28 de noviembre de 2009

Mentiras


Cuando nos despedimos aquel domingo, con planes para mediados de la semana siguiente, nada haría presagiar en mí lo que ocurriría. Desconozco si ya tendrías pensado o no lo que vendría de ahora en adelante.

Si hay previstas cosas en común por realizar y desapareces, ¿por qué no atendiste mis llamadas, mensajes y correos electrónicos? No cuesta nada decir “no puedo por x motivo”. ¿Por qué actúas así? ¿Acaso te cuesta tanto ponerte en mi lugar?

Dices que soy una mujer con un corazón muy grande, pero ese corazón pecó de actuar bajo tus sentimientos y asuntos con más prioridad que los propios. Y encima te atreviste a añadir que no merezco nada malo, incluido el dolor.

Reiteras una y otra vez ser un hombre de palabra, imagino que muy relacionado con aquello de lo que ves es lo que hay. Pero en estos instantes lo pongo en duda. ¿Será porque al ser un hombre de palabra se te han escapado cualidades tan valorables como la valentía, fortaleza, constancia, sencillez, humildad, honradez, etc.?
Cuando verdaderamente creas ser un hombre de palabra, respóndeme, porque quiero saber las razones que te han llevado a esto.

Has mentido, como los cobardes y encima marchas por la puerta equivocada.



Elige una mujer de la cual puedas decir: yo hubiera podido encontrarla más bella, pero no mejor. Pitágoras.


21 de noviembre de 2009

Ánimos y soledad

En una entrevista que leí hace poco, le preguntaron a una escritora qué le preocupaba de sí misma. Respondió el tener bajones de ánimo muy fuertes y que siendo escritora, lo peor es la soledad a la que se enfrenta.
Me muestro conforme con ella; la soledad se halla presente, estemos solos o acompañados.


No importa mi nombre ni mi edad. Tengo continuos bajones de ánimos. Cada día, cuando me levanto de la cama, lo afronto como algo nuevo, que hay que vivirlo y si es intensamente, mejor. Pero me atraviesan hechos, circunstancias, que impiden que viva como deseo. Estoy luchando por algo relacionado con mi futuro, que me cuesta, sintiendo cómo tropiezo con obstáculos. Algunos de ellos logro superarlos y otros siguen ahí.

Hago lo posible por no llorar delante de una persona a la que quiero mucho, está enferma y su mejora está siendo leve. Dicha persona sabe que se salvó gracias a mí, porque si no hubiera nadie en casa en esos momentos, hubiera tenido un final no deseable. Cuando está a mi lado me abraza tanto, y reitera en muchas ocasiones la palabra “gracias”. Le digo que no es nada, aunque interiormente estoy orgullosa de lo que hice aquel día y que se encuentre entre los que le queremos. Pero cuando no está, las lágrimas no cesan en caer.

Al querer lograr algo, si puedo, dejo algo atrás, -aunque posteriormente lo retome- con la finalidad de que si antes tenía unas ocupaciones que no son tan urgentes, el tiempo se lo dedico a aquello que más me interese. Esto también tiene sus estragos y los he notado continuamente.

Anoche, cuando había cenado y tenía puesto el pijama, me llamó un amigo tras salir del trabajo. Llevaba sin verle muchos meses, aunque no perdíamos el contacto telefónico. Insistió en que saliésemos a tomar una copa porque tendría que darme una noticia. Me tuve que vestir y posteriormente acudí donde acordamos quedar en vernos. La noticia cayó como un jarro de agua fría: en breve irá a tierras afganas. No contuve las lágrimas, le abracé durante breves minutos. Él se lo tomó a bien, pues se trata de su trabajo, aunque asegura, a partir de ahora, añorará a la ciudad y también a los que le tenemos afecto. Lo restante transcurrió nombrando tiempos pasados entre cigarros y copas. Me despedí de él con un “hasta pronto” mientras estábamos en la puerta de casa, denotando esperanza en verle cuando sea posible para ambos –sobre todo para él-.
Una vez dentro, la soledad me miraba fijamente; pasé de lado sin hacerle caso. Me cambié de ropa para volverme a poner el pijama y me fui a la cama.

Seis de la mañana: mi gata me despierta, maúlla y requiere mimos. Sabe que le correspondo hasta retorcerse encima de la colcha ronroneando. Miro al fondo de la habitación. La soledad sonríe y agacho enseguida la cabeza.




Cinco de la tarde: estoy sentada en el banco de un parque contemplando cómo gritan los niños mientras juegan y los pájaros claman antes de recogerse.



Regreso a casa e introduzco la llave en la cerradura… ¿cómo me esperará la soledad?

8 de noviembre de 2009

Las fronteras interiores



Hanna Anbruster estaba acabando de hacer la comida para ella y para su gato Max. Hanna vivía sola desde el final de la guerra. Se puede decir que apenas tuvo marido, porque se casaron en 1939 y Fritz fue movilizado en una de las grandes divisiones Panzer. Dicen sus amigos que era un buen artillero. Entró en Varsovia sin disparar ni un tiro. Después fue destinado a la bolsa de Dunkerque. Paseó por los Campos Elíseos y todavía tuvo tiempo de cambiarse de uniforme para pasar a engrosar las filas del Afrika Korps. Por lo visto, Fritz acabó miriendo en combate en la batalle de Kursk, literalmente asado por las bombas soviéticas. Así vivió aquella maldita guerra la joven Hanna. Y ahora, en su casita de la Bernauer Strasse, en el centro de Berlín, sobrevivía con la ayuda del Partido Comunista en el poder y haciendo de telefonista en el ministerio de propaganda. Hanna había llegado a los 40, que es esa edad en la que de forma la bisectriz de la belleza y de la inteligencia. Pero no estaba el tiempo para celebraciones. En el economato no había sal. Y la cazuela de sauerkraut amenazaba con llegar a la mesa insípida y triste como el día. Ni siquiera Max se la comería. De pronto vio una sombra en la ventana del patio interior de la casa contigua. Era su vecino, un hombre taciturno y tullido que también vivía solo. Hanna bajó a la calle, subió a la casa del señor Stirner y le pidió un poco de sal. Ese fue, din duda, el comienzo de una gran amistad.

Porque la soledad no la vence un gato. La soledad es ese pretexto que nos hace olvidar lo que no tenemos en la esperanza de que lo tenga otro. Después de la sal, otro día, fue el martillo. Tras el martillo, el señor Stirner trajo también su mano para aquella pequeña reparación que Hanna no podía acometer. Meses después llegó el pretexto del té compartido y a veces hasta un ramo de flores que Hanna había avivado en su parterre del ministerio. Stirner también había perdido la guerra. Una pierna en Normandía y una familia entera bajo los cascotes de los innecesarios bombardeos de Dresden. Pero de eso no se hablaba, porque las tardes en la Bernauer Strasse eran como un algodón de color gris suspendido en el tiempo y en la historia. Stirner y Hanna ya sólo tenían ánimos para sentir una extraña nostalgia del futuro. Tal vez por eso, de ven en cuando, Hanna encerraba a Max en la azotea y buscaba el cuerpo de Stirner para hacer los encajes con los dedos y así se dejaban ser en el amor que no quiere llamarse amor.

Hasta que un día les despertó un enorme estrépito de taladros y de camiones. Una brigada estaba levantando los adoquines y otro iba tendiendo alambres de espino que se introducían por el jardín comunitario. Hanna abrió la ventana y llamó a Stirner. “¡No me queda sal. Tampoco puedo dejarle las herramientas. Me voy, Hanna. Véngase conmigo”. Hasta entonces vivían en la misma ciudad y de pronto Stirner, sin moverse de su casa, estaba en Occidente y ella se había quedado encerrada en una Bernauertrasse que no iba a ninguna parte. Llegó el responsable de la brigada: “Camarada Ambruster. De ahora en adelante, el acceso a su casa será por el garaje. Las ventanas que dan a la calle se van a tapiar”. Mientras aspiraba el olor a cemento, Hanna se sintió en el interior de una tumba. Buscó a Max. Salió a la calle. En la lejanía, aquel gato de siete vidas la miraba desde el vértice de un muro protector. De Stirner nunca más se supo. Y al día siguiente Hanna regresó al ministerio de propaganda para cantar las excelencias de un Estado que prefería el orgullo a la libertad.
Texto: Joan Barril
Fotografía: Corbis

Frases de piedra. Mensajes con moraleja escritos en el muro de Berlín entre 1961 y 1989


Fuentes: Revista "Dominical" y "Arte en el muro de Berlín" (Editorial Elefanten Press)