28 de febrero de 2010

George Gershwin.- Un americano en París


Hijo de un matrimonio ruso emigrado A LOS EEUU - era Gershovitz el apellido familiar - su infancia transcurre en diversos barrios neoyorquinos, como Harlem, en donde en aquellos tiempos el jazz Se estaba dando un conocer. De vocación autodidacta, a doce los años se defendía admirablemente bien en el piano por lo que su padre le anima A que estudie en serio. Su primer Fue profesor Charles Hambitzer que, aparte de enseñarle piano, le jeinimeni en teoría musical, armonía e INCLUSO orquestación. Aunque George Inició la carrera de Comercio en 1914, También a Instancias de su padre, ni nunca abandono la música y Llego a componer alguna cancioncilla. Además, se coloco como pianista Modesto en Tin Pan Alley para sacarse unos dólares.



En 1916 publica su primera canción y Al año siguiente Actúa como pianista en Broadway. El éxito de sus canciones le abre las puertas del teatro de la ciudad de Fox, que lo contrata como pianista, por lo que abandona el Establecimiento del humilde barrio de Tin Pan Alley. La familia Harms También le contrata como compositor de canciones y en 1918 estrena en Broadway su primera comedia musical, La Lucille, Con enorme éxito. También las Naciones Unidas Compon Cuarteto de cuerda que tardará treinta años en ser estrenado. Con tan solo 21 años, Gershwin Parecía lanzado al éxito. En 1919, el músico toma contacto con el show anual de los EscándalosOtros, de Jorge Blanco, para quién escribe Numerosas canciones en un estilo que pretendia imitar jazz. Paralelamente, mini estrena una ópera - una duración de 25 minutos - TITULADA Blue Monday Blues. En 1923 Se ofrece un concierto en el Aeolian Hall formado por piezas de música clásica y jazz que Tuvo un éxito tan extraordinario que demostró un más que probable maridaje entre ambos tipos de música. Como consecuencia, Gershwin a se le encarga escribir un concierto que precisamente mezclase con el jazz lo puramente clásico. Como el compositor Estaba Aún muy poco versado en lo relativo à formas musicales, escogió la arquitectura libre de la rapsodia y así, en febrero de 1924, su interpretación magistral Rhapsody in Blue En un concierto que incluía música de Schönberg y Elgar y al que asistió Stravinski. El éxito descomunal y Fue el genio de Gershwin se confirmo no ya sólo en el mundo del espectáculo, Sino También en el de la música clásica.



En 1925 estrena tres revistas en tres Distintos teatros de Broadway, el Y también sensacional Concierto para piano, Una extraordinaria síntesis entre lo clásico y lo jazzístico. (Adelgacemos que este aspecto Fue alcalde de la aportación de Gershwin al mundo de la música). El compositor no se duerme en los laureles ante el magnífico éxito de este concierto y en 1926 nos OFRECE Oh, Kay!, que arrasa. También, en una faceta más clásica, Compone sus maravillosos Preludios. Gershwin nunca descuido su formación musical, estudiando Continuamente para perfeccionar su oficio. Sin embargo, en 1927 fracasa con Strike up the Band, Con una sátira fuetes matices políticos, pero se recupera con Funny Face y Rosalie. Fue entonces Cuando vio el momento de viajar a Europa y Consecuentemente pone rumbo a París, donde intento infructuosamente que Ravel, Milhaud o Prokofiev le impartiesen lecciones. (No es que no ofrecérselas Quisieran, sino que comprendieron que era una empresa del todo imposible dadas las peculiaridades compositivas de Gershwin). Tuvo la oportunidad de Conocer a Alban Berg, quién le animo a seguir con su música original. Fruto de aquel viaje, en 1928 estrena en Nueva York una de sus mejores y más conseguidas obras, Un americano en París, Vuelve Aunque fracasar con un Treasure Girl.



