buganvilla. Después, un cactus que se alimentaba del agua de la lluvia. Al menos el cactus había resistido y ahí estaba, en aquel balcón de cortinajes raídos, para demostrar que cuando la vida se ha extinguido queda la memoria.
No quiero acordarme de la manera en la que aquel romance se extinguió, tal vez entre el acuario y la buganvilla. El dolor de la ausencia lleva a una conjura extraña: jamás pasaré de nuevo por este barrio. Pero en algún momento el mundo gira como una bola de billar y se detiene ante la tronera del metro. Así estaba yo frente a la ventana tras la cual supimos tejer el amor de los años jóvenes. Subí por la escalera, llamé al timbre, me abrió una mujer desconocida y tras ella llegó un magnífico aroma de caldo reconfortante y un sonido de zapatillas que se deslizaban. Di un nombre falso. No la conocían. Pero en aquellos breves instantes me pareció que aquella era la vida de la que el demasiado amor me había salvado. Conseguí atisbar el pasillo en el que nos dábamos los primeros besos, la ventana que ocultó nuestras caricias, el quicio de la puerta del dormitorio y aquella grieta que se produjo en un extraño accidente pasional. “Disculpe señora. Me he confundido”. Y volví a la calle con la sensación de un nuevo corazón que renacía.
Pero la astronomía no falla y es una ciencia casi exacta. Tanto así que ayer pasé una vez más por la misma calle del mismo barrio. Esta vez no fue un taxi extraviado ni un metro averiado. Pero ahí estaba la casa. Y el cactus estaba allí. Y junto al cactus, un cartel que decía: “Se alquila”. Y un teléfono. Es fácil alquilar en esta época. Fui a la agencia, pagué la fianza y me dieron las llaves. No he vuelto a aquella casa. Conservo las llaves. He bajado las persianas y me he llevado el cactus a casa. Sólo de esa manera puedo conservar el aire, las caricias, el amor y la pasión que hace años se sembraron allí para que florecieran para nadie. Ella ya no está, pero soy el propietario de aquel tiempo que un día fue tan nuestro.
Pero todo llega tarde o temprano. Por ejemplo, regresar al mismo barrio de nuestro descubrimiento. Nunca sabemos cómo llegamos de nuevo a los orígenes. No lo saben ni los salmones ni las tortugas que van a desovar a la misma playa en la que nacieron, pero a veces un taxi despistado, una avería del metro nos deposita frente a aquella casa que fue del amor y que ahora era del olvido. Ahí estaba, con sus postigos cerrados y algunas de las plantas todavía en el balcón. Porque en aquel lejano tiempo de amantes habíamos querido que en la casa de nuestros encuentros siempre hubiera alguna cosa viva que nos obligara a ir en su ayuda. En las primeras semanas fue un acuario. Más tarde, una buganvilla. Después, un cactus que se alimentaba del agua de la lluvia. Al menos el cactus había resistido y ahí estaba, en aquel balcón de cortinajes raídos, para demostrar que cuando la vida se ha extinguido queda la memoria.
No quiero acordarme de la manera en la que aquel romance se extinguió, tal vez entre el acuario y la buganvilla. El dolor de la ausencia lleva a una conjura extraña: jamás pasaré de nuevo por este barrio. Pero en algún momento el mundo gira como una bola de billar y se detiene ante la tronera del metro. Así estaba yo frente a la ventana tras la cual supimos tejer el amor de los años jóvenes. Subí por la escalera, llamé al timbre, me abrió una mujer desconocida y tras ella llegó un magnífico aroma de caldo reconfortante y un sonido de zapatillas que se deslizaban. Di un nombre falso. No la conocían. Pero en aquellos breves instantes me pareció que aquella era la vida de la que el demasiado amor me había salvado. Conseguí atisbar el pasillo en el que nos dábamos los primeros besos, la ventana que ocultó nuestras caricias, el quicio de la puerta del dormitorio y aquella grieta que se produjo en un extraño accidente pasional. “Disculpe señora. Me he confundido”. Y volví a la calle con la sensación de un nuevo corazón que renacía.
