30 de noviembre de 2008

Vecinas


Sábado. Inés regresa a casa cargada de bolsas, camino del supermercado. Antes de preparar el almuerzo llama a su vecina por teléfono como suele hacer todos los días. Ésta se encuentra enferma de cáncer. Superó uno hace diez años y ahora tiene dos.
-¿Qué tal has pasado la noche?
-Regular- comenta- lo estoy pasando mal con el estreñimiento y anoche mi marido me inyectó morfina, no podía con los dolores de huesos. ¿Sabes lo que me pasa hoy? Parece que estoy preñada porque tengo antojos, se lo dije a mi marido antes de que marchase a trabajar.
-¿Si? Dime… ¿y de qué tienes antojos?
- De gachas.
- Sé hacerlas si quieres te preparo una fuente.
- No sabes lo que me agradaría Inés.
- En cuanto esté la fuente un poco fría te la llevo a casa y seguro que podrás comértelas en el postre.
- De acuerdo. Por cierto, no te vayas a asustar si me ves sin pelo en la cabeza. He decidido afeitarme el poco pelo que me queda. Mi marido decía que veía grandes mechones en la almohada y he decidido zanjar esto. Quiero comprarme una peluca porque mi hijo no quiere verme así.
- Tranquila no me asustaré. Pronto te llevaré la fuente de gachas.

Se despidieron. Inés antes de ponerse manos a la obra hizo que prevaleciera la preparación del postre de su vecina a su propio almuerzo, así que comenzó con la elaboración. Cuando las gachas estuvieron listas y frías fue a casa de su vecina. Abrió mediante el portero automático, subió las escaleras, su puerta se encontraba medio abierta, entró no sin antes decir que ya se encontraba allí. La encontró pálida, sin pelo tal y como le dijo. Inés se acongojó interiormente, aunque no quería que lo notara su vecina. Estuvieron hablando unos diez minutos. Le dijo, entre otras cosas, que le iban a hacer unas amigas un homenaje al día siguiente y se encontraba contenta por tal acontecimiento.
-Cármen, si te gustan las gachas no dudes en llamarme que te prepararé otra fuente.
-¡Claro que sí! Me has hecho muchas comidas y todas me han gustado. ¿Por qué no me va a gustar esto que me has preparado?

Tras abrazos y besos, Inés se dirigió a su casa. Comenzó a llorar sin parar. Reflexionaba sobre lo fuerte que es su vecina llevando dos cánceres y que si fuera ella, no dejaría que le hicieran un homenaje estando en tal situación, porque no lo soportaría ella ni su familia.

Domingo. Nueve de la mañana. Carmen llamó a Inés dándole la enhorabuena por el postre.

29 de noviembre de 2008

Luis Cernuda


Te quiero

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento,

jugueteando como animalillo en la arena

o iracundo como órgano impetuoso;


Te lo he dicho con el sol,

que dora desnudos cuerpos juveniles

y sonríe en todas las cosas inocentes;


Te lo he dicho con las nubes,

frentes melancólicas que sostienen el cielo,

tristezas fugitivas;


Te lo he dicho con las plantas,

leves criaturas transparentes

que se cubren de rubor repentino;


Te lo he dicho con el agua,

vida luminosa que vela un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,

con el hastío, con las terribles palabras.


Pero así no me basta:

más allá de la vida,

quiero decírtelo con la muerte;

más allá del amor,

quiero decírtelo con el olvido.

27 de noviembre de 2008

Diez cibertontos del cibercafé




Recibí un correo en el que hace poco, en un periódico digital, había publicado una clasificación que se llevó a cabo por un internauta que observó a la gente rara que va al ciber.
El pornográfico: Va al cíber sin pudor o intento de demostrar respeto por sí mismo y se pone a ver vídeos porno frente a un mar de personas desconocidas.
El de Counter Strike: Está todo el rato gritando: “Mira el arma que he comprado”. Suelen estar ciegos, con ojos rojos por las largas horas que su madre le ruega que pase en el cíber para no verlo.
El ejecutivo: Llega trajeado y con mirada soberbia. Quiere hacer creer que es un magnate. Pasa horas viendo productos de alta tecnología que jamás podrá comprar.
El estudiante: Es un clásico en las inmediaciones de cualquier facultad pública: llega cargado de apuntes y está tan acostumbrado al cíber que se comporta como si se tratase de su propio hogar. Despliega cuadernos, papeles y libros y es capaz de estar horas instalado en ese antro.
El que tiene parientes en el extranjero: No conoce el significado de las palabras vergüenza y pornografía. Con un descaro absoluto pide una máquina con cámara, auriculares y Skype y se dedica a hablar tan alto como le sea posible, molestando lo más posible al resto.
El turista: El mochilero se instala en cualquier bar a disfrutar del Wi-Fi, o recurre al locutorio en busca de soluciones a todos y cada uno de sus problemas. La mayoría de las veces carga con una mochila de 150 kilos con la que obstruye el paso de todo el mundo y anota teléfonos de hoteles en su sucio cuaderno de viaje.
El viejo renegado: Odia el ordenador más que nada en el mundo y se empeña en culpar a la tecnología por su incapacidad de adaptarse a los nuevos medios, por más que éstos estén preparados para ser manejados con destreza por un niño de 3 años. No sabe abrir páginas, no controla el ratón, olvida la contraseña y se dedica a pedir ayuda a todo el que esté a su lado.
La vieja de los correos en cadena: Cuando una persona normal encuentra en su buzón de correo electrónico una de esas cadenas de mensajes que contienen presentaciones en PowerPoint con títulos tales como “La vida vale la pena” o “No estás solo, Jesús te ama”, suele tener dos reacciones inmediatas: bloquear al emisor de dicho mensaje o preguntarse quién es el oligofrénico que comienza la plaga.
El obsesivo-compulsivo: Típico habitual del cíber, y que es capaz de ir al citado local dos o tres veces en un mismo día. Chequea correos frenéticamente, chatea como un adolescente en celo y es asiduo visitante de bitácoras de variada especie, en las que aprovecha para comenzar todas las tonterías que se le pasan por la cabeza.
El que atiende: Es el rey del lugar. Manda demasiado: tortura a los usuarios con música horrible, se acerca a cuanta fémina cruce por la puerta, abusa del Messenguer y recibe constantemente las visitas de las lacras inoperantes que tiene de amigos.


En mi vida he estado dos veces en un cibercafé –fue antes de adquirir el ordenador portátil- y era para consultar mi correo e insertar curriculums, pues me encontraba buscando empleo. Me resultó bastante graciosa la última –el que atiende- porque no me gustaba la música que ponía en el local y no le vi acercarse a mujeres porque su novia se encontraba a su vera, ya que continuamente estaban dándose besos bastantes sonoros.

25 de noviembre de 2008

Prensa dominical


Casi todos los días compro el periódico. Leo todas las páginas a excepción de las deportivas; es contradictorio al gustarme algunos eventos. Pero hay algo que me hacer estar expectante desde comienzos de semana. Se trata de los suplementos que traen consigo los domingos. En este día suelo comprar dos periódicos: uno nacional y otro provincial. Comienzo con las cartas que vienen dirigidas al director del mismo, no sin antes leer el sumario, después artículos y reportajes, hasta finalizar con la viñeta cercana a la contraportada. Disfruto empleando una parte de mi tiempo en esto.
Los domingos coinciden muchas actividades que suelo realizar, y tras el desayuno, no falta que me desprenda del camisón, ponerme otra ropa e ir a comprar los periódicos.

19 de noviembre de 2008

Madres


Ocurrió hace escaso tiempo, cuando me dirigí a comprar el pan. En el establecimiento, aparte de pan se venden chucherías, bebidas y bocadillos; será por aquello de encontrarse cerca de un instituto. Pregunté a la dueña –una chica más o menos de mi edad- por su madre, ya que hacía tiempo que no la veía y además que le diese recuerdos de mi parte. Me respondió enojada diciendo que no le iba a dar recuerdos de mi parte, pues llevan sin hablarse unos días. Comentó los motivos y para mí eran absurdos, aunque para ella eran importantes. Además me dijo que cuando iba la madre a ayudarla en la tienda, comía chucherías y algún que otro bocadillo, teniéndolo que pagar de su bolsillo.
Se me vino a la cabeza, que tras las vacaciones veraniegas, me dijo que hizo viajes mientras se los costeaba su madre.

Hace dos semanas me ausenté de la ciudad para ir a casa de mis padres por un par de días. El par de días se convirtieron en nueve, porque casi a punto de tener todo preparado para la vuelta, decidí quedarme con ellos. Lástima que traía poca ropa para salir, aunque lo hice poco. Disfruté de la estancia con ellos, así como las conversaciones que hacía tiempo no teníamos.
Una tarde, mi madre quiso dar una vuelta por el centro del pueblo conmigo. Entramos en una tienda de ropa, se probó varias prendas y lo que más le gustó fue un chaquetón. Compró algunas prendas –lo cual me alegra pues ella compra muy de vez en cuando y no me gusta ver cómo repite la misma ropa-. El chaquetón no, por su precio. Mientras pagaba las prendas, hice como si mirara algunos chalecos que estaban en un mueble bien doblados, abrí mi bolso, saqué la agenda para arrancar una hoja, bolígrafo y dinero. Escribí: “Por favor, apárteme el chaquetón que se ha probado mi madre. Mañana vendré a por él”. Doblé la hoja y en medio puse cien euros como señal. Cuando nos dispusimos mi madre y yo a salir del establecimiento, dejé que ella lo hiciese antes que yo para entregar ligeramente la nota y el dinero al hombre que nos atendió.
Al día siguiente fui a recogerlo y entregar el dinero que quedaba pendiente. Cuando regresé a casa se lo entregué a mi madre. No esperaba tal regalo y me abrazó diciendo que no lo merecía. Como dije antes, se despreocupa por su ropa, vi que le quedaba bien el chaquetón y me gusta verla guapa y elegante como siempre la he visto.
Se avecinan tiempos en que tengo que comprar los regalos para Navidad, estoy sin trabajo, pero no me ha importado en absoluto hacerle este regalo. De hecho me sentí muy feliz.
Tanto a ella, como a mi padre –ellos lo saben- les agradezco infinitamente que me encuentre aquí gracias a ellos. En definitiva, que me hayan dado algo tan grandioso como es la VIDA.

Y todo esto de la vida, el agradecerle tanto a nuestros padres – en éste caso a la madre- fue lo que le dije a la chica de la panadería. Añadí unas palabras con el único sentido de que ella se esforzase en hacer las paces con su madre y no ha sido posible, pues hoy, al ir nuevamente por el pan, le estaba comentando a otra clienta lo mal que se lleva con su madre.

Sé que pueden ser relaciones difíciles, a veces, las de madres-hijos/as, y aunque consideremos a la madre como una amiga, hay que hacer lo posible en no tener enemigos y por mucho que cueste, hacer las paces.

18 de noviembre de 2008

Chesil Beach


Tienen poco más de veinte años, y se conocieron en una manifestación en contra de las armas nucleares. Florence es una chica de clase media alta, su padre es un exitoso hombre de negocios y su madre una activa profesora universitaria, y viven en una época donde se comen quesos franceses y yogurt, un alimento exótico para la época. Edward, en cambio, pertenece a una familia que apenas se sostiene en la zona baja de la clase media; su padre es maestro y su madre, tras un insólito, imprevisible accidente, vive desde hace años en una nebulosa. Y en su casa no hay comidas caras o extranjeras, las camas nunca se hacen, las sábanas rara vez se cambian, ni se limpian los lavabos. Florence es violinista, y Edward ha estudiado historia. Y ambos son inocentes y vírgenes, y se aman, y tras uno de esos largos cortejos de tira y afloja, donde el chico siempre tira y la chica nunca afloja, se han casado. Es un día de julio de 1962, un año antes de que, según Philip Larkin, en Inglaterra se empezara a follar, cuando El amante de Lady Chatterley aún estaba prohibido y no había aparecido el primer LP de los Beatles.

Intercala bastante bien la estancia de los recién casados –Florence y Edward- en el hotel su noche de bodas y cómo empezaron a conocerse, así como su relación hasta que optaron por casarse.
Lo que no esperaba es el desenlace de la historia de ambos. Ha sido interesante.

14 de noviembre de 2008

Películas y algo más.


Aquella noche, cuando terminó su jornada laboral, se encontraba algo cansada. Pensó que llevaba tanto tiempo sin alquilar una película y como el videoclub al que suele ir no queda demasiado lejos, decidió ir. Al entrar, mientras se detenía junto a las estanterías, notó como en tan poco tiempo habían llegado películas que hace escasos meses compartió en el cine con el que por aquel entonces, era su novio. Películas en las que ambos recordaban de qué iban y siempre se improvisaba una especie de “debate” al salir del cine. Pero en el momento en que se proyectaban las mismas, se intercalaban entre ambos miradas, susurros, caricias, besos…

8 de noviembre de 2008

El violín


Todo comenzó en su infancia. Se sentaba en el suelo – mientras su madre, a regañadientes, le decía que se sentara en la silla o sillón- para ver los dibujos animados, pero lo que más le llamaba la atención era la música de fondo que los ambientaba. Unas navidades, emitieron en televisión unos cuentos de Disney cuya música era del compositor Tchaikovsky, concretamente El Cascanueces. Desde entonces les pidió a sus padres que se lo grabaran para verlo. En clase, mientras la profesora les ordenaba a ella y sus compañeros hacer los deberes, ponía de fondo música clásica. Descubrió que le servía para concentrarse en sus tareas. Aprendió a grabar en vídeo, cuando los sábados se levantaba algo más tarde, los conciertos matutinos en la segunda cadena de TVE.
Al acercarse la fecha de su cumpleaños o santo, si alguien de su familia le preguntaba qué quería de regalo, le respondía sin pensarlo que un casete o cd de algún compositor.

Como instrumento dentro de éste campo, el que más le gustaba era el violín. Anhelaba también formar parte de una orquesta sinfónica o cuarteto de cuerda. Comenzó a sentir que quería aprender a tocar el violín pero en el pueblo donde estudiaba, no había conservatorio de música ni actividades extraescolares por aquel entonces, sino que al terminar las clases por la tarde, merendaba en casa y comenzaba a hacer los deberes.
Al finalizar los estudios primarios, estuvo cinco años en un internado realizando estudios secundarios y tenía que estar bajo las órdenes del centro donde se encontraba.
Estando en la ciudad, mientras iniciaba sus estudios en la universidad, se dirigió a un conservatorio para informarse sobre su ingreso; no le auguraron buenas esperanzas de que formase parte del mismo, porque le comunicaron que quienes tenían preferencia eran los niños a partir de siete años. Fue comprensiva y a pesar de ello presentó la solicitud durante dos años y no fue elegida.

De vez en cuando se siente enojada, puesto que si existiese en su infancia actividades extraescolares, tiene seguridad de que aprendería. En numerables ocasiones, al pasar delante de una tienda de instrumentos, se queda un momento en el escaparate contemplando el violín y pensando si algún día conseguirá aprender a tocarlo. Desde entonces, todos los días, escucha música clásica de sus compositores preferidos, aparte de seguir viéndolo en televisión o ir a cualquier evento relacionado en el teatro.

5 de noviembre de 2008

Carta escrita tras una conversación telefónica


Estimado Antonio:
Gracias, porque has contribuido a alegrarme el día tras haberte llamado. Hacía que no hablaba contigo desde principios de año y, aunque muy tarde, hoy ha sido el día para hacerlo.
Vinieron recuerdos con prontitud mientras escuchaba tu voz, tus palabras e inclusive nos hemos reído.
Desearía que jamás se perdiese nuestra amistad o que quedase enterrada en metros de profundidad; aún sabes cómo recuerdo el contacto diario que tuvimos.
Me preguntaste al principio de nuestra conversación: -¿Cómo estás?
-Tirando- respondí asimilando aquella voz que llevaba sin oír tanto tiempo.
No dudes que procuraré animarme, tal y como dijiste antes de despedirnos.
Un beso y hasta pronto.
María

P.D.: Lamento que la gata maullase tanto al principio. Se pone “celosa” cuando hablo por teléfono y como no estaba pendiente de ella, optó por dormir.

3 de noviembre de 2008

Pedro


Llevaba un tiempo en el que se enamoraba de chicos y con posterioridad, llegaba a sus oídos que esa persona a la que tanto quería, estaba comprometida. No era culpa de ella, pero se repetía todo esto durante algunos años.

Tuvo que abandonar su pueblo para mudarse a la ciudad y comenzar los estudios universitarios. En la planta donde reside hay cuatro pisos, aparte del suyo, se encuentra el de su vecino de al lado y los vecinos de frente que ocupaban dos pisos en uno. Concretamente, en éste piso vivía un matrimonio con numerosos hijos. Todos se casaron y quedaba el único varón soltero. Se llamaba Pedro.
Un día al cerrar la puerta de su piso y tras pulsar el botón para que subiese el ascensor, Pedro cerró la puerta y comenzaron a presentarse tras preguntarle si ella era la nueva vecina. Llegaron a descubrir que ambos se preparaban para la misma licenciatura, aunque en diferentes universidades. Desde entonces se sucedieron bastantes encuentros seguidos de miradas intensas.
Con el paso de los años se fue enamorando de él y como siempre, lo llevaba muy adentro, no se atrevía a decirle nada. Se ayudaban mutuamente y más aún cuando tenían que desarrollar algún tipo de trabajo para cualquier asignatura.
Conoció a sus padres porque él se los presentó e incluso pensaba que, si llegara a casarse algún día con él, serían los suegros perfectos. La madre le enseñaba a tejer en lana y ella le obsequiaba con postres que realizaba.
Un año, allá por noviembre, comenzaron a desalojar los muebles de uno de los pisos. Le dijeron que harían obras en uno de los pisos y después en el otro. Más tarde dejaron de ser dos pisos en uno, porque pusieron un muro medianero.
Los padres de Pedro, se dieron cuenta de cuánto quería ella a su hijo. Optaron por decirle
que al mes siguiente contraería matrimonio su hijo y viviría con su futura mujer- la cual tuvo como novia meses antes de que se mudara-, en uno de los pisos.
Se casaron el año pasado. Ella llora de vez en cuando, porque recuerda la amistad que tuvo con él, aunque la siguen manteniendo, pero no es la misma y también porque, una vez más, se produjo el enamoramiento hacia alguien que tenía novia cuando no lo sabía, lo cual comenzaba a hartarle.

En la actualidad, cuando se cruza con ellos, les saluda, pero siempre le viene a la cabeza la nostalgia de aquellos años.