En 1930 retoca la denostada Strike up the Band También Compone y Girl Crazy, Constituyendo las dos con sendos éxitos. Era la época de la depresión económica norteamericana y el público Solía acoger muy bien la comedia y la sátira. El cine, reconvertido en un sonoro Aquellos años, le tienta pero no acaba de sentirse satisfecho en ese mundo. Durante un viaje a Cuba estrena la famosa Obertura Cubana En un estadio ante más de 20,000 personas conoce Y también un Joseph Schillinger, una especie de embajador artístico de la URSS, quién Va a influir a partir de ese momento decisivamente en Gershwin. En 1932 se produce el estreno de Let'em Eat Cake, una sátira política que no Tuvo éxito pero que contiene una de las canciones más famosas del compositor, Mío. Ese mismo año empieza a escribir los primeros números de lo Que Será su gran e inmortal obra maestra, Porgy and Bess.



En 1933 compone, Atendiendo a los consejos de Schillinger, las Variaciones I got Rhythm, Una obra de gran interés musical. Pero Gershwin ya solo Tenía en mente el libreto de Du Bose Heyward y su propio hermano Ira habían escrito para Porgy and Bess. El compositor se lo tomo tan en serio que INCLUSO efectuo un viaje a Carolina del Sur junto a Heyward para estudiar sobre el terreno la realidad cotidiana y Folklórica de sus personajes, no hay nada Difícil resultándole intimar con gente tan DISTINTA de la que acostumbraba A TRATAR EN El mundillo teatral neoyorquino. Finalmente, el 30 de septiembre de 1935 se estrena Porgy and Bess, la Mayor, obra maestra del compositor, enteramente supervisada por Schillinger. La obra encumbra una Gershwin Como Un compositor Indiscutible Dentro de la historia de la música. Tras el apoteósico estreno, el compositor proyecta escribir otra ópera, más música sinfónica, de cámara E INCLUSO coral. Pero lamentablemente todo aquello se habría de cortar abruptamente. Una serie de trastornos le hicieron Visitar a un médico Cuyo diagnóstico Fue Del todo desolador: Gershwin sufria un tumor cerebral maligno. Casi sin tiempo A UNA reacción desesperada, Gershwin imprevisiblemente Fallece el 11 de julio de 1937, en plena madurez creativa. Su muerte es un caso lamentable de una interrupción artística Semejanza de otros tantos compositores como Mozart, Schubert, Mendelssohn, Pergolesi, Arriaga, Wolf o Alban Berg.



Gershwin fue un compositor ecléctico que escribió tanto música como música popular "seria", el alcalde de su Aunque VIRTUD Fue la extraordinaria fusión Qué hizo de Ambas corrientes. Su música es deliciosamente fresca, chispeante y no adolece de peligrosos amaneramientos. Supo Introducir con Maestría en las obras más "serias" los punzantes ritmos jazzísticos y el estilo melancólico e inconfundible del blues. Pero además se resolvió como un melodista formidable, con unas creaciones que pegadizas Al Instante resultaban familiares para el público y que se convertían, en la Mayoría de los casos, en grandes éxitos.



OBRAS

-- 2 Óperas, Blue Monday/135th calles y Porgy and Bess
-- 19 Musicales, Destacando Lady Be Good, Funny Face y Crazy Girl
-- 6 Películas y espectáculos musicales
-- Obra orquestal Diversa piano y para orquesta, destacando Rhapsody in Blue El Y Concierto para piano
-- Un americano en París, Obertura Cubana, Variaciones sobre I Got Rhythm
-- 3 Preludios para piano
-- 150 Canciones




¿Por qué esta entrada? Hace algunos años, un día del mes de febrero, asistí A UN Teatro de la Ciudad para escuchar la obra que veréis a Continuación. Anteriormente la conocía, pues la vi en televisión y no quise perder esta oportunidad. Espero que os guste.

