20 de abril de 2009

Curiosidad


Cerró la puerta del ascensor y antes de introducir la llave en la cerradura para adentrarse en su piso, se quedó parado en el descansillo. Escuchaba una música, como él decía, perfecta para bailar con una hermosa mujer.
Dicha música pertenecía a la banda sonora de una película ambientada a principios del siglo XX, época en la que le hubiera gustado retroceder. La componían cuatro instrumentos: fagot, arpa, piano y violín.

Se adentró en su vivienda. De repente pensó que en el lugar de donde provenía tal música viviría una mujer. A esos pensamientos se unió las cualidades físicas antes que las psicológicas de cómo sería tal mujer.
Acostumbraba a esa hora, a preparar el almuerzo, pero no tenía ganas. Le podía más el saber quién viviría en el piso frente al suyo.

Fue en busca de una silla y el libro que leía por esos días para sentarse a continuación junto a la puerta. Media hora después escuchó la puerta del piso que le inquietaba. Se levantó rápidamente y avanzó hacia la mirilla de la puerta. Vio a una bella mujer, salvo respecto a lo que pensaba sobre ella, su pelo era moreno.
Mientras tanto, se decía: No importa. Quiero conocerla.

17 de abril de 2009

La fortuna de Juan


Después de haberle servido durante siete años, el joven Juan le dijo a su patrón: “Señor, mi tiempo de servicio se ha acabado. Ahora me gustaría volver a casa con mi madres; déme mi sueldo”. El patrón le contestó: “Me has servido fielmente y, tal como ha sido tu servicio, así será tu remuneración”. Y el patrón le dio una pieza de oro tan grande como la cabeza de Juan.


El chico cogió la pieza de oro y se encaminó hacia la casa de su madre. Pero como el oro pesaba, al poco tiempo Juan se sintió cansado. En ese momento pasó un señor a caballo, y Juan exclamó: “¡Ay, qué bonito sería poder cabalgar y no tener que caminar y hacerse daño con las piedras del camino!”. El señor se detuvo y le preguntó: “Y, ¿entonces, por qué vas a pie?”. A lo que el joven contestó: “Pues porque no tengo más remedio. Además, tengo que cargar con esta piedra, que, aunque es de oro, resulta muy pesada… Me hace daño en los hombros y no puedo mantener la cabeza erguida”.


“¿Sabes qué? Cambiemos: yo te doy mi caballo y tú me das el oro”, le propuso el señor. “Encantado. Pero le advierto que esto pesa mucho”, le dijo Juan. Pero el señor insistió, bajó de su caballo, cogió el oro y ayudó a Juan a montar. Juan estaba muy contento de poder ir a caballo, era rápido y cómodo. Pero al cabo de un rato, el caballo empezó a galopar y Juan, que no era muy buen jinete, cayó en una zanja de la carretera.


En esta situación lo encontró un campesino que pasaba por allí con su vaca. Juan se quejaba: “Nunca más volveré a subir a caballo, es muy peligroso y te puedes matar. Qué bueno es, en cambio, tener una vaca: puedes ir poco a poco detrás de ella y, además, te da leche, mantequilla y queso. Qué daría yo por tener una vaca…”. Pues, si te puedo hacer un favor, con mucho gusto te cambio esta vaca por tu caballo”, le propuso el campesino.


Juan aceptó feliz y se felicitó por su buen negocio: siempre que tuviera sed podría ordeñar la vaca y, además, podría hacer queso para comer. Cuando llegó a una fonda, paró para descansar y, en su alegría, se comió toda la comida que se había preparado para el viaje y, además, pidió una cerveza con el último centavo que poseía.


Después prosiguió su camino hacia el pueblo de su madre, pero, como hacía mucho calor, empezó a tener mucha sed. “Esto tiene remedio: ordeñaré a la vaca y podré beber leche”, pensó. Pero como no sabía ordeñar, no solo no consiguió extraer leche sino que, además, la vaca acabó dándole tal coz en la cabeza que Juan quedó tendido en el suelo medio inconsciente.