Pero la astronomía no falla y es una ciencia casi exacta. Tanto así que ayer pasé una vez más por la misma calle del mismo barrio. Esta vez no fue un taxi extraviado ni un metro averiado. Pero ahí estaba la casa. Y el cactus estaba allí. Y junto al cactus, un cartel que decía: “Se alquila”. Y un teléfono. Es fácil alquilar en esta época. Fui a la agencia, pagué la fianza y me dieron las llaves. No he vuelto a aquella casa. Conservo las llaves. He bajado las persianas y me he llevado el cactus a casa. Sólo de esa manera puedo conservar el aire, las caricias, el amor y la pasión que hace años se sembraron allí para que florecieran para nadie. Ella ya no está, pero soy el propietario de aquel tiempo que un día fue tan nuestro.
Texto:Joan Barril
Fotografía: Celin Serbo/Getty
11 comentarios:
Es un texto realmente precioso. Menos mal que siempre están los recuerdos para poder revivir de alguna manera las cosas que en un día lejano pudimos disfrutar. Si no te importa, me lo guardo y lo publico algún día. Es tan hermoso que me gustaría tenerlo en mi blog.
Besos guapa y espero que todo te vaya bien que hace mucho que no se nada de tí.
Sí que es un hermoso texto, pero la vida está en el presente: el pasado ya se fué y el futuro aun no llegó.
Pero, ah, ya me gustaría a mi escribir así.
Maravilloso texto.
Cada vez que cuelgas un texto de este señor me matas... que bien escribe el jodio! xD
un beso!
"el mundo es una habitación de conquista"....
O las habitaciones se convierte en el mundo de las caricias,de la ternura....hasta que un día el azar o los avatares de la vida la convierten en una habitación deshabitada......
Bueno, creo que el texto de Barril, tiene muchas aristas para seguir y seguir escribiendo, y...yo ahora mismo tengo los dedos ágiles...Besicos.
Gracias pro este relato que nos hace pensar: Vivir aferrados al pasado, nos impide vivir el presente a plenitud. Volver al pasado sirve si con ello podemos cerrar círculos.
¡Gracias por tu reciente visita a mi blog!
Un abrazo
Jo, precioso texto, Tejedora. Y bueno, acordarse de las cosas que ya pasaron no es malo. Lo malo seguramente es no poder seguir viviendo después, no?
Besos, guapísima!
Un texto precioso, Tejedora. Estoy con Marisusiña en que no podemos vivir el pasado, el futuro quizás no se presente y nuestro único bien es el presente pero... ¡Ah... la nostalgia! ^^ Un besazo
Un texto amable y que a la vez te invita a pensar, como todos los de Joan Barril. El pasado pasado es, y el camino, para andar.
Es la primera vez que comento este blog y desde hace unos días lo sigo. Te invito a leer este texto:
La Vasija
Un beso
hola! me encantan los libros que posteas y las historias en ellos.
yo estoy trabajando en una aqui en blogspot. Porfa si tienes un momentico pasa a verla y comentala! Claro si te gusta puedes seguirme! ESPERO QUE TE GUSTE!
Nana!
- unahistoriadeprincesas.blogspot.com -
te recomiento que lo busques por google! gracias!
Lunaria: Me alegra que te haya gustado. Hay pequeñas cosas, que forman parte de los recuerdos.
No me importa que lo guardes y publiques.
Deseo que estés bien.
Muchos besos, guapa.
María Jesús: Es cierto, aunque el pasado siga ahí y a veces, el futuro nos depare tantas y tantas cosas.
Muchos besos.
Laquiti: Me gusta compartir con vosotros estos textos. Bienvenida.
Besos.
Yopopolin: Pondré varios por aquí. También me gustan.
Un beso.
Cabopá: Es cierta esa frase que escribes al principio. Fíjate que hay tanto por descubrir…
Besos, linda.
Myr: Estoy de acuerdo contigo, aunque hay pequeñas cosas del pasado que influyen aunque sea un poco en el presente.
No hay de qué, linda.
Besos.
Lourdes: Sí. Quedarse aferrados en un tiempo y no querer seguir, no es buen síntoma.
Muchos besos, guapísima.
Lludria: La nostalgia aparece, aunque sea de forma fugaz que hace un poco de mella.
Besos.
Manel: Bienvenido. Noto que conoces más textos de este autor.
Leeré el texto que me recomiendas en cuanto pueda.
Besos.
Mariana: Me pasaré, tenlo por seguro.
Besos.
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