25 de febrero de 2010

Discusiones


“Amigos pocos, y con los dedos de una mano”, decía mi abuelo entre los numerosos consejos que me dio en el transcurso de su vida. Si me los decía, era porque se los aplicó y siempre conocí –y conozco- a gente que habla bien de él y no lo contrario.

La frase del principio la cumplía al pié de la letra. Desde niña tenía pocos amigos; me sentía bien y así hasta hoy. Con esto no quiero poner en el punto de mira a personas que tienen bastantes amigos, pues lo respeto.


A una de mis amigas la conocí en mi primer día de trabajo y primer empleo, valga la redundancia. Ese primer día se engloba entre los más nerviosos que he tenido, principalmente por cómo estaría desempeñando en esos momentos el trabajo. Una chica me notó nerviosa y me tranquilizó –anteriormente, al acudir al servicio, vi chicas que lloraban en los pasillos, lamentándose que no estaban haciendo bien su trabajo-. Se lo agradecí.
Días más tarde, coincidimos almorzando en el comedor del trabajo y, en nuestras conversaciones, pudimos comprobar que teníamos un amigo en común. También me presentó a su marido, pues la llevaba por las mañanas muy temprano al trabajo (comenzábamos a trabajar a las ocho) en coche. De sus hijos, de los que tanto me hablaba, los veía cada mañana en la parte trasera del coche dormidos. Sentía lástima que los despertaran sus padres en la madrugada para acudir a la guardería, pero vivían en el campo y se desplazaban a la ciudad. Estuve pocos meses en la empresa, aunque éramos muy amigas, ambas no queríamos recordar el día que prescindieron de algunas compañeras, entre ellas yo. Mantuvimos el contacto telefónico y también nos veíamos en frecuentes ocasiones. Con ella he compartido durante estos años desde el embarazo de su tercer hijo, bautizo, fiestas de cumpleaños,… hasta que la despidieron del trabajo.
Se encontraba, al igual que yo, demasiado harta de que desde entonces no estuviera demasiado tiempo en las empresas que la contrataban, a pesar de su buena conducta, responsabilidad y generar buen ambiente en el trabajo, así que decidió dedicarse a opositar. Llevaba un mes más que ella opositando y le presté libros y apuntes, pues quería opositar a lo mismo que yo. Cuando estamos las dos solas, podemos hablar de muchas cosas, con tranquilidad, pero hay veces que acude el marido con ella y siempre propicia las discusiones entre ambos. Al “chocar” los dos con el tema que se esté hablando en ese momento, discuten sin parar y yo, en medio de ellos. Al principio pensaba que las discusiones pasarían pero no ha sido así. Podría nombrar muchas situaciones como ésta pero me quedo con dos: el mes pasado quedé con ella para prestarle unos libros que necesitaba; íbamos a tomar un café para entregárselos y hablar, pero finalmente no pudo y, cuando van a su casa de campo pasan por donde resido. Finalmente vino en coche con el marido y los hijos a recogerlos. No hablamos demasiado, pues él aparcó el coche en doble fila, debido a que no había lugar por donde hacerlo, así que también aproveché para entregar unos regalos que les compré a sus hijos. Mientras los niños abrían los regalos y jugaba con ellos, el matrimonio estaba detrás de mí discutiendo. Tenían pensado mudarse a la ciudad y el motivo que lo suscitó fue el cambio de centro de salud para llevar a los niños, una vez que se produjese la mudanza.

Con la climatología, estaban esperando un día soleado o que, al menos, no lloviese, así que se produjo la mudanza la semana pasada. Me pidieron ayuda y así lo hice.
Un par de días después me llamó ella para mostrarme la casa con la decoración finalizada y así merendar. Dijo que, si no me importaba, el marido se podría quedar una hora con los hijos e irnos a tomar café y después me enseñaría la casa. Acepté, pero de fondo escuchaba al marido contradiciéndola, así que finalmente quedé en desplazarme a su casa. Esa misma tarde, entré en una confitería y compré dulces para la invitación que me hizo. En el camino, pensaba que seguramente habría discusiones. Y así fue. En esos momentos estuve a punto de indicarles que no discutieran, pero a buen seguro me increparía –él- que no me meta donde no me llaman, así que guardo la compostura, cuando, desde el primer día que les veo discutir, no me siento cómoda.


Realmente siento temor muchas veces cuando quedamos para hablar, sobre todo en persona, porque, aunque crea que vendrá ella, está presente su marido. Como escribí antes, me siento bien (y lo noto también en ella) cuando ambas estamos solas, o con los niños inclusive, pero no cuando él está presente.
Dicen que discusiones tienen que haber en los matrimonios, pero ¿tantas como las que presenciado entre ellos? A veces me pregunto si discutirán tanto cuando se hallan solos o con los niños en casa, con sus padres,…

14 de febrero de 2010

Tarta por San Valentín y algún recuerdo más



Ayer, en la pescadería del supermercado, tras coger número y esperar a que llegara mi turno, me di cuenta de repente, entre las personas que se encontraban en la misma situación que yo, a Luis, un profesor que tuve en uno de mis años de instituto –quién lo diría, pues el año que viene, se cumplen veinte años en que comencé-. Nuestras miradas se cruzaron cuando le vi y asocié en menos de un segundo de quién se trataba; retiré la mirada, aunque creo que el sí supo quién era, después de tantos años. De repente, quizás por la música de fondo del establecimiento, –muy acorde con San Valentín- y porque muchos esperábamos que la dependienta pulsase el botón que cambia el número que aparece en la pantalla y, posteriormente dijera el número que se refleja en la misma, empecé a recordar cuando él fue mi profesor y algo que mucho tuvo que ver con la fecha de hoy.

En aquellos años, Luis, que impartía clases de Contabilidad, era un hombre que se cuidaba bastante bien, aunque algunas veces se dejaba barba de dos días y esto le resultaba atrayente a muchas alumnas, excepto a Margarita y a mí. A principios de curso, al no conocer a nadie, iba sola desde casa hasta el instituto; conforme pasaban los días, se crearon varios grupos en clase y había una chica, Eva, que vivía cerca de mi casa y, como pasaba por ella, le pedí que, por favor, se llegara para recogerme e ir juntas. Así lo hicimos y, cada mañana, en nuestro caminar, pasaba por nuestro lado Luis con una moto que me dejaba sin palabras. Eva suspiraba por Luis y le dedicaba piropos mientras le veíamos desde la lejanía, y yo le decía que lo mejor era su moto, de marca
Honda. Desde el principio, el profesor era muy creído, chulo y le gustaba hacer bromas para que se las riéramos y Margarita y yo no le hacíamos caso.
A Margarita y a mí, quien nos gustaba era el profesor de Informática. Se llamaba Fernando. Este era muy alegre, simpático y bondadoso, aunque comprendiésemos que cuando tenía que dar un toque de atención si la clase estaba alborotada, lo hacía. En lo único que siempre me percaté es que un zapato lo llevaba roto; inclusive pensaba si se había dado cuenta y cuándo traería unos zapatos nuevos. Finalmente los trajo, aunque mucho hubo que esperar. En el descanso entre el final de una clase y el comienzo de la clase de Informática, Margarita y yo nos íbamos al baño para ponernos pintalabios, recuerdo que este era de un color natural, inclusive a veces añadíamos brillo labial.
La clase estaba compuesta por chicas y chicos, pero la voz cantante de las chicas se llamaba Sandra, y era capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir buenas notas.
Un par de días antes de San Valentín, los profesores y la dirección del instituto, acordaron poner un buzón, hecho de cartón en el hall del instituto, para introducir cartas, no sin antes poner el nombre del destinatario. En los descansos entre clases y recreos, estaban repletas de alumnos las barandillas de las dos plantas del instituto, pues en ellas, se veía bien quién echaría una carta en el buzón. La reacción de los que contemplaban todo esto era silbar. Dichas cartas, serían repartidas el mismo catorce de febrero en el aula que correspondiera al destinatario.
Sandra y las demás seguidoras de Luis, tuvieron la idea de escribirle una carta en la que cada una llevase pintalabios, estampase su beso en un folio escrito, y debajo de la señal de carmín, indicaba el nombre de la alumna de la que procedía. Una de ellas me llamó para que participara, y mi respuesta fue un no rotundo. No lo esperaba, insistió, pero no accedí.
Días más tarde, cuando en el horario tocaba clase con Luis, agradeció a las chicas que le enviaron la carta, aunque bien se dio cuenta de que Margarita y yo, no habíamos contribuido. A partir de ahí pensaba que Luis me tenía manía, pues si antes obtenía notables en Contabilidad, a partir de lo ocurrido desde entonces, me ponía un cinco. Siempre pedía una revisión de examen y en una de ellas me dijo si no me daba vergüenza aprobar por los pelos. Por lo menos reconocía el error en la corrección y alcanzaba notas cercanas al siete.


Todo esto fue lo que pensé hasta que él dijo “¡Yo!”, pues era su turno. Le observ
é brevemente y bien pudiera estar cercano a los cincuenta años de edad, algo más de barba y barriga (a comienzos de los años noventa estaba plano). Mientras era su turno, se acercaba a mí y se alejaba un poco, hasta que llegó mi turno y se marchó. Cuando la pescadera me atendió, fui en busca de la vitrina donde estaban los quesos y pude ver de reojo que pasó dos veces por mi lado. Qué pesado, pensé. Menos mal que no coincidimos en la caja porque hay dos situadas en diferentes lugares.

Al terminar el chico de la caja en pasar todas las cosas por la cinta y yo estaba a punto de pagar la cuenta, me dijo:
_¿Quiere una tarta con forma de corazón para el día de San Valentín?
_ Entiendo que usted tenga que venderla, pero no creo en ese día.

Que conste que respeto a los que lo celebren hoy y desde hace muchos años. Y además, ¿qué hago con una tarta si en casa tenemos dulces que a veces, de no comerlos todos, se ponen duros?


9 de febrero de 2010

Flor de cactus


Fueron unos años magníficos. He dicho años, y si no llegaron a años al menos fue un tiempo intenso. No importa dónde nos conocimos. Tal vez en una fiesta de principio de curso, cuando todo está por empezar y todos estamos por aprender. Dijimos que nos queríamos, pero en realidad íbamos un poco más allá. Nos queríamos porque nos gustábamos cuando nos veíamos en la mirada del otro. Nos queríamos porque no teníamos a nadie más para decirlo. Escribíamos sobre la piel del otro y luego leíamos lo que habíamos escrito. Así son las cosas del querer. A veces vulgares, a veces sublimes. De eso hace mucho tiempo, cuando la juventud nos arrastra y el mundo es una habitación de conquista.

Pero todo llega tarde o temprano. Por ejemplo, regresar al mismo barrio de nuestro descubrimiento. Nunca sabemos cómo llegamos de nuevo a los orígenes. No lo saben ni los salmones ni las tortugas que van a desovar a la misma playa en la que nacieron, pero a veces un taxi despistado, una avería del metro nos deposita frente a aquella casa que fue del amor y que ahora era del olvido. Ahí estaba, con sus postigos cerrados y algunas de las plantas todavía en el balcón. Porque en aquel lejano tiempo de amantes habíamos querido que en la casa de nuestros encuentros siempre hubiera alguna cosa viva que nos obligara a ir en su ayuda. En las primeras semanas fue un acuario. Más tarde, una buganvilla. Después, un cactus que se alimentaba del agua de la lluvia. Al menos el cactus había resistido y ahí estaba, en aquel balcón de cortinajes raídos, para demostrar que cuando la vida se ha extinguido queda la memoria.

No quiero acordarme de la manera en la que aquel romance se extinguió, tal vez entre el acuario y la buganvilla. El dolor de la ausencia lleva a una conjura extraña: jamás pasaré de nuevo por este barrio. Pero en algún momento el mundo gira como una bola de billar y se detiene ante la tronera del metro. Así estaba yo frente a la ventana tras la cual supimos tejer el amor de los años jóvenes. Subí por la escalera, llamé al timbre, me abrió una mujer desconocida y tras ella llegó un magnífico aroma de caldo reconfortante y un sonido de zapatillas que se deslizaban. Di un nombre falso. No la conocían. Pero en aquellos breves instantes me pareció que aquella era la vida de la que el demasiado amor me había salvado. Conseguí atisbar el pasillo en el que nos dábamos los primeros besos, la ventana que ocultó nuestras caricias, el quicio de la puerta del dormitorio y aquella grieta que se produjo en un extraño accidente pasional. “Disculpe señora. Me he confundido”. Y volví a la calle con la sensación de un nuevo corazón que renacía.

Pero la astronomía no falla y es una ciencia casi exacta. Tanto así que ayer pasé una vez más por la misma calle del mismo barrio. Esta vez no fue un taxi extraviado ni un metro averiado. Pero ahí estaba la casa. Y el cactus estaba allí. Y junto al cactus, un cartel que decía: “Se alquila”. Y un teléfono. Es fácil alquilar en esta época. Fui a la agencia, pagué la fianza y me dieron las llaves. No he vuelto a aquella casa. Conservo las llaves. He bajado las persianas y me he llevado el cactus a casa. Sólo de esa manera puedo conservar el aire, las caricias, el amor y la pasión que hace años se sembraron allí para que florecieran para nadie. Ella ya no está, pero soy el propietario de aquel tiempo que un día fue tan nuestro.


Texto:Joan Barril

Fotografía: Celin Serbo/Getty


4 de febrero de 2010

La soledad de los números primos


Existen entre los números primos algunos aún más especiales. Son aquellos que los matemáticos llaman primos gemelos, pues entre ellos se interpone siempre un número par. Así, números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43, permanecen próximos, pero sin llegar a tocarse nunca. Esta verdad matemática es la hermosa metáfora que el autor ha escogido para narrar la conmovedora historia de Alice y Mattia, dos seres cuyas vidas han quedado condicionadas por las consecuencias irreversibles de sendos episodios ocurridos en su niñez. Desde la adolescencia hasta bien entrada la edad adulta, y pese a la fuerte atracción que indudablemente les une, la vida erigirá entre ellos barreras invisibles que pondrán a prueba la solidez de su relación. La sutileza de los rasgos psicológicos de los personajes, así como la hondura y complejidad de una historia que suscita en los lectores las reacciones más variadas, resaltan la admirable madurez literaria de este joven autor a la hora de asomarse, nada más y nada menos, a la esencia de la soledad.

El tema principal gira entre el amor y la soledad. Giordano hace especial hincapié en “la soledad como motor del mundo mucho más que el amor”.

Narra la historia de Alice y Mattia, dos seres solitarios que desde sus infancias son marcados por dos terribles sucesos. El chico, un genio de las ciencias casi autista, hombre de pocas palabras, y la chica, un poco más despierta que no sabe muy bien lo que quiere, pero que es hostil al mundo y a sí misma.

En el transcurso de la lectura se conoce sus infancias, adolescencias, vidas adultas y cómo a lo largo del tiempo sus biografías se van construyendo desde la diferencia y marginalidad. Existen, también, difíciles relaciones paterno filiales, crueles y terribles episodios del colegio, la amistar y el despertar amoroso.

“Y Alice sonrió pensando que quizá aquélla sería la primera media verdad de los esposos, la primera de las pequeñas grietas que se crean entre dos personas, por las que tarde o temprano la vida introduce su ganzúa y hace palanca.”