Así lo encontró un carnicero que pasaba por allí en ese momento con un cerdo que llevaba a matar. Le ofreció agua y le propuso quedarse con la vaca para matarla, pues dijo que era vieja y no daría más leche. A cambio, Juan se quedó con el cerdo, pensando con alegría en el día que lo podría matar para hacer riquísimas salchichas. Estaba pensando en todo lo que iba a comer cuando se encontró con un hombre que llevaba una preciosa oca blanca. Prosiguieron el camino juntos y entablaron conversación.


Hablando, hablando, el hombre de la oca, que no apartaba su vista del cerdo, le preguntó a Juan: “No es este el cerdo que robaron de una granja del pueblo vecino hace unos días? Si te pillan con él, creerán que lo has robado y te meterán en el calabozo”.


Juan, muy asustado y deseoso de llegar por fin a casa de su madre, le suplicó a su compañero de viaje que le cambiase el cerdo por su oca. “Bueno, es arriesgado para mí… Pero no quiero tener la culpa de que te pase algo malo”, accedió el otro. Juan se lo agradeció mil veces y prosiguió su camino, ahora con la oca debajo del brazo, imaginándose la cantidad de ventajas que tenía este negocio para él. Su madre no solo podría prepararle un suculento asado de oca sino que, además, las plumas les servirían para hacerse unas mullidas almohadas.


Juan ya se encontraba en la salida del último pueblo cuando se encontró con un afilador ambulante. ¿Y qué pasó? Al afilador se le antojó la preciosa oca y le preguntó a Juan dónde la había comprado. Él le explicó toda la historia: que la había cambiado por un cerdo, el cerdo por una vaca, la vaca por un caballo, y el caballo por un pedazo de oro, que era su salario por siete años de trabajo.


El afilador felicitó a Juan por los negocios tan ventajosos que a lo largo de su camino había hecho y le convenció de que cambiar la oca por su piedra de afilar sería el más beneficioso de todos. “El oficio de afilador te proporcionará buenos ingresos a lo largo de toda tu vida. En cambio, el beneficio de esta oca, una vez comida, no te durará más que su sabor en tu paladar”. Juan, tras pensarlo unos instantes, exclamó: “¡Qué afortunado soy! Debo de haber nacido bajo una muy buena estrella”. Y aceptó la propuesta del afilador, así que emprendió el último tramo de su camino con la piedra de afilar.


Pero la piedra pesaba mucho, le hacía daño en la espalda y Juan apenas avanzaba. Además tenía sed. Al llegar a un pozo y agacharse para beber, la piedra se le cayó al agua. Entonces, Juan se levantó de un salto y, con lágrimas en los ojos, agradeció al Señor por haberle librado de un lastre tan pesado. “No hay bajo el sol hombre más feliz que yo”, exclamó. Y una vez dicho esto, terminó su viaje ligero, dando saltos de alegría.


Cuento tradicional alemán

“De Juan aprendemos que los bienes materiales no dan la felicidad y que incluso pueden ser un lastre. Recientes estudios sobre la felicidad lo confirman: por encima de un nivel mínimo de bienestar, lo material no aumenta la satisfacción con la vida. Al contrario, anhelar bienes no indispensables puede producir una infelicidad constante.”

13 de abril de 2009

Todo terminó

Detalle paso Nuestro Padre Jesús de las Penas. Lunes Santo. Sevilla

Lo primero de todo es que espero lo hayáis pasado bien en la semana que ha finalizado. ¿Qué deciros? se me ha pasado deprisa y más cuando lo disfruto con demasiada intensidad.
La meteorología acompañó, pues hacía ocho años que no llovía y por lo tanto, no salían todas las cofradías a la calle.
Han sido días de tristezas y alegrías, lágrimas derramadas, cera chorreante, fe, oración, fotografías, poco descanso, recuerdos de los que están y no conmigo, etc.
Ayer pensaba que me costaría volver a los días que llegarían después. Vuelvo, no hay más remedio.

Llegó a su fin, pero ya estoy esperando la Semana Santa del año siguiente.

5 de abril de 2009

Semana Santa

Nazareno Hdad. de los Negritos. Jueves Santo. Sevilla


Niños que antes de acostarse, observan en sus armarios la ropa de nazareno que se pondrán al día siguiente. Noche nerviosa e inquietante.

Así es como me sentía en mi infancia, antes de Semana Santa. Los años transcurren, crecemos, se diferencian los nervios, aunque éstos sean mínimos.
Me ausentaré en estos días. Aparte de las tareas cotidianas se une el disfrute de una de las tantas tradiciones existentes en la ciudad y también en pueblos: ver cofradías en la calle. De vuelta, llegaré cansada, con los tobillos hinchados, pero con la satisfacción de que ha merecido la pena salir.
Después, vendrá la nostalgia cogida de la mano junto al recuerdo.

Pasadlo bien en estos días. Os recordaré.

2 de abril de 2009

No se lo digas a mamá


Me gustaría saber la identidad de los nueve expertos en los que la ministra Bibiana Aído se escuda para defender que una niña de dieciséis años puede abortar sin consultar con sus padres. Me gustaría saber de qué son expertos y si son padres y madres. Me gustaría saber en qué se fundamentan para decir que dejar tan dramática decisión en manos de una adolescente aterrada es lo mejor para ella. Me gustaría saber si se han parado a pensar que esa criatura, tras mantener una relación sexual precipitada, va a empezar a sufrir lo que la literatura científica ya ha diagnosticado ante un aborto. El síndrome de aborto reúne quince síntomas psicológicos que van desde la angustia al sentimiento de culpabilidad, la ansiedad, los terrores nocturnos, la depresión, los trastornos de alimentación o de la vida sexual. Síntomas que pueden llegar a aparecer, dicen los psicólogos de la Asociación de Víctimas del Aborto, incluso años después de haber abortado. Me gustaría saber con qué valor lanza la joven ministra Aído, con una sonrisa, como quien anuncia un anticonceptivo novedoso, que una niña de dieciséis años está tan capacitada para abortar como para casarse. Una niña de dieciséis años no está capacitada para abortar ni para casarse, por mucho que se esté normalizando lo que son parches en la vida. Una cosa es que lo haga y otra bien distinta la sacudida que la vida le da a una adolescente casada, quien sale adelante gracias a los apoyos de la familia. Me gustaría saber quién le va a informar a las adolescentes de dieciséis años de que si se queda preñada puede abortar sin decírselo a los padres y también en quién se va a apoyar ante semejante circunstancia. ¿En la mamá-administración, o en su mejor amiga, con la que intercambia los vaqueros e inventa en su habitación coreografías de Beyoncé? Me gustaría saber si esos expertos conocen lo que es ser padres y las complicaciones a las que nos enfrentamos para conquistar la confianza de nuestros hijos en la difícil adolescencia. Me gustaría saber el protocolo de actuación que se llevará a cabo cuando una niña de dieciséis años acuda al centro para abortar y cómo será tratada. Me gustaría saber qué pretenden con esta propuesta de Ley, que autoriza a que se rompa la confianza entre hijos y padres. Y me gustaría saber qué se pretende de los padres el día que nuestra hija decidiera abortar en soledad. ¿La recibimos con un aplauso? ¿Le damos sopa caliente? ¿Le preguntamos si llegó a ponerle nombre? ¿O quién habría sido el padre? ¿Debemos obviar el tema, o celebrarlo con una barbacoa? ¿Trae esas instrucciones la nueva reforma de la Ley del aborto? Una cuestión más: ¿meterán en la cárcel a una madre que le discuta esa decisión a su hija adolescente? O es la ley del “no se lo digas a mamá porque no la necesitas”. Señorita Aído, me gustaría saber si mi hija ha abortado sola. Porque soy su madre.


Texto: Mariló